Por @AlanisMoon
Un Vive Latino más. El más largo hasta ahora. Cuatro días que prometían, además de un cansancio casi insondable, polaroids mentales que quedarían hasta que las neuronas comenzaran a fallar… o, ¿será que Instagram funcione como nuestro álbum de fotos en la vejez? Sólo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, había que recopilar recuerdos.
Jueves. Día de escuela. Día de trabajo. Y también —por primera vez debido a la tristísima cancelación de su majestad Morrissey— día de Vive Latino. Los permisos inacabables para estar presente en la reunión de Zurdok, en el regreso de Nine Inch Nails. Para mí, el Vive no comenzó tan temprano. Pretensiones de ir a la Ibero en la mañana y pendientes por cerrar en cuanto al trabajo editorial de Ibero 90.9, hicieron que se me fuera el tiempo rápido y, cuando me di cuenta, ya eran las cuatro de la tarde y el festival había arrancado. Llamadas. Llamadas urgentes para apurar a los acompañantes que, supuestamente, ya deberían de haber llegado para irnos lo más velozmente posible hacia el Foro Sol. Pero como siempre, la ciudad es un enemigo voraz. Los tiempos se prolongan pastosamente hasta que uno encuentra la resignación. Ni modo, a leer un poco , ver la tele, comer fruta, cambiarse el calzado por uno deportivo y a esperar a que todos estuviéramos listos.
Cuando ya daban las cuatro cincuenta de la tarde, una vibración sirvió como aviso de partida. Llaves. Celular. Cartera. Chamarra. Boletos. Todo en orden para iniciar la travesía. Shot delas. Le gano el lugar a otra pasajera más desafortunada. Me excuso diciendo que en paseos tan largos me mareo con facilidad. Es verdad. Y arrancamos. Yo no sé ustedes, pero nosotros veníamos de la Ciudad de los Deportes —por la Plaza de Toros o el Estadio Azul— y el trayecto más obvio, es agarrar Viaducto. A esa hora, uno esperaría lo peor. Mágicamente, la avenida lucía repleta pero fluía como el agua que alguna vez cruzó sus caminos. Parecía que los astros se alineaban a mi suerte, pues algunas horas antes también se había cancelado una evaluación pendiente de mi única clase del día. Sonrisas y a sintonizar la radio para escuchar la transmisión de 90.9.
Mientras íbamos felices, riendo y contando historias, nos dimos cuenta que se nos fue la salida para doblar al Foro Sol. Maldiciones al aire… pero pronto se convertirían en palabras de consuelo, pues encontramos un estacionamiento que parecía prometedor: Salida directa al Viaducto sin la necesidad de pasar por la tortuosidad de Añil. 100 varos que, sin embargo, sabían a 10 pesitos. Y a caminar. Ya olía a Vive. La gente caminando rápido. Algunos con boleto en mano, otros tomados de las mismas, otros más, simplemente cantando alguna canción que querían escuchar. Todos pasamos por el mismo túnel de olor nauseabundo que, en algún otro día, seguramente sería un raping alley de terror, pero que hoy lucía como un punto más, que miles íbamos a recorrer.
La puerta 5. La legendaria puerta 5 no parecía tan repleta. Se podía transitar con tranquilidad. Qué bonito cruzar el umbral de un festival más. Pasos y más pasos. Agradecimientos mil al que decidió abrir las puertas más cercanas para ingresar al Foro Sol, sin tener que rodear todo y pasar por los puestecitos de chucherías. ¡Ya estábamos adentro! Y para empezar, una chelita de barril que costaba $ 90 pero que, dizque amablemente, te servían hasta el tope por 100 pesitos. Pos ya qué, sírvale como se debe, mai. Con brebaje en mano y energías intactas, mis dos acompañantes y yo, ingresamos al Vive Latino en sus XV añotes.
El Gozadero Dancing Club de Doritos vestía una pinta adhoc para su ambiente. Graffittis, luces de colores y beats para mover los huesitos. Tentador, muy tentador, pero no era momento de hacer parada ahí, así que continuamos a nuestro destino. Como soy el ser más desorientado del mundo, a mí me tocaba seguir a mis guías que, con suerte, me llevarían hasta el escenario principal. Y lo hicieron de muy eficiente manera. Ahí estábamos frente a frente con los muchachos de California conocidos como A Fire Inside o A.F.I. pa’ los cuates. Y ni yo, ni los demás éramos fans, pero nos quedamos a ver unas cuantas rolas. Me sorprendió ver al vocalista que yo recordaba con brillito plateado en los ojos y flequito bien planchadito —sí, por el video de “Silver and Cold”—, con un look bien ‘modewrno’ (sí, también con la pronunciación de las mamás) y mucho más “recatado”, como quien dice. Con un español para aplaudirse y sonando muy bien, creo que A.F.I. habrá dejado a sus fans bien contentos. No obstante, nosotros decidimos partir al que, a mi parecer, es el escenario más chido del Vive Latino: la Carpa Rockampeonato, también conocida por algunos como la pequeña Coachella, por aquello de las bellas palmeras que coronan su panorama.
