#Marvin13 Escenario Panamérika: cada loco con su tema y cada iglesia con su fiesta

Por Claudia Jimenez

Mi experiencia en el festival Marvin este año fue un tanto atípica, un ejercicio diametralmente diferente a la lógica que tiene el festival de por sí. Mientras mandamos a las demás a andar de saltimbanquis de un foro a otro, sorteando los inconvenientes de nuestro bello barrio (La Colonia Roma y la Condesa) entre sudores, sed, calor, distancias y venues atascados, yo me quede sedentaria y perennemente (junto con mi buen amigo Jardón, quien tomó todas las fotos) en un solo escenario: el Panamérika. Voy a confesar que sí hubo un momento en que hubiera agradecido salir a pasear un rato y estirar las piernas mínimo, pero la mayoría del tiempo agradecí haberme quedado en el Salón Patanegra, sobre todo porque pude apreciar un discurso general compuesto de actos distintos pero con sustancias comunes, y eso... sí fue muy disfrutable.

Hagan el experimento un día. Estamos acostumbrados a consumir discursos fragmentados, pequeños episodios musicales, y correr de un lado a otro, en un zapping vivencial, que ya es parte de nuestro folclor, pero que no nos deja tomar partido frente a lo que estamos viendo, o, en el mejor de los casos, escuchando. Quedarse estacionado en un único espacio genera otra sensación; no les puedo decir si es mejor o peor, es otra, es la misma que se genera al quedarse sentado contemplando flujos urbanos por horas en un parque o una plaza, hasta encontrar patrones en las cosas. Algo así me sucedió. Ya sé, tal vez me pasé de contemplativa, y como resultado de eso podría decirles que el nuestro fue el mejor escenario pero no lo diré porque quedaría desacreditada; primero porque aquí trabajo y segundo porque es lo único que vi del #Marvin13. Lo único que sí puedo publicar, con toda certeza, es que no hubo acto alguno que no haya disfrutado.

424 (6)

Pero vamos de lo general a lo particular, si se puede. Partiré de una reflexión que me dio vueltas durante toda la jornada ¿Qué tipo de personas son los músicos de hoy día? ¿Qué comen que son tan raros? Sí son raros; digo, ya todo es raro y ya hay muchos raros en el mundo, pero los músicos son de los más raros. Tal vez sea aquella bohemia que los envuelve como estigma social, o tal vez sí tengan un estilo de vida muy relajado, o tal vez sí se reúnen a echarse unas chelas (ahora unos mezcales) y chupar todo el día mientras tocan la guitarra y otros instrumentos y cantan canciones en coro (que seguramente aprendieron de las fiestas bohemias de sus padres hippies…o igual y estoy proyectando las fiestas adultas bohemias que a mí me tocaron cuando era morra). Afortunadamente (aunque para algunos esto habrá de ser un infortunio) dejaron de ser rockstars adinerados y se convirtieron en personajes urbanos comunes y corrientes que se mueren de hambre igual que todos nosotros pero que se interesan por otras cosas, a veces menos predecibles, otras tantas frívolas, a veces más naturales, a veces muy comunes y muchas veces tan vulgares… son raros… ¿qué harán? ¿qué pensarán sus papás? ¿Cómo serán sus casas y sus cuartos, cómo vivirán? ¿Fumarán marihuana sin control? ¿su mamá les seguirá cortando el bistec de la comida en trocitos cuando llegan de un toquín? ¿a qué se dedicarán por las noches y durante el día? ¿qué tipo de objetos les gustará comprar?

Digo, estas dudas no son nuevas, y, vamos, yo misma sé que tampoco son para exagerarle tanto, pero es que el sábado era imposible no detenerse a pensarlo cuando: me tocó ver gente con sombreros de mapache, morros que se ponen trapos en la cabeza y una gorra, apuestos vocalistas vestidos con collares de chaquira y huesos de animal, otros morros con playeras cósmicas y gorra de trailero; pelirrojos andróginos con un corte de cabello impensable, descalzos, y con lentes de 8 bits comiendo plátanos sobre el escenario; güeyes de traje tocando con pelirrojas de vestidos ultra-guangos y plataformas plateadas; morras con vestido de calaveras, y morros con look geek gritando como enajenados. En fin, vaya un aplauso sincero a todos estos personajes que desfilaron por el mismo escenario en el que yo me quedé, porque si Lewis Carrol fuera hipster, les hubiera escrito una novela. ¿Ven por qué me gustó tanto quedarme ahí?

Caloncho (3)

Y después del extenso prefacio pseudo-reflexivo, no me queda más que contarles quién y cómo tocó en el escenario Panamérika durante el festival Marvin 13, porque a fin de cuentas es lo que interesa y lo que paga mi renta. La jornada comenzó con 60 Tigres que hicieron muy bien lo suyo, y lo suyo es un rock clásico regio, estilo Nena o Jumbo, que le tira un poco al espíritu de los Amigos Invisibles, con letras cotidianas, de mucho humor que bien pueden poner a bailar a quien los escucha o hacerlo mover la patita mientras platica con alguien más. Lo que sí es que, como buenos regios, ejecutan perfectamente su música, a pesar de que el venue no es para nada amigable con la buena acústica.

