Veredicto: ‘Suspiria’, una reimaginación diluida de horror instagramero

Veredicto: ‘Suspiria’, una reimaginación diluida de horror instagramero

Dakota Johnson, Suspiria

Dakota Johnson, Suspiria

Hay una secuencia en el remake de Suspiria que se volvió famosa incluso antes de su estreno. Una escena de prolongado sadismo, tortura corporal y, a ojos de varios, flagrante misoginia, que tomó por asalto a la prensa en el CinemaCon del año pasado. Incluso, fue utilizada como carta fuerte durante su campaña publicitaria, mostrando los gestos horrorizados de varios espectadores que miraban atónitos la brutalidad del acto en una computadora.

Aún cuando el tormento al que nos somete Luca Guadagnino en su reinterpretación del clásico de horror del mismo nombre es ciertamente explícito y voraz, esta y otras escenas parecen diseñadas con el único propósito de escandalizarnos. A quién no le perturba la visión atroz de un cuerpo contorsionándose de formas sobrehumanas y aberrantes o el sonido de huesos rompiéndose bajo la piel.

La última escena de Suspiria es un momento de verdadera culminación sentimental, una que nada tiene que ver con el ballet, las convulsiones o los aquelarres. Más bien, sucede en la intimidad de una habitación

Pero cuando no existe un valor más allá que la frivolidad del impacto, en especial hablando de una pieza de horror, tal espectáculo, por muy alarmante que sea, termina por disolverse. Y como ocurre en el caso de Suspiria, lo que se nos presenta como el equivalente de un golpe en la cara, por supuesto que nos sacude, pero no necesariamente nos estremece.

De hecho, para una película de más de dos horas que se regocija en ofrecernos momentos de verdadero sadismo, la versión de Guadagnino es en realidad, fría. Una aproximación gélida y pretenciosa al cuento de brujas que nos legó Dario Argento con su estridentismo por allá de los setenta. No quiere decir que la Suspiria de Argento sea perfecta. No lo es. Pero al menos, “tiene alma” y consolidó en su entonces un género emergente en el cine italiano gracias a su emblemática policromía y su realismo mágico.

Tilda Swinton, Suspiria

Tilda Swinton, Suspiria

Guadagnino retoma de la original el motivo de una academia de danza dirigida por brujas, pero incorpora nuevos personajes, trasfondos y estilismos que en realidad terminan por desorientarnos o peor, aburrirnos, en la pretensión de inyectarle profundidad y dramatismo a una historia que quiere ser más que una película de terror convencional. No que haya nada de malo en ello. Los grandes clásicos del género mantienen su estatus de magnanimidad gracias a que supieron aprovechar los recursos del horror y el drama en favor de las tragedias, dilemas e inflexiones de sus personajes. Pero Guadagnino, en medio de tal proeza, se olvida de usar otro recurso igualmente valioso e imprescindible para el cine de terror: el suspenso.

En Call Me By Your Name, su anterior película multi-galardonada, Guadagnino nos engulle en la exquisitez y densidad de una historia romántica. Pinta un lienzo con alientos bucólicos de esmerados trazos para que un argumento aparentemente común y sobre-explotado resulte en un cuadro de elevada confección y sensibilidad. Pero en Suspiria, parece más bien seguir una intuición formulaica de lo que debe ser una película de horror, sin detenerse a evaluar su obra para discernir su verdadero poder expresivo.

Mia Goth, Suspiria

Mia Goth, Suspiria

Tanto es así que todos los tropos del horror están presentes en Suspiria y aún así, la historia se desinfla porque no hay tensión. Sangre, listo. Mujeres bellas asediadas, listo. Apariciones monstruosas, listo. Posesiones, listo. Pesadillas, listo. Corredores secretos, listo. Armas afiladas, listo. Figuras espectrales, listo. Decapitaciones, listo. Ni todo el arsenal de elementos escalofriantes consiguen que Suspiria despegue enteramente del suelo, como sucede con su protagonista Sussie Bannon (Dakota Johnson) cuando Madame Blanc (Tilda Swinton) le exige saltos más elevados en su interpretación coreográfica de “Volk” porque no alcanza a transmitir la energía de la pieza.

