At Eternity's Gate: retrato íntimo de los últimos días de Van Gogh
En los últimos meses de su vida, Vincent Van Gogh pasó una breve temporada en Arles en la que pintó 75 cuadros en solo 80 días. Justo en ese periodo se enfoca At Eternity’s Gate, el más reciente largometraje del artista plástico y realizador norteamericano Julián Schnabel, que constituye un homenaje fílmico de un pintor a otro, de un creador a un genio incomprendido que no recibió el reconocimiento que merecía en vida.
Con su nueva cinta, Schnabel regresa a uno de sus temas favoritos y recurrentes: el mundo interno del artista y las particularidades del proceso creativo, mismos que ya había tratado en su ópera prima Basquiat (1996) y en Antes de que Anochezca (2000). En la primera, revisando la turbulenta carrera del grafitero y pintor de origen haitiano-puertorriqueño Jean Michel Basquiat; y en la segunda la tormentosa vida del poeta y novelista cubano Reynaldo Arenas. Ambos con muertes vinculadas a las drogas y sus excesos, así como trayectorias meteóricas y prolíficas.
Siguiendo la estela de esas dos biografías, y dialogando con el virtuosismo formal y narrativo de La Escafandra y La Mariposa (2007) —que es hasta hoy su obra más completa—, Schnabel vuelve a utilizar la cámara subjetiva y la mirada del creador para construir un rompecabezas visual deslumbrante.
La búsqueda de “la luz” por parte de su personaje principal —un Van Gogh deteriorado en los límites de la locura encarnado por un espectacular Willem Dafoe— y la obsesión por pintar que lo caracterizó en sus días finales, son ingredientes más que útiles para un retrato caleidoscópico. En ellos, y en la admiración de quien sabe lo complejo que resulta ofrecer una visión del mundo a partir de un lienzo, descansan los principales atributos de una película memorable.