Lo que siguió fue un adorable acto über-trashy de el María y José. Tony Gallardo es un chico malo de ojos sospechosamente rojos, pero también es un confidente de sus fans, debajo del escenario la pandilla coreaba sus canciones y él se acercaba a ellos para saludarlos y cantar juntos, mientras se echaba unos tímidos pasitos de baile igual de trashys que su música y que le quedan muy bien a su acto, eso sin contar el factor misterioso de ponerse una pashmina en la cabeza, junto con una gorra, y que a mí me sigue pareciendo un muy fino statement de anonimato juvenil contemporáneo. Con sólo una compu y dos aparatejos para mezclar, el María y José dio fe de lo que hace: música de computadora que en vivo no suena a otra cosa que a música de computadora (él mismo se reía y se jactaba diciendo que estaba haciendo playback), pero con un agudo gusto por la electrónica, una herencia musical regional (que ya está mucho más incorporada y domada) y unas letras que son como balazos fronterizos, crudos y hostiles. ¡Ah, como gusta! Y lo digo porque el Pata Negra estaba lleno de morrillos que coreaban y bailaban frenéticamente no una, ni dos, sino todas sus canciones. Yo también quedé convencida.

Maria y José (1)

Después llegaron los extranjeros: 424 vinieron desde Costa Rica, y esta no fue la primera vez. Para mí sí, y quede satisfecha con lo que hace este cuarteto, no puedo decir que es el estilo de música que me gusta, pero sí diré que me gusta cuando las bandas tocan muy bien. Si tenemos que poner referentes, 424 suena parecido a Zoé (y esto debe ser gracias a la influencia de Phil Vinal) con toquecitos de Soda Estéreo y seguramente sí son fans de Radiohead. Pero lo verdaderamente destacable de ellos es que todos se toman en serio su papel, su vocalista canta muy bien, y los demás músicos (guitarra, bajo y batería) tienen mucha presencia. Se nota el trabajo que dedican a lo que hacen porque con notable disciplina y garra salieron a tocar y ofrecer un show muy ameno y atractivo para un público que los conocía poco pero que terminó aplaudiendo bastante.

Y después de que ellos terminaron, subieron un par de excéntricos a hacer soundcheck al escenario, y la verdad es que me quedé sin entender lo que pasaba hasta que comenzaron a tocar. Caloncho es un músico de Guadalajara cuya onda debe ser el freak folk porque tiene algo muy parecido a Devendra Banhart en su estilo, pero lo cabrón es que no sólo lo toca, sino que lo personifica. Un set semiacústico fue presentado por Caloncho –quien tocaba la guitarra y la batería– y su compinche, que tocaba el bajo, y que parecía salido de una letra que pudo haber escrito Ween, y que era un pelirrojo que no entendimos bien cómo llegó a ser como es, porque tiene una apariencia extrañísima, andrógina y sumamente misteriosa. Tocaron mientras comían plátanos y la gente disfrutaba un set que sonaba como un ponche frutal radical y acústico. Adorable.

Caloncho (2)

Para seguir con la pelirrojés, subió al escenario Pamela Rodríguez, desde Perú, con la actitud más buena onda, un timbre de jilguero enamoradizo y mal portado, acompañada por Andy Mountains y el bajista de Nos Llamamos, en un idilio fugaz como banda. Subieron a tocar para enamorar a todo un séquito de peruanos, fans de Pamela (y del Perú) que corearon sus hits y le pidieron que repitiera una canción….¡y lo hizo! Tocaron dos veces “Mantra” y una interpretación muy divertida y castellanizada de “I don’t wanna grow up” de Tom Waits.

Después llegaron Las Amigas de Nadie, un plato muy fuerte de nuestro escenario porque dos de ellas participaron en la Red Bull Music Academy, Katia hace un par de años y Ale Hop, este mismo año. Ellas subieron e hicieron suyo al público que seguía siendo peruano y, pero ahora con varios locales curiosos que ya habían llenado el Pata Negra para escucharlas, en actitud de Riot Grrrrls, y con mucha soltura escénica. Partieron plaza con mucha feminidad y con un rock pop que sabe variopinto y muy entrañable. Son buenas embajadoras de lo que Perú puede ofrecer.

Las Amigas de Nadie (1)

Y por último tocó Beat Buffet, y lo hicieron fenomenal, para cuando salieron a tocar ya habíamos demasiados en el foro y todos estábamos dispuestos a brincarle bien duro, ellos lo sabían y salieron a brincar bien duro también con un set mega divertido y muy bien preparado: un trío de metales, compus y batería. De Beat Buffet sólo falta agregar que no sólo es una banda ingeniosa y trabajadora sino que es un best practice de la música bailable, de la chilangueidad, y del sentido del humor, y lo digo con toda sinceridad, ni son mis compas, ni me pagaron por decirlo.

Y después de esto me fui a cenar y me metí a mi cama a ver películas, con un muy buen sabor de boca sobre el papel de las bandas en el escenario Panamérika, e imaginando lo bien que se habrá puesto el resto del Festival Marvin, que seguro dejó con toda una serie de anécdotas inolvidables a todos sus asistentes. Ya nos veremos el próximo año.

Beat Buffet (2)

La era de Windows 8

Una joven, una española, muchas bandas, conflictos y diversión en: crónica del #Marvin13