La neta, nunca le he entrado bien, bien a of Montreal (sí, estoy bien güey), y puedo decir que ha sido un gran error. Creo que ya sobra decir que no son de Montreal, sino de Georgia, Estados Unidos, pero lo que no sobra es puntualizar su presencia en el escenario. Muchas referencias vienen desde que los escuchas. Tienen tintes tropicales, psicodélicos, glam, funks y electrónicos, todos combinados para hacer canciones que te hacen menear la cabecita o los pies de la manera más natural. Además, estéticamente vienen bien ataviados con ropajes y visuales que hacen que te quedes hipnotizado, aunque como yo, no los conozcas tan bien, como los muchos fans que saltaban a los pies de la banda. La última rola que tocaron, “The Past Is A Grotesque Animal”, me voló la cabeza. El primer gran momento de mi noche. Si pueden chéquenla, aunque eso sí, no les prometo que tenga el mismo efecto que en la actuación en vivo. Aplausos abundantes.
Con los labios contentos, era momento de la primera parada técnica, patrocinada por la deliciosa cerveza de barril comprada y consumida minutos atrás. Al salir, el primer avistamiento de un caído. Un individuo de rastas y ropa empolvada, se tambaleaba peligrosamente víctima de envenenamiento con alcohol. Daba vueltas en el mismo lugar, mientras los demás se esforzaban en evadir al perdido sujeto. Salud por ti, hermano, ojalá hayas llegado con bien a tus aposentos. Ni hablar, era momento de tomar lugar para ver un legendario regreso.
Zurdok marcó mi formación musical. Aunque no me tocó el apogeo de la Avanzada Regia ni mucho menos (tengo 22 años), el bagaje que me dejaron primos y conocidos, hizo que la banda de Monterrey se convirtiera en una de mis favoritas desde pequeño. Luego también seguí la carrera solista de Chetes o el afortunado proyecto conocido como Vaquero, siempre siendo fan. Y, aunque sin Martz —que, mientras, gusta de despotricar en contra de su antigua banda—, Zurdok me emocionaba mucho, muchísimo. Una zeta y una ka circuladas que ponían la piel chinita. De repente, la banda completa. “Si me hablas al revés” fue interpretada. Yo creo que sí hubo varias voces de chavorrucos roncas al otro día, y voces roncas en general también. Desde 2002 se fue condensando la olla de pasiones para estallar en este Vive Latino. Y el set fue impecable. Fue cumplidor y con un sonido impecable. “Abre los ojos”, “Nadie te quiere ver”, “Hombre Sintetizador”, “Luna”, “Estático, “Tropecé” —con Jay de la Cueva incluído—, “Si me advertí”, “¿Cuántos pasos?”, ¿qué más se puede pedir? Sí, es verdad. Hacía falta el lado más pesado de los regios. Cuando llegaba el final de la presentación, salió una figura conocida, rechoncha y de voz característica. Enseguida los gritos se intensificaron, el Pato Machete cantaría la más grande oda a un falo: el “Gallito inglés”. Seguro que nos vemos el 30 de mayo en el Metropólitan para cantar de nuevo, Zurdok.
Con las piernas más cansadas de lo esperado, mis dos acompañantes y yo, decidimos ir a descansar un poco. Para dicha acción, escogimos una banquita al lado del Gozadero Dancing Club, mientras una pareja de novios era separada por una buena samaritana que vio que la mujer traía ganas bárbaras de desfigurar el rostro del joven, Pablito Mix tiraba rolas. Ni muy bien, ni muy mal, Pablito simplemente puso rolas que, en palabras del buen Lic. Dabidson, no eran del característico sonido Neza-cumbiatonero que se hubiera disfrutado más. En fin, la descansada sirvió de buena manera y emprendimos el viaje de regreso para ver a Trent Reznor.
La hora industrial había llegado. NIN es cumplidor, siempre. Qué voz de Reznor. Sus gritos mientras se aferra al micrófono con las dos manos, son bien padres. ¿Qué se puede decir de Nine Inch Nails? Aquel muchacho que lucía francamente perturbado en sus primeros trabajos y que luego fue adaptando un estilo propio, a un modo de hacer música que atrajera a más gente, hoy está convertido en una de las estrellas musicales más altas del firmamento y, después de una pausa, con bríos renovados regresaba a una ciudad que le quiere harto. Pero, ¿dónde quedaron los escenarios increíbles que impactan al espectador? Trent prefirió la sobriedad de algunas luces y le apostó todo a la potencia de su música. Algunos lo tomarán como algo bueno, otros como que algo le faltó, lo cierto es que yo —después de salirme de la multitud para encontrarme con mis queridos colegas del Mercado Negro, Rocko y Adriancito— canté a todo pulmón uno de mis temas favoritos de la vida jamás: “Hurt”, canción que cerró la velada para mí y los míos.
Decidimos irnos y ahorrar energías. No nos quedamos a ver el “Corona Capital” vociferado por Diplo, pero ganamos horas de sueño que, al día siguiente, apreciaríamos sobremanera. En fin, tomamos el auto, y nos enfilamos a nuestras casas a soñar bonito, pues el viernes, Arcade Fire pisaría el escenario.