'Antes del Olvido': la resistencia por el derecho a la vivienda
Cuando acabó el proceso de conquista militar en el siglo XVI comenzó la construcción del Estado novohispano, por lo que la Ciudad de México tuvo que reorganizarse a la manera europea. A pesar de entusiastas ideas de que era la oportunidad de crear una ciudad soñada basada en los ideales de los pensadores renacentistas y que debía protegerse a los “indios” de los vicios de los europeos para “conservarlos puros”, se creó una trazo de la ciudad donde se separarían los barrios de indios y de españoles.
Como siempre la ley (en este caso, denominado ordenanzas) posee un ideal pero en su devenir cotidiano, los distintos grupos étnicos convivieron por fuerza de las prácticas económicas e incluso culturales en los múltiples espacios de la ciudad, eso sí, conservando claros y muy marcados niveles socioeconómicos.
Se construyeron vecindades, lugares en donde convivían diferentes grupos étnicos, como indígenas, afroamericanos, mulatos, mestizos, etc. Comenzaron a ser una solución de vivienda pero también provocaba el hacinamiento de personas. Para finales del siglo XVIII llegaron a ser 722 en el centro de la Ciudad de México, de acuerdo con el plano que mandó hacer el segundo Conde de Revillagigedo, Virrey de la Nueva España.
La vecindad consiste en una construcción con cuartos en donde vive una familia o un grupo de individuos que comparten ciertos espacios como baños o cocinas, además que todo esta ordenado en favor de un patio central. A esta edificación se le ha denominado “popular”, en el sentido, de que han sido las personas con menos posibilidades económicas las que han vivido ahí desde los tiempos novohispanos.
Desde los años 80´s del siglo pasado se ha intentado que sectores de clase media y alta, tanto nacionales como extranjeros encuentren atractivo tanto para visitar, trabajar y residir, como para invertir en la CDMX. Por ello se ha recurrido a desplazar a los sectores populares, expropiándose o destruyendo sus centros habitacionales.
Una vecindad no sólo es un modelo de vivienda, sino un micro universo de relaciones humanas, familiares y vecinales que pueden ser gozosas como sufribles. Debido a la presión que se ejerce en este nicho para que abandonen ciertas áreas de la ciudad, se han creado movimientos de solidaridad y resistencia para poder conservar sus hogares.
Ante la amenaza del desalojo, los inquilinos se unen solidariamente para salir de su ensimismamiento y luchar por una causa común. Esa es la propuesta cinematográfica de Iria Gómez Concheiro con Antes del Olvido (2019), la cual fue ganadora como Mejor Largometraje Mexicano durante el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF) 2019.
A diferencia de la forma habitual en que se han interpretado estos espacios para la cinematografía mexicana, en donde parece que ha habido sólo dos opciones: dibujarlo como un entorno popular donde sólo priva la fiesta y el folclor a pesar de las condiciones económicas o por el otro lado, una visión donde pinta a estos personajes que viven ahí como sujetos en una situación de pobreza, pero sin la capacidad de reflexión y organización colectiva, como si estuvieran sólo al vaivén del destino.
Contra estas dos visiones sin matices, Iria Gómez plantea un espacio complejo:
“Con Antes del Olvido, sabíamos que teníamos un reto porque es una película coral que tiene muchos personajes y a mi me interesaba que cada uno de ellos, aunque fuera un personaje muy pequeñito o protagónico tuviera realmente su humanidad a flor de piel, que mostrará realmente quiénes somos. Me preocupa cuando nuestro cine no nos voltea a ver, no vemos los rostros de América Latina reflejados en el cine”.
La realización de la película se convirtió en una propuesta no sólo cinematográfica, también es un ejercicio sobre la memoria para sus participantes. El trabajo de Iria Gómez conjuntó a 11 actores profesionales con más de 40 actores amateurs. La directora y su equipo merodearon buscando a sus personajes en La Lagunilla, Tepito y otros barrios de la ciudad para convencerlos de participar.
