Para algunas religiones, la voz de Dios (o su rastro) se encuentra en diversos elementos, algunos opinan que en el agua se esconde parte de la esencia divina. Para otros, la pista más perceptible del ser supremo se encuentra en la música. No hay una respuesta clara; no obstante, lo que sí podemos afirmar con aplomo es que ciertos acordes, ciertas voces, melodías y lamentos desgarradores pueden conmover incluso al más pétreo ser humano. Eran poco más de las ocho treinta de la noche del ocho de abril de 2017, afuera del Teatro Metropólitan de la CDMX una cofradía de personas hacía acto de presencia, rostros ansiosos e impacientes por presenciar una experiencia única: Buika Sinfónico.
Pasadas las nueve de la noche, el interior del teatro lucía casi lleno. Poco a poco los músicos de apoyo de la oriunda de Palma de Mallorca comenzaron a tomar el proscenio; inmediatamente, hicieron acto de presencia los miembros de la Orquesta Sinfónica (dirigida por el maestro Toni Cuenca) compuesta por músicos mexicanos que funcionaron como complemento de lo que auguraba ser una noche memorable.
Alaridos, chiflidos y una sórdida retahíla de aplausos, en medio de la oscuridad apareció una estrella de ébano que iluminaba la palestra con su elegante vestido plata. Con una sonrisa de oreja a oreja, Concha tomó el micrófono y saludó a la audiencia. Etérea, cuasi divina, Buika encarnaba el mejor sueño que cualquier ser humano común y corriente aspira tener. Craso error, la presunta divinidad de la diosa morena se desvaneció en cuanto comenzó a cantar: el dolor emanado del corazón, diafragma, pulmones y cuerdas vocales de la mallorquina la hacen tan humana y vulnerable como todos. Buika sufre, se desgarra, llora, es imperfectamente sensible y bella.
-¡Buika, te amo!
- Yo también, mamita
“Mi niña Lola” abrió el recital, feeling absoluto, emociones a flor de piel, la audiencia anonadada como si hubiera sido hechizada por una gitana de piel canela. “Loca” continuó con el mágico y seductor viaje por la discografía de Buika, la fuerza vocal de la intérprete lucía en su máxima expresión, los elementos de acompañamiento palidecieron ante su magnética presencia e histrionismo, sin embargo, la simbiosis resultó totalmente afortunada.
Más de 16 temas que recorrieron su repertorio clásico y nuevo, además de reversiones de temas de la música popular mexicana, italiana y un excelso cover a “Everybody's Gotta Learn Sometime”, original de Beck. Magia vocal, virtuosismo interpretativo que rayó en lo inefable.
Tema tras tema, Concha Buika dejó en claro por qué es una de las voces más privilegiadas de nuestros tiempos. Polifacética, la cantora se mueve con suma facilidad por géneros disímiles como el flamenco, el jazz, la música ranchera y la tarantela. “The Key (Misery)”, “Soledad”, “Falsa Moneda”, entre muchas otras composiciones formaron parte del recital que ofreció en la capital del país.
La música de México no es exclusivamente de su patria. No, señores, es música del mundo. Clamor absoluto, el público cayó rendido ante la afroespañola, pleitesía absoluta.
Los arreglos orquestales dotaron al show de elementos preciosistas que engalanaron las de por sí siempre cuidadas producciones de la cantora mallorquina. “Siboney”, “Luz de luna”, “El último trago”(original del maestro José Alfredo Jiménez), “Santa Lucía”(reversión del clásico de Miguel Mateos) y “Te Camelo” fueron algunos de los temas más coreados que emperifollaron una noche apoteósica y desgarradora que se esfumó como un río sinuoso y salvaje.
A Concha Buika le bastó una hora con treinta minutos para coronarse como una de las cantautoras más consentidas por los chilangos melómanos. La primorosa voz de la mallorquina, transmutó una noche cualquiera en la CDMX en una espacio donde la magia cimbró el alma y los corazones de los afortunados que tuvimos el privilegio de contemplarla.