Existió una época entre 1967 y 1969 en la que todos se encontraban dispersos, fuera de sí. Los artistas que provenían de esa temporada fueron resultado de una mezcla de ácidos y creatividad colorida. Nombres como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Syd Barrett y otros ya conocidos como Keith Richards no sabían quiénes eran ellos mismos.
A esa nube de dispersión psicodélica subió una banda que introducía el órgano como una novedad definitiva en el rock: The Doors. La voz de Jim Morrison, líder de la agrupación, dio a conocer que existían almas en pena que no querían seguir conteniendo sus deseos sexuales y pasionales. Gritos describían la llegada de "la chica de al lado" al apartamento de Morrison para dar paso al disfrute carnal. Canciones como "Gloria" evocaban un blues eyacular en su interpretación en vivo del año 1968 en el Hollywood Bowl.
'El Lagarto' siempre se mostraba como una figura escéptica, el hombre catarsis, un aparato lleno de pulsiones. Éstas se veían reflejadas cuando la masturbación se convertía en parte del show, cuando sus orines llenos de bourbon y sobras de heroína empapaban a todo el auditorio.
Llegado el año de 1970, las drogas comenzaron a apagarse de forma intermitente, una nueva década apaciguaba los mares coloridos centrando las mentes de todos en la reflexión y el pensamiento crítico. Esto afectó a todos aquellos que nacieron con el LSD en las manos, como Morrison, quien salió de su espasmo sexoso para declarar su propio final.
Un espectro con excesiva barba se apareció en The Isle of Wight Festival de ese año... El Jim que el mundo conoció se fue, no existió más, aceptaba que era momento de interrumpir el coito de su precocidad. Con un cigarro en mano, Morrison interpretó los éxitos que le catapultaron a la fama como "Break On Through (To the Other Side)", "Roundhouse Blues" y "Light My Fire", sin necesidad de expresar su gusto por los excesos.
Los primeros acordes de "The End" escribían en su testamento que ya no era el mismo. Un viaje a través de lo desconocido lo llevó a la inflexión, el lado ecléctico de Jim Morrison transformó una de sus últimas presentaciones en vivo en un decreto final del rock sobre todo aquel que no reconocía que el espectáculo debía terminar.
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