por Aurora Villafuerte (@AuroraVllfrt) A Place To Bury Strangers se han ganado la fama de ser la banda más ruidosa de Nueva York, una declaración arriesgada si consideramos quiénes son algunos de sus conciudadanos. Desde los gigantes del garage The Strokes y Yeah Yeah Yeahs, hasta los furiosos The Walkmen y Parquet Courts, pasando por actos más bailables como The Rapture, o más enigmáticos como Interpol. Empezando en pequeños clubes en Brooklyn y llegando a ser teloneros de bandas como Nine Inch Nails y The Jesus And The Mary Chain, el trío se ha ganado ese título a pulso.
A Place To Bury Strangers es un oscuro secreto a voces, un grupo que ha heredado lo mejor de géneros como el post punk y el noise rock. Es curioso pensar cómo una propuesta tan audaz, única y trabajada no ha alcanzado mayor fama, pero al final del día, eso aporta al misticismo alrededor de la banda.
México ya había sido testigo de su bestial acto en vivo, pero nunca en un evento en solitario. El trío se presentó anoche por tercera vez en nuestro país gracias a la plataforma Bandtastic y el fondeo recaudado por los fans, siendo el recién renovado Pasagüero la sede del concierto.
Aunque algunos fanáticos presenciaron el soundcheck alrededor de las seis de la tarde, la mayor parte de los asistentes inundó la calle de Motolinía a partir de las diez de la noche. Largas filas se formaron a medida que los espectadores se congregaban en el clásico bar de la colonia Centro. El público era extrañamente homogéneo: chicas de short y altos tacones, chicos de cabello desaliñado y camisas a cuadros, y un poco de cuero en ambos casos.
Entre las diez y once se presentó la banda telonera, los capitalinos de Handkrafted Guns. Los triunfadores de la competencia lanzada por Bandtastic para abrir el concierto hicieron explotar temas que recuerdan a The Horrors, Joy Division y The Velvet Underground. La banda, que se describe a sí misma como “cinco amigos haciendo rock psicodélico”, tiene ya un EP bajo el brazo, Follow my steps 'cause I move in the correct way (2013, Iceberg Records). Su acto en vivo es atrayente y prometedor; ofrece guitarras cautelosas, bajos potentes y teclados atmosféricos, con la presencia de un frontman misterioso y reflexivo.
Dicen que medianoche es la hora en que las temibles criaturas nocturnas salen al acecho, y fue justamente alrededor de las doce que A Place To Bury Strangers salió a escena. En medio de una breve ola de aplausos y envueltos en el dramatismo del humo, estos monstruos del sonido arrancaron el concierto con “Deadbeat”. A lo largo del show, los de Nueva York repasaron temas de su más reciente álbum, Worship (2012, Dead Oceans) y revivieron algunas viejas favoritas de su discografía. Oliver Ackermann (líder del trío) ejecutó sus clásicos movimientos al elevar su guitarra en el aire y azotarse al tocar cada acorde en la misma. Ackermann no se detuvo a conversar mucho con el público, se limitó a saludar y a agradecer a los fans por haber hecho posible su visita. Dion Lunadon (bajista) estuvo muy en contacto con los asistentes, lanzándose incluso a tocar entre ellos. Robi Gonzalez hizo lo suyo tras la batería, destrozando oídos y haciendo vibrar el suelo cada que golpeaba los tambores.
En medio de distorsionados y amplificados guitarrazos que semejaban truenos y rugidos, A Place To Bury Strangers entregó un set de poco más de una hora. Puños en el aire, headbanging y hasta crowdsurfing ocurrieron del lado del público. Ver a este trío en vivo es una experiencia brutal que pareciera enviar pulsos eléctricos al espectador, provocándole mini ataques epilépticos como en el concierto punk soñado. Pero este no es un sueño, A Place To Bury Strangers es el caótico soundtrack de las peores pesadillas.
En medio de un juego de luces intermitentes, proyecciones manejadas por la misma banda y un demoledor rechinido de guitarra, los neoyorkinos tomaron un muy corto descanso. En los pocos minutos que estuvieron fuera, los fanáticos aclamaron y llamaron de regreso a la banda con aullidos (literalmente). Finalmente, el trío regresó para ejecutar un brevísimo encore.
Tras el concierto de ayer, ¿pueden A Place To Bury Strangers jactarse de ser los más estridentes? Sí, claro que sí. Aunque el mismo Oliver Ackermann tiene sus dudas sobre ser merecedor de tal título, su show en el Pasagüero ha sido evidencia suficiente para los mexicanos. Cuerdas, conciencias y tímpanos rotos es lo que ha dejado el paso de estos estadounidenses en nuestro país.