En medio de un momento particularmente interesante para el Cine mexicano arrancó el fin de semana pasado la décimo-primera edición del Festival de Cine de Morelia.Si bien para nadie es novedad que las producciones nacionales suelen tener éxito de crítica fuera de nuestro país –razón por la cual han ganado tradicionalmente una buena cantidad de premios– lo que sí resulta inédito, son los recientes resultados positivos en taquilla de una serie de cintas mexicanas en nuestras pantallas. Poco a poco, y ante el escepticismo de propios y extraños que se preguntan si es una tendencia o algo pasajero, parece que se van recuperando de manera gradual públicos perdidos para una industria que renace de sus cenizas.
Justo en esa coyuntura, el Festival de Morelia se enfila a su segunda década programando varios ejemplos de cómo la calidad y factura sigue elevándose. En el concurso de este año en la categoría de ficción, encontramos películas imperdibles que han triunfado en Cannes, Berlín, San Sebastián o Locarno, como Los insólitos peces gato de Claudia Saint-Luce, La Jaula de oro de Diego Quemada Diez, Workers de José Luis Valle o Club sandwich de Fernando Eimbke.
En el terreno del documental, y como ha sucedido de manera habitual en el evento, el asunto pinta igual de interesante con producciones como Quebranto de Roberto Fiesco, El cuarto desnudo de Nuria Ibáñez o Rosario de Shula Ehrenberg.
Así, el alto nivel de esta edición hace evidente que de la cantidad –un promedio de 70 largometrajes por año– está resultando una calidad que lucha por seguir recuperando semana a semana una mejor cuota de pantalla en nuestro propio mercado. A ello abonan mucho el trabajo de festivales como Morelia que, a fuerza de once años de constancia difundiendo buenas cintas, aportan un enorme grano de arena en un asunto tan complejo como conseguir que el mexicano regrese a las salas a reconocerse en su propio cine.
Roma no se hizo en un día. Tiempo al tiempo.
Originalmente escrito para Publimetro, 25 de octubre del 2013