Soundtrack de la semana: Boyhood

La grandeza épica que llega a evocar una banda sonora es para muchos uno de los elementos más fascinantes de una película, pero el mérito que le concedemos -con toda razón- a la gallardía instrumental puede hacernos olvidar las virtudes del arte de la compilación. La destreza que conlleva seleccionar y situar canciones previamente establecidas es una de las grandes fortalezas en múltiples piezas cinematográficas, sobre todo en las que pretenden reflejar el espíritu de una era. Equipado con una trayectoria prolífica y sumamente diversa, Richard Linklater es uno de los cineastas que mejor ha explotado la herramienta nostálgica del soundtrack a través de los años. Uno de los mejores ejemplos es la ilustración de su juventud setentera en la comedia de culto Dazed and Confused (1993), retrato del último día de clases en una noche abastecida por la trinidad de sexo, drogas y rock’n’roll. De manera similar, el director ejecutó nuevamente otro mosaico pop triunfante con Boyhood (2014), su carta de amor a la entrada del nuevo milenio.

El empleo de éxitos musicales de cada año es uno de los méritos más discutidos de esta producción histórica, pero el valor de este soundtrack trasciende lo que muchos han denominado injustamente como su gimmickBoyhood es el resultado manifiesto de un ejercicio donde se le otorgó importancia y respeto a los gustos populares de los millennials, así como a los del adulto proveniente de la generación X -demostrado en los interacciones padre-hijo desencadenadas por el estéreo-. Las canciones de esta recopilación siguen una tendencia evolutiva de los gustos musicales abarcados en la infancia y pubertad del siglo XXI, pero también fortalecen el valor de cada instante en la cotidianeidad retratada dentro de una obra que promete trascender de manera enorme en el legado de la humanidad.

 

Karla Sanay (@karlasanay)

 

Entre Paréntesis 23 de febrero de 2015

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