Por Almendra Hernández y Marta Pallares
¿Pero a quién en su sano juicio se le ocurriría mandar a la más joven del equipo de Panamérika y a la única extranjera a cubrir un festival urbano, que pondría en jaque al defeño más experimentado? Pues en plenas facultades mentales, a nadie; pero nosotros lo hicimos, a ver qué pasaba. El objetivo: ver el máximo número posible de las 70 bandas presentes en el festival Marvin; el campo de batalla, la Ciudad de México.
Empezamos mal con el experimento; y es que no sabemos si condicionadas por ese 13 que acompañaba este año al evento, la mala suerte nos golpeó desde que salimos de la casilla número 1, marcada en el escenario Panamérika del Pata Negra. Que si dónde está la galería de arte urbana que debería estar en el camellón de Nuevo León, que por qué no encontramos en Michoacán la estación Break con los camioncitos que nos deberían llevar hasta el Foro Insurgentes. Que si qué calorón. Que si igual estamos mirando el mapa al revés, ¿a poco?
La cosa no tenía visos de mejorar cuando, tras un par de intentos fallidos de encontrar esos “canvas de gran formato” que anunciaba el festival, y sintiéndonos unos auténticos fracasos en el mundo del periodismo de calle, decidimos entrar al Caradura para ver a Mooi: para cara, la que se le quedó a una de las intrépidas reporteras al recordar que en ese local es absolutamente obligatorio mostrar una identificación para entrar. Identificación que, oh sorpresa, no cargaba consigo. Ya más tarde, la buena fe de unos padres amantes solucionarían ese problema, pero por el momento nuestra primera experiencia en el Marvin no podría ser más desconsoladora. Nuestra travesía hacia el norte de la ciudad se antojó como en el puro desierto: bajo un sol de rigor, pasándonos de mano en mano las provisiones de agua y por el momento, sin avistar mejoras en el horizonte. Afortunadamente, lo bueno no tardaría en llegar.
Ambas con la cara brillosa del calor, nos metimos al Foro Insurgentes a ver a Oddó, nuestra primera presentación oficial del día. No valió mucho la pena comprarnos un agua de a litro para calmar el calor (que para este punto del día estaba en su punto más crítico), porque como en casi todos los venues del #Marvin13, en la entrada nos la quitaron junto a nuestras pertenencias “sospechosas”, o sea, un par de aspirinas y una manzana.
El Foro Insurgentes es sorpresivamente cómodo; decimos sorpresivamente, porque por fuera se ve como cualquier otro edificio de eventos medianos que podría estar una calle de la Roma cualquiera: en su amplio interior hay sillones adornados alrededor de un montón de meseros “apingüinados” que ofrecen cerveza, y tiene toda la pinta de haberse quedado atorado en otra época, en una de oro donde seguramente tuvo momentos mejores… como cuando sonaba “Yes Sir, I Can Boogie” de Baccara en las rockolas, canción que nos dio la bienvenida al lugar en la muy celebrada versión de La Gusana Ciega. Aunque la escuchamos de lejitos, igual y era una de esas señales divinas indicadoras de que nuestra expedición iba a agarrar mejor color.
Como la presentación del chileno Oddó iba tarde, no nos quedó más que – a falta de más capital– repartirnos media y media cheve en unos vasotes de a litro y tanto. Fueron como 35 minutos de convivir con compas y buenos conocidos que encontramos, esperando también un show que al empezar consiguió borrarnos los pendientes que nos traería tal retraso en nuestra agenda. Oddó es un tipo sencillo en su interpretación, que no necesita más que un bajo y una lap para volver el ambiente del lugar en uno completamente nocturno (ambiente al que contribuyen mucho sus gestos despreocupados y un traje elegante que lo convierten un músico extra suculento); añadiendo eso a la oscuridad del interior de la sala, se resaltó mucho el lado funky de las canciones. Oddó nos transportó a un club nocturno de los 80 con sus luces de neón y todo su ambiente retro, nada más nos faltó nuestra bola disco y eso que apenas eran pasaditas las tres de la tarde.
Debemos confesar que una de las razones por las que no llegamos a ver a Sistemas Vocales al King’s Pub es que una de las partes de este equipo quedó muy atolondrada por el appeal del músico y no quería partir, pero también tuvo mucho que ver el retraso de la presentación y que camino allá decidimos bajarnos por un poco de efectivo para sentirnos menos indefensas. En fin, jamás conseguimos ni cajero, ni llegar al dichoso Pub del rey, así que hicimos una parada para satisfacer nuestro apetito antes de que éste nos devorara a nosotras.
Pero entre el despiste y la indecisión de la extranjera y la más joven, es decir nosotras, fue difícil hallar un lugar para la comida: primero nos sentamos en un lugar italiano imaginándonos ya con el colmillo clavado en una pizzeta, y a los cinco minutos por aquello de las prisas terminamos levantándonos de nuestra misma y optando por huir con dos generosos bagels de salmón para llevar.
