Bienvenidos a Dogville... ¿bondad o maldad?

Bienvenidos a Dogville... ¿bondad o maldad?

Fui al Teatro Helénico a ver Dogville, dirigida por Fernando Canek, una adaptación de Miguel Cane de la polémica película de Lars Von Trier.

Cuando me enteré sobre su adaptación teatral, el mero intento ya me parecía sorprendentemente retador. Después de ver su ejecución, mi asombro fue mayor. Me encontré con una versión altamente fiel a la película, que si bien puede reducir los riesgos en la propuesta, no lo hace en la práctica.

A pesar del desafío, el equipo de Canek logra satisfacer las necesidades de una obra tan exigente como Dogville. Una obra sin duda pertinente para el México que vivimos.

Dogville narra la entrada de Grace, una fugitiva perseguida por un grupo de gangsters, a un mísero pueblo que poco a poco, entre máscaras de moralidad, intelectualidad y religiosidad, le va enseñando los dientes.

De acuerdo con Canek, Dogville es un “cuento de hadas –híbrido– con esencia de spaghetti western, novela gótica, film noir o película de gangsters; (que a su vez es un guiño al teatro filmado, a Bertolt Brecht, al Dogma y al anti-Dogma), retrata en la crudeza de su esencia, el más antiguo debate entre Hobbes y Rousseau: ¿Los humanos nacemos para ser bondadosos o propiamente malvados? ¿Es acaso nuestra empatía y compasión una fachada para la arrogancia y el pragmatismo que hace funcionar al mundo…?”.

Cartelera de Teatro

Cartelera de Teatro

El Dogville de Von Trier ya planteaba una escenografía teatral: un croquis en el suelo que delimita los espacios, las habitaciones y avenidas, eliminando cualquier tipo de pared o puerta de forma material. Así, los ciudadanos de Dogville están expuestos con la llegada de Grace en más de una forma y generan, en su limitado espacio, un ambiente opresivo.

La escenografía de Félix Arroyo y Alberto Orozco mantiene la propuesta de Von Trier de manera bastante exitosa, y la pantomima de los actores, así como los efectos sonoros la hacen eficiente. Un ambiente de vigilancia invade la obra.

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Grace –nombre desde luego sugerente– (Ximena Romo) entra en el pueblo gracias al ánimo moralista de Tom Edison Jr. (Sergio Bonilla), quien convence a los habitantes de darle una oportunidad a la fugitiva para mostrar su valía y ser parte de Dogville. Para ello, debe trabajar y aportar algo al hambriento pueblo. Pero las exigencias de Dogville se irán volviendo cada vez más bestiales y la violencia se irá apoderando del pueblo conforme la presencia de Grace amenaza sus ficciones personales.

La miseria, la religión, la familia, la incongruencia intelectual y el miedo al otro, todos padecimientos de los habitantes de Dogville, los hace buscar recuperar el control, y encuentran una forma de ejercer poder a través de la violencia a un cuerpo extraño: el de Grace. Así, Chuck (Pablo Perroni), Jack Mckay (Luis Miguel Lombana) y Ben (Francisco de la Reguera) cometen abusos sexuales brutales; Vera (Claudia Ramírez) la transgrede emocionalmente hasta la súplica; incluso Jason (Jerónimo Suárez), una suerte de joven Rousseau entusiasmado por las nalgadas de Grace, la traiciona y le hace la existencia insufrible; eso entre muchas otras insospechadas ofensas.

Sin embargo, Grace se muestra aparentemente inmutable frente a las múltiples ultrajes que vive. Su compasión y comprensión parece estar por encima de las circunstancias.

¿Qué es más violento: ejercer la violencia contra alguien que muestra resistencia o contra alguien que resiste desde lo imperturbable?

Pero Grace, para el final de la obra, no será tan inalterable como se creía. Su avasallante caridad, bondad y perdón, se muestran como una arrogancia letal que decide no concederle la gracia a Dogville.

Antes del cierre de telón, Grace y el público se cuestionan: ¿Dogville la volvió violenta o ella hizo violento a Dogville? ¿Tú te has hecho ese tipo de preguntas? Quizá te interese entonces ver esta versión teatral del conocido film de Lars Von Trier.


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