“Realmente me di el tiempo de trabajar con cada uno de los actores, aunque sólo fuera que tuvieran un diálogo y obviamente, con los siete personajes principales, para delinear su humanidad. ´¿Quién eres?, ¿Qué sientes?, ¿Qué te provoca el contexto en donde estás metido y el contexto de la película?, ¿Qué te provoca la idea de quedarte de un día para otro sin tu casa?´ Hablamos mucho sobre la memoria, sobre lo que significa para el ser humano”.
La mirada de la directora no proviene sólo de suposiciones, pues la vecindad donde está filmada la película fue su espacio de trabajo donde impartió talleres durante muchos años. Lugar donde vio los desalojos de forma recurrente.
“Fue importante para nosotros las experiencias de algunos de los actores que habían sufrido desalojos en sus vidas o algún vecino le había pasado. También la vida del centro, de vecindad, ¿Qué es vivir en una?, ¿Cómo es la comunidad? Porque no es fácil, a veces cuando decimos comunidad lo romantizamos, es difícil porque somos diferentes y de pronto no estamos de acuerdo y hay conflicto. ¿Cómo se lidia con ese conflicto?, ¿Cómo la vida íntima de vecindad sale al espacio público, al patio de la vecindad? Puede ser maravilloso o por otro lado, complicado”.
La premisa de la película es aceptar que somos una sociedad donde existe la cabalidad y que el éxito no sólo reside en la obtención de objetos, sino que debemos organizarnos con los otros para cambiar la realidad circundante.
“El cine mismo es un arte colectivo, de alguna manera reflejo, yo hago cine porque principalmente me une a otros, me hace colaborar. Mis ideas se engrandecen con las ideas de los demás, cuando estoy de acuerdo y cuando no, porque entro en debate y se pone en juego mi opinión. […] Era un reto para todos lograr la comunidad.[…]
Teníamos muy pocos recursos para hacer una película con costos de producción muy altos. Es decir, cincuenta y tres actores, más de doscientos extras, ocho semanas de rodaje. Estábamos filmando en La Lagunilla, muy cerca del barrio bravo de Tepito, que es un barrio complejo […]. El productor Rodrigo Ríos nos reunió a todos y nos dijo: ´Tenemos que aprender a hacer cine de otra manera para hacer esta película y armar un sistema de cooperativa, donde haya un régimen horizontal donde todos ganan lo mismo, el presupuesto se transparenta, todo mundo sabe en qué se está gastando los recursos´.[..] Todo eso saneo y posibilitó la película. El 80% de los recursos se utilizaron en los sueldos, para mí eso era lo importante: ¿Quién hace el cine? La gente. ”
Hay que preguntarnos: ¿Qué tipo de historias nos presenta el cine?, ¿Qué pasa cuando podemos vernos en ellas?, o ¿comprendemos mejor a nuestro semejante a través de estas historias?
Iria Gómez prometió que la primera función sería para todos aquellos que la realizaron, sus familias y amigos, las mujeres y hombres que compartieron el cansancio y pusieron su esfuerzo por crear una historia que identifica a muchas personas en nuestra ciudad.
“Hicimos una función lindísima en Tepito con seiscientas personas. Fue en el estadio Maracaná de fútbol del centro de Tepito. Estaban todos los actores, los extras, sus familias, mucha gente que no le creía a su hijo o su esposo que trabajan en la película.[…] Luego se hizo una función muy popular donde los niños corrían, se vendían cueritos, refrescos, alguien dijo: ´Va a haber película, hay que vender palomitas´ pero al mismo tiempo muy respetuosos con el tiempo de la película, guardaban silencio, pusieron atención. Yo ahí siento que cerré mi ciclo y que les devolví algo. Yo se lo había prometido, un día vamos a hacer una función para ustedes en el centro de Tepito”.
Antes del Olvido logró algo que mucho decimos y nos cuesta tanto hacer: comunidad.