Y para no volver a llegar tarde a nuestro segundo concierto del día caminamos hacia la Mezcalería Mil Amores atragantándonos la comida, todo con tal de alcanzar a Los Viejos, quienes nos dijeron traían un muy buen quórum. Y entre que nos acabábamos el bocado, dimos el paso platicando de amoríos platónicos (y no tan platónicos), así que se nos pasó el trayecto de volada.
Y qué bien hicimos en recuperar fuerzas antes de lo que se avecinaba… porque no hubiéramos sospechado jamás la locura que desatarían Los Viejos en La Mil Amores. Que el mezcal es un alcohol del demonio, lo sabemos todos de sobra; lo que nadie imaginaba era el infierno sónico que se desataría en esa mezcalería. Acercándonos hacia el local ya vimos una auténtica multitud ante sus puertas: celulares en mano, grabando como buenamente podían la locura que se estaba desarrollando dentro.
La banda define su música como “punk para descalcificar huesos”, y damos fe (porque sí, estas señoritas consiguieron y se atrevieron a entrar) que con la temperatura que se alcanzó en los escasos metros cuadrados del local, podrían descalcificarse rocas provenientes del mismísimo Popo. Qué manera de sudar. Qué pogos en las primeras filas (y no tan primeras). Qué ritmos brutales. Y por si los ánimos no estuvieran suficientemente caldeados, qué enfermera sexy sobre el escenario rociando a los asistentes con una pistola de agua: como mínimo, desde la distancia creímos que era agua, pero al terminar el show las manchas que vimos en muchas playeras y los testimonios de los aguerridos asistentes más bien nos llevaron a pensar que era… chamoy. Ajá, chamoy. Ya pueden exclamar tantos “¡guácala!” como quieran.
Aquí llegó uno de los momentos más tristes de la jornada, casi tanto como cuando nos quitaron nuestras agüitas en la puerta del Foro Insurgentes: las obligaciones de una con Ibero 90.9, y la obligación (moral) de la otra con el post – rock, separaron nuestros caminos. Como si no corriéramos ya suficiente peligro de perdernos juntas, va y nos arriesgamos a tomar rutas distintas… ¡benditas!
Ruta I: Marta, la extranjera
Así que el primer (y único) check – in del día en el Cinespacio 24 sería de la mano de los tijuanenses Deck B; esperando su entrada a escena, se empezaban a acusar los primeros signos de cansancio en los asistentes, ya sentados por el suelo del local sin ningún decoro (y muchas chelas en las manos). La separación del equipo, por suerte, no implicó nuestra soledad; y es que en festivales como éste, lo complicado es no encontrarse con conocidos y buenos amigos. Así que en compañía pudimos disfrutar del proyecto de Fernando Castillo y José Astorga, una propuesta post – rock con elementos electrónicos y guitarras poderosas que por desgracia, no atrajo a tanto público como hubiera merecido.
A la salida pudimos ver, no obstante, que hay quien cuenta todavía con menos audiencia: y es que en el camellón de Álvaro Obregón se había instalado un quinteto de jazz que, seguramente atraído por el incesante flujo de personas con pulseras rosadas en la zona, pensó que podía gozar de sus quince minutos de fama aprovechando el tirón del Marvin. No sabemos si los consiguió, pero aparentemente lo estaban pasando muy bien; y nos alegramos, que la música también se trata de eso.
Quienes la entienden como compromiso son La Banda Bastön, que pusieron “toda la banda manos al aire” en el King’s Pub; la casa se quemó con un local hasta la bandera de público cantándole a los kilos de rap de la formación. Vienen de Baja California y como se preocupan de remarcar en una de sus rolas, llevan rapeando desde los 90, con lo cual la veteranía se les presupone. Y la actitud de lo más prendida del público, confrontada con el cansancio ya más que notorio de la reportera extranjera, demostró que en el D. F. se les esperaba con ganas.
Pero la idiosincrasia de la ciudad no conoce de festivales, espacios de arte al aire libre u centenares de personas recorriendo las calles pulsera en mano; y puntualmente, la lluvia hizo acto de presencia sin importarle lo más mínimo nada de lo arriba mencionado. Afortunadamente a la mitad del equipo sólo le quedaba un desplazamiento, hasta el Covadonga, con lo cual se impuso un trayecto en la Break Camioneta. Y qué buena idea, pues el conductor llevaba prendida la radio a todo volumen… con Ibero 90.9 retransmitiendo en directo el concierto de Las Amigas de Nadie. Nunca el tráfico defeño había parecido tan agradable.
Ya en el Covadonga, topamos con la burocracia; y es que la famosa pulserita no daba acceso a todos los conciertos, sino que algunos requerían de un pase especial. Pero como podemos ser algo despistadas pero no tanto, no nos falló la organización: boleto en mano, una de nosotras subió al Covadonga Salón para calentar motores con Le Baron y esperar a los grandes cabezas de cartel, The Big Pink. Entre los dos actos, además, hubo tiempo de bajar unas cuantas escaleras, hacia la Cantina, para ver en directo a Deer Murray: esta propuesta canadiense – mexicana lució bien las rolas de su EP Songs From An Apartment, que nos sonaron a un synth – pop dulce, muy efectivo sobre el escenario y que prendió los ánimos del público. En algunos casos, quizá incluso demasiado teniendo en cuenta la temprana hora y el estilo de la banda… ¿pero quién somos nosotros para juzgar los estilos de baile de nuestros congéneres?
