Por: Misael Canales (@MisAndRoll)
Vieja ciudad de hierro, de cemento y de gente sin descanso si algún día tu historia tiene algún remanso dejarías de ser ciudad.
Rockdrigo González
Han pasado más de treinta años, casi cuarenta, que llegó a la Ciudad de México un muchacho con guitarra en mano proveniente de Tampico, Tamaulipas. Este joven músico se llamaba Rodrigo Eduardo González Guzmán mejor conocido, allá en su tierra natal, como “El gorrión de Tampico”, ya que con esa guitarra de palo degustaba a su escaso público con uno que otro bolero o huapango -música heredada directamente de su padre. Sin embargo, después de su llegada a esta ciudad y después de aguantar los jaloneos del camión, además de los abucheos de algún borracho de cantina, “El Gorrión de Tampico” desapareció para transformarse simplemente en Rodrigo González, un tipo que le cantaba a la ciudad como si fuera suya pero sin serlo demasiado, que para los cuates y el rock se hacía llamar Rockdrigo.
Fue así que esta vieja ciudad de hierro, como la llamaba el buen Rockdrigo, se convirtió en su guarida después de abandonar la carrera de psicología -motivo por el cual su padre lo envió al D.F. con la condición de no volver hasta ser un hombre de verdad. Aquí pudo ser lo que durante años había buscado cuando practicaba con su guitarra.
Sus presentaciones eran simples, no necesitaba más allá de dos micrófonos, uno para su voz y el otro, si se podía, para la guitarra, ya que lo importante no era que tan potente o apantallante pudiera sonar cada rola, sino cada una de las letras. Así la extrañeza de este forastero ante la vida citadina y las propias vivencias entre edificios se combinaron con un talento nato para darle vida a una nueva forma de hacer música en la Ciudad de México.
Este sonido se apartó de la parafernalia que las guitarras eléctricas, baterías de doble bombo y un verdadero frontman podían dar, para abrir camino con una guitarra acústica, una armónica y una que otra aparición del pandero. Con estos instrumentos es que Rockdrigo se unió, y posteriormente encabezó, el movimiento rupestre, un grupo de músicos que tomaron al Museo del Chopo como su segundo hogar. Tanto fue la importancia de este movimiento junto a músicos como Jaime López, Guillermo Briseño, Gerardo Enciso o Cecilia Toussaint que un manifiesto escrito por Rockdrigo terminó por decir que era esto de lo rupestre:
“Los rupestres por lo general son sencillos, no la hacen mucho de tos con tanto chango y faramalla como acostumbran los no rupestres, pero tienen tanto que proponer con sus guitarras de palo y sus voces acabadas de salir del ron; son poetas y locochones; rocanroleros y trovadores”.
En ese mismo año, 1984, se plasmaron por primera vez en LP esas noches llenas de ron y critica bajo el nombre de Hurbanistorias, un vinilo que a través de 12 canciones nos llevaba por un viaje a los adentros de la ciudad, eran historias de la vida, momentos que hasta principios de los 80 habían marcado a Rockdrigo.
Hasta aquí todo iba bien o por lo menos no tan mal, pero por caprichos de la naturaleza en 1985 la Ciudad de México registro el temblor más catastrófico de todos sus tiempos. Según la cifra oficial fue de 8.1 grados, los suficientes para derrumbar y detener a esta ciudad de hierro.
El 19 de septiembre era un caos total, edificios destrozados, miles de muertos y pánico por doquier, la vida de los mexicanos había cambiado por completo a partir de aquel día, incluso el rock también sería diferente de ahí en adelante, ya que Rockdrigo González fue uno de esos individuos que por azares de la vida no pudo salir de su departamento, quedando entre escombros que apagaron la voz de este poeta, de este profeta del nopal.
Quizás el tiempo que Rodrigo estuvo en el D.F. fue corto, tal vez necesitaba más tiempo para demostrarnos qué más iba a escribir o qué más pensaba de su ciudad, pero al igual que ésta Rockdrigo tomo un descanso, detuvo toda nota de la guitarra ya que su vieja ciudad había desaparecido.
Cuando tenga la suerte de encontrarme a la muerte yo le voy a ofrecer todo el tiempo vivido y este vaso henchido por un distante instante… un instante de olvido.
Rockdrigo González
Así sonaba Rockdrigo con una banda detrás, les dejamos una versión distinta de "No tengo tiempo (de cambiar mi vida)"