Ayer fue el día del adiós porque hoy es un día perdido. Entre la final, el prepararnos para partir, sumado al festejo, el sábado fue la última oportunidad de vivir Río de Janeiro. Nos encaminamos al mejor lugar para hacerlo, la playa que nos albergó todos estos días merecía su adiós. Ipanema nos regaló una excelente despedida. El sol salió como pocos días y el cielo abrió como siempre. Nos comimos el último acaí y el último queijo. Robamos los últimos rayos de sol y descansamos del mes futbolero. Pero en la tarde, había que ver al tercer mejor equipo del mundo, aunque parezca morbo. Brasil siguió tropezando y es que el reto era imposible. ¿Cómo levantar a un equipo pentacampeón del mundo como anfitrión tras un 7-1? No salieron a caminar de milagro. Aunque se esforzaron, Holanda y Robben le dejaron claro al mundo que lo de Alemania no fue un error.
A pesar de ello, hubieron brasileños que salieron a las calles con la verdeamarela enfundada y que fueron al estadio. Para algunos hubiera sido menos fuerte haber ganado, pero para la gran mayoría el daño estaba hecho.
Río sigue secuestrado y en las calles no hay samba si no cumbia villera. En las calles hay azul y blanco. En las calles se vive con mate y no con cachaza. Hoy juega el gigante contra el ilusionista y Brasil está listo para festejar a cualquiera de los dos. Pero sin duda hoy jugará de local Argentina y su invasión.