No siempre se sienten nervios antes de que empiece un concierto. Saber que en cualquier momento aparecerán frente a ti músicos que han definido el rumbo de un género, que provoca que la gente más arrítmica se mueva y que transporta a una Cuba del Compay Segundo no es cualquier cosa. Buena Vista Social Club estaba en la casa, y ese domingo 15 de noviembre se despedían de nosotros. La gente comenzó a aplaudir al ritmo del “Chan Chan” para que los músicos salieran, y desde ahí la piel se enchinaba, anticipando la maravilla que se avecinaba. Público lleno de gente conocedora, pero de todas las edades. Aunque los asientos del Auditorio Nacional no estaban todos ocupados (cosa que me causó sorpresa), se sentía la vibra del público: emocionados, expectantes y listos para bailar.
El concierto comenzó con un homenaje a Don Rubén González a cargo de Roberto Fonseca, haciendo del piano un esclavo, moviendo los dedos con tal rapidez y precisión que parecía imposible. Detrás de él se empezó a proyectar un video que duraría casi toda la noche, haciéndole honores a los fundadores de ese imperio musical. Docenas de grandes músicos que desfilaron por el Buenavista fueron conmemorados con los visuales de fondo, entre ellos Manuel Puntilla Licea, Compay Segundo, Manuel Galbán, Rubén González, Pío Leyba e Irbrahim Ferrer.
Después del homenaje, sólamente le siguieron más enchinamientos de la piel. Cada uno de los músicos hizo un sólo que provocó que cada uno de los poros de la piel abrazaran los vellos como si tuvieran miedo a perderlos. La gente coreaba, el trombón de Jesús “Aguaje” Ramos hizo el precalentamiento para abrir los corazones del público; un halo de luz lo iluminó mientras todo lo demás quedaba en la oscuridad y comenzó a tocar “Somewhere Over the Rainbow”, impulsando a los escuchas a corear con él.
Ya con el corazón calientito y las venas bien bombeadas, salió Omara Portuondo a adueñarse del escenario. Con un vestido rojo con brillantes entró como si no hubieran pasado ni dos semanas desde que comenzó con Buena Vista Social Club. El público de pie, alabando su llegada. Para los que la vimos por primera vez, fue una cosa espectacular; aún con sus 85 años de edad, la señora hizo sonar su voz como siempre lo ha hecho. “Lágrimas Negras” fue la primera de muchas, y fue verdaderamente increíble escuchar su talento. Un honor.
Nos trajeron de arriba abajo, con trova cubana de Francisco Cespedes y Armando Manzanero. Después un poco de danzón y cha cha chá y no podía faltar el son cubano. Con “No me llores más” todo el primer piso estaba levantado y coreando. Cuando comenzó a sonar “Quizás, quizás, quizás”, ya se podían ver parejas bailando en los pasillos, con clara experiencia, de esa que provoca un poco de celos a todos los que no lo hacemos tan bien. Pero fue con “El cuarto de Tula”, que corrió candela. Desaparecieron los pasillos y todo se volvió una enorme pista de baile, los coros correspondidos por el público, las sonrisas de todos los de alrededor.
Antes de despedirse, Barbarito Torres dejó boquiabiertos a todos con su maestría en el laúd, tocándolo de espaldas. Simpático como buen cubano, nos hizo reír. Se presentaron uno por uno todos los integrantes, recibiendo aplausos muy generosos y agradecidos, y se fueron.
Por supuesto que la gente no se conformó y pidió más. Regresaron envueltos de aplausos y porras, para que escucháramos a Omara Portuondo deslumbrarnos una vez más con “Dos Gardenias”.
Nunca es suficiente de ellos, y ver su concierto de despedida causa sentimientos agridulces, pero con las manos adoloridas de tanto aplaudir y las gargantas raspaditas, en la salida se sentía la admiración. Niños pequeños que tuvieron la suerte de verlos aunque no se acuerden, y señores grandes que pudieron despedirse como es propio. Porque el cariño que le tenemos, no lo podemos negar, se nos sale la babita, no lo podemos evitar.
Texto de Sofía V y fotos de Ana Laura Hernández.