#Vintage909 ‘Entre el cielo y el suelo’ – Mecano
En una España post-franquista; mientras las salas de cine exhibían películas de Fernando Trueba y Pedro Almodovar, los jóvenes flipaban con los versos libertinos de Eduardo Haro Ibars o Leopoldo María Panero, el vandalismo poblaba las avenidas con rótulos grafiteros de un tal Muelle y el arte se empalmaba en las pinturas del Hortelano o Ceesepe. Todo esto redondeado por el paternal amparo del alcalde de la ciudad, Enrique Tierno Galván, que le dio carta abierta a la noche madrileña al ponerse la peluca en el programa de TV de Javier Gurruchaga. Era la época de “La Movida”.
Fue en este período, de revuelta nocturna y experimentación juvenil, en la que surgió un trío al que muchos tachaban de pijos y que -influenciados por el synth-pop inglés- con letras cotidianas y púberes pegaron con todo en 1982 con su disco homónimo, Mecano. A pesar del éxito de los hermanos José María y Nacho Cano con la voz de Ana Torroja, la compañía discográfica CBS aún era dubitativa con el grupo, sobre todo después del bajón de ventas de sus dos álbumes siguientes, ¿Dónde está el país de las hadas? & Ya viene el Sol, en los que la premura de producción en años consecutivos tuvieron su repercusión en el plano al que la compañía discográfica más le dolía. Es así como los deja libres después de un disco recopilatorio en concierto que tampoco despuntó.
Justo hace 30 años, su cuarto disco salió a la luz bajo la tutela de BMG-Ariola, que apostó por la evolución de un grupo que tímidamente dejaba un poco de lado el techno-pop, que comenzaba a quedar en el olvido, y ofrecerían un poco del sonido más bien ecléctico con el que este álbum aún suena en la radio de toda Hispanoamérica.
El título elegido para esta producción fue “Entre el cielo y el suelo”, grabada en Londres y Madrid en cuya portada entre azul y sombras poco contaba de su contenido, pero que a la distancia, la mirada al horizonte de José María parece un preámbulo de la conceptualización lírica que nuestros oídos todavía intentan descifrar después de tantos años.
Se puede dividir este álbum, como los consecuentes de Mecano, en dos partes; los diferentes temas fueron producidos por separado, cada uno de los hermanos Cano se encargaba de esculpir sus tracks por su cuenta en una competencia que hasta este punto, y con la venia de la compañía discográfica en turno, era dominada por Nacho, que introdujo el sonido sintético y pegajoso con el que tradicionalmente se conocía de la banda. Por otro lado, la visión más variada y profunda, tanto en ritmos como en letras, con la que José María se potenciaría como el gran compositor, que ya era para otros artistas pero que no tenía el peso en su propia agrupación. Mientras la voz de Ana amalgamaba las ideas de cada uno de ellos en una particularidad que rompía esquemas de género en aquella época, las historias masculinas contadas en la voz de una mujer.
El paseíllo comienza con el primer single del grupo “Ay qué pesado”, dedicatoria de Nacho a su hermano con el típico sonido synth de los inicios de la banda; melodiosas, románticas, bailables, cotidianas y sencillas, como “Las curvas de esa chica”, “No tienes nada que perder”, y la mayoría de sus canciones incluidas en el álbum. Tal vez la única canción que sale de sus estándares, y esté más emparentada con las letras de José María, sea “Ángel”, una crítica apocalíptica e irónica de la impaciencia humana.
Dado que el primer single no tuvo el éxito esperado la banda se arriesgó a lanzar un tema que rompía sus esquemas, en un intento por alcanzar a un nuevo público. Esta apuesta se llega a escuchar en cualquier ciudad del continente; la historia de una traición urbana que bien pudo haber salido en el Alarma, con metáforas e imágenes que atrapan invariablemente nuestra atención sobre la frustración de la vida en pareja y el escarnio público, y religioso, de la infidelidad: “Cruz de navajas”.
Con el título del álbum incluido en la letra, el tercer single de este disco es un piano y un violín que recuerda que la queja es inversamente proporcional al dolor. Con el uso de anuncios de pastas de dientes como parche de la desgana, “Me cuesta tanto olvidarte” es una de esas canciones sin estribillo en las que el poema sobrevive aún sin acompañamiento y se recita con sufrimiento.
Cuatro meses después, el siguiente sencillo que presentó Mecano también es un interesante y socarrón paseo nocturno con los espíritus de un camposanto, más ibérico y festivo que las tascas de los vivos. Toda una procesión que recuerda lo efímero de la mundanidad, como se canta de manera casi imperceptible al concluir el tema; “Finis gloriæ mvndi homini” (El final de la gloria del mundo de los hombres). Sin que en realidad se haga mucho caso de su sarcasmo, porque “No es serio este cementerio”.
Otra canción legendaria marcó el verano del ‘87 en los primeros lugares de los tops radiofónicos: Se trataba de una historia épica propia de la mitología singara que vive en la cultura popular, como si fuera una tradición milenaria. Rechazada en primera instancia por Isabel Pantoja, al igual que “Cruz de navajas”, José María Cano escribió la canción más versionada de la banda, en la que Ana Torroja hace gala de lo que se podría llamar “nueva copla”: la tragedia gitana de “Hijo de la Luna”, que incluso tradujeron para incursionar en el mercado italiano.
Entre el cielo y el suelo está el mundo terrenal, incluso el infierno está debajo del cerúleo techo celestial, y fue el álbum punto y aparte de maduración de un grupo pop español sin el que no se podría explicar la evolución comercial de la música. Mecano pasó de ser un pecado culposo o meloso, a traspasar generaciones y quitarle el sombrero a sus más castrenses detractores que encuentran rastros de humor y narrativa negra en sus creaciones, sobre todo en este álbum del que, de manera inevitable, se conoce al menos una canción.