Texto y fotos Carolina M. Payán
Cédric Charron es una de esa personas que es grácil en todas sus facetas, desde la manera de incorporase a la plática hasta la forma de despedirse. Un personaje dueño de una seguridad que sólo quien conoce los rincones más profundos de su alma y cuerpo puede poseer.
Al sentarse a dialogar con nosotros sobre la compañía de danza que representa, es imposible no percibir el hechizante embrujo que posee sobre su público, su conversación inteligente y sagaz nos lleva de la mano a meditar sobre la importancia de la belleza, la vitalidad y el coraje.
De la compañía de Jan Fabre nos dijo ser una institución exigente y feroz porque busca despertar en sus bailarines el deseo de ser “atletas emocionales” haciendo referencia al texto de Artaud en el que el poeta enaltece las representaciones de los gimnastas del corazón, cuyo poder reside en entregarse vivamente, perdiéndose en el arte, tal requisito es parte del taller/laboratorio en el que se ven inmersos los artistas, Charron lo sabe bien, en 20 años ha derramado su pasión en los tablados más diversos del mundo.
Al ser teatro de contacto, la fisiología es una herramienta indispensable, la tecnicidad es el compás de cada movimiento, el bailarín nos explica con delicadeza la virtud de sus movimientos, la devoción con la que esta inspirado cada uno de los montajes.
Al preguntarle lo que podemos esperar en sus próximas presentaciones tanto en el Cervantino como en el futuro, Charron con un aire galante responde que cada puesta en escena es un momento de suma intimidad así que en esta ocasión no será la excepción. Un personaje con eso que los franceses llaman charme. Del futuro comentó que el creador Jan Fabre tiene la elegancia de no importarle el consumo, él crea por vocación artística no por necesidad del mercado, a él le interesa hablar de lo que le preocupa y angustia, sin embargo, nos dio atisbos de su nuevo proyecto “Sexuality of Madness” en la cual habrá 15 bailarines y será un regocijo para los sentidos, un canto a la voluptuosidad y una oda al espíritu.
En la recta final de la entrevista, Charron carismático como misterioso, nos deja un apetecible sabor de boca en el que nos invita a disfrutar de cada puesta en escena, siendo Troubleyn una exquisita visión al más puro estilo de Hamlet, donde un hijo dialoga con un padre en la lejanía, no lo juzga ni lo enfrenta, sino que le ofrece con humildad su trabajo, corporalidad y destino.