La última escena de Suspiria es un momento de verdadera culminación sentimental, una que nada tiene que ver con el ballet, las convulsiones o los aquelarres. Más bien, sucede en la intimidad de una habitación


Mientras que en I Am Love o Call Me By Your Name, Guadagnino implementa eficazmente el paisaje, los cuerpos, el diálogo, los sonidos y las texturas como instrumentos necesarios para evocar deseo, en Suspiria más bien llena la trama de subtextos socio-políticos relacionados con la Guerra Fría, mientras lanza imágenes perturbadoras a diestra y siniestra con la intención de hipnotizarnos. Claro que Guadagnino es un esteta y no decepciona en la colocación de la cámara y la luz. La espléndida, pero superflua fotografía es un deleite a la vista, sí. Cada cuadro de cada escena compuesto con excelso detalle, pero desprovisto de emoción.

Por otro lado, transportar la historia a un contexto bélico como el Otoño Alemán no añade necesariamente un trasfondo de valor a la trama, a no ser por el conmovedor y agudísimo final que termina por ser la escena más poderosa de la película, muy por encima de los horrores indecibles con los que Luca pretende hacernos sufrir.

La última escena de Suspiria es un momento de verdadera culminación emotiva, una que nada tiene que ver con el ballet, las convulsiones o los aquelarres subterráneos. Más bien, sucede en la intimidad de una habitación, en un silencio apenas interrumpido por palabras enunciadas en murmullos. Aquí no hay parafernalia ni horror, sino emoción pura, resolución, franqueza. Incluso, compasión. Una revelación poderosa, una historia que sí llega a su fin y que ata el único cabo capaz de ser resuelto en una trama vaga y confusa que serpentea entre complejidades nulas, sucesos sin continuidad y la violencia más explícita en pantalla en la memoria reciente.

Tilda Swinton, en su encarnación como la directora de la academia, encauza a su Madame Blanc con el garbo y el rigor de Pina Bausch, pero ni su intento por añadir capas a su personaje y atraparnos en su hechizo surte efecto. Dakota Johnson, por su parte, es imparable en su rol como temeraria bailarina y menonita subversiva, pero el guión tampoco alcanza a hacerle justicia a su ambición.

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Tilda Swinton como Lutz Ebersdorf

Tilda Swinton como Lutz Ebersdorf

Pero no todo está perdido. Lo que sí es un acierto en la readaptación de Suspiria es la relevancia que ocupa la danza como medio para sus fines. El arte, el performance, la música y la corporalidad son utilizados como canales imprescindibles para los conjuros, las aspiraciones y la libertad. Un papel mucho más protagónico e importante del que tuvieron en la original de Argento. Y aunque Swinton no cautiva como Blanc, al menos sí sorprende por su apetito histriónico al interpretar dos roles más: Helena Markos y Josef Klemperer, ambos bajo densas capas de maquillaje (después de mucha especulación, la actriz confesaría que el supuesto actor alemán Lutz Ebersdorf, quien interpreta a Klemperer, era en realidad ella misma disfrazada).

Y finalmente, de entre las sombras y el hielo de Suspiria, emerge la destreza y genialidad musical de Thom Yorke, quien no sólo nos envuelve con la instrumentación de su banda sonora a lo largo de todo el film, sino que nos regala en “Suspirium” un vals melancólico, estrujante y lacrimoso cantado por él mismo, en el que parece prometernos, cuando empieza a sonar durante los créditos de inicio, que estamos a punto de presenciar un cuento de brujas con el aura de un romance gótico. Para nuestra mala suerte, las brujas sí aparecen, pero la magia nunca llega.


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