Y precisamente bailando fue como la mitad barcelonesa de este combo terminó el festival: y no precisamente poco, en consonancia con el resto de mortales que asistió al conciertazo de The Big Pink. Reconvertidos en trío pero sin perder ni un ápice de energía, más bien al contrario, cabe destacar. A esas horas, que parecían de madrugada pero tocaban apenas las 21.30 de la noche, los marvinianos estábamos ya más que deseosos de ritmos electrizados y melodías coreables; y aunque las tuvimos, no esperábamos el giro darks que la formación dio a algunos de sus temas más conocidos. Ganándole potencia y profundidad a la pérdida de toques pop, los británicos subieron la temperatura de una sala gélida unos minutos antes (¿de veras es necesario tener el aire acondicionado como ajustado a los biorritmos de un pingüino?); quienes ya les habíamos visto nos quedamos mudos ante la oscuridad sintética que tomó el repertorio, y quienes se estrenaron probablemente se sentirán tentados a repetir.
Ruta II: Almendra, la más joven
Después del tremendo sudorón culpa de Los Viejos, corrí a reportear desde el Salón Covadonga y de paso reunirme con mi otro pet festivalero, es importante la retroalimentación de las experiencias y sin mi dupla extranjera, ¿con quién se supone que iba a pelotear?
El #Marvin13 resultó una especie de reunión de celebridades de la escena local, la dinámica callejera lo ameritaba: Emilio Acevedo de Titán, Hugo Robota y demás amigos estaban afuera del Covadonga por ahí de las 6:15 pm aglomerados para ver la presentación de su compadre Martin Thulin. De nuevo la gente que se juntó para ver a por lo menos uno de Los Fancy Free en acción era poca, aún así alojados por el ambiente flashy de la cantina, (el escenario estaba pintado por reflectores verdes y rojos más la bruma arrojada por una máquina de humo), disfrutamos de la elegancia de este huesudo ojiazul que además presenta producción nueva: I Rather Be Transparent than a Shadow in the Dark.
La elegancia de las melodías psicodélicas pop fueron alargadas oportunamente por el eco producido por los muros del lugar, y tal vez no habrán sido apreciadas por mucha gente, pero creemos que el rock sabor champagne espumosa de Martin Thullin, se disfruta mejor en la intimidad de una turba discreta.
Llegó la hora de los headliners: un alivio para los adolescentes transparentes de Foxygen (¿será que Westlake Village, es el único lugar de California donde no pega el sol?) que el hype que les ha generado su trabajo en la blogosfera, les mereció una muy basta convocatoria. Y aunque terminamos ahí por pura curiosidad, culpa de leer apreciaciones firmadas gringas, el vivir la experiencia en carne propia de unas crías tan expresivas que traen de vuelta ecos míticos de The Who, Rolling Stones, Bob Dylan, The Velvet Underground, pero re procesados por la creatividad de unos chavitos melenudos que seguro no pasan de los 20, valió todo la pena. Ellos retoman mucho ruido del pasado que luego entregan en una misma rola que da lugar para que el vocalista explote su demencia en una histriónica interpretación, que nos invitaba a todos a volvernos locos como él, por lo menos durante la hora que duró su tocada...
La verdad de ahí salimos muy volados y entre la emoción y que no llegaba el camión de @QuiendiceBreak por el chipi chipi, apenas y nos dio tiempo de comer un refrigerio y dirigirnos al otro lado del corredor a ver a Bill Yonson, el penúltimo acto que se presentó en el escenario en Caradura.
Ya para esa hora, aproximadamente las 9:30, los actos principales habían terminado, por lo mismo la gente que quedaba en pie era la que de veras tenía ganas de exprimirle todo el jugo a su pulsera #Marvin13, o la que de plano ya estaba muy “alcoholtenta”.
Bill Yonson hizo su set frente a un foro poco poblado en el que se encontraban otros compadres de la misma escena como María y José y Los Macuanos, y por ahí los 424 quienes contemplaban de lejos al chihuahuense desde un sillón. Es un hecho que el público del festival no iba mucho con la guapachosidad de Bill Yonson, sus beats tropicales y su flow reggaetonero alentado nomás no lograron hacer click con el ambiente, pero lo que sí vimos fue a un par de parejitas besuconas que se aprovecharon del cover a “Baby te quiero” de Nigga para demostrarse el amor que tal vez no habían podido darse tan despreocupadamente durante las otras presentaciones.
Así que con tan buen sabor de boca (y porqué negarlo, con el cansancio en el cuerpo y la responsabilidad de escribir este texto… ejem) la invitada del otro lado del Atlántico y la más joven del equipo decidieron bajar su particular persiana del Marvin 2013 en el momento en que los pies ya empezaban a doler y las palabras aún no escritas se acumulaban en la punta de los dedos. ¿Alguien creyó que no íbamos a superar las duras pruebas del festival Marvin? ¡Tomen esta crónica, pues!