[RESEÑA] - Alim Qasimov @ El Teatro de la Ciudad

Por @ElRoyMT  

Existe un antiguo refrán en el Pocajú de cuando los balnearios sagrados eran visitados por los dioses; "la música es agua que tomamos como un refresco para el alma". Anoche en el Teatro de la Ciudad habían tres personas en el escenario, luego hubieron cuatro. Dos de ellos eran ejecutantes de instrumentos de cuerda: el tar, y el kamancha. Los otros dos, padre e hija, reconocidos cantantes en su tierra natal de Azerbaiyán, usaron sus cuerdas vocales durante una hora y media para refrescar el alma de un público mexicano ávido de cultura y emoción.

 

Alim Qasimov, el galardonado khanende (cantante de mugham -una forma de música clásica muy apreciada en el mundo islámico–), se acompañó anoche de su hija Fargana Qasimova y un par de talentosos músicos en un recital de cantos sagrados. Los primeros en tomar el escenario fueron Alim y los ejecutantes de cuerdas. Había un diálogo constante –improvisatorio– entre la voz y los otros instrumentos. El violin azerbaiyaní sostenía notas durante un largo tiempo mientras la voz florecía con figuras que el tar respondía. La calma reinaba. Del público emanaban gestos genuinos de admiración; nadie en éste lado del Atlántico utiliza la voz como aquel cantante, cuyo uso del zengüle (falsete) es notable. 

 

Así como el cantante desapareció del escenario y su hija apareció casi inmediatamente fue que la música calló y volvió a sonar. El flujo del sonido era orgánico, era humano. Pronto la cantante retomó los embellecimientos vocales que su padre había dejado en el aire. Los músicos parecían recibir ritmos y gestos melódicos desde una parte interna, casi remota de su ser. Sin contar o voltearse a ver, éstos ubicaban las frases que a ellos llegaban, las expresaban, y luego las dejaban ir.

 

Al regreso de Alim al escenario, la música obtuvo un carácter rítmico más notorio. Había un pulso más marcado, y las cuerdas tocaban melodías más claras, no improvisadas. Los cantantes también tenían en sus manos un instrumento de percusión llamado das. El pequeño ensamble sabe administrar las dinámicas y los recursos musicales tan bien, que con el uso de pocos instrumentos (moderadamente amplificados) son capaces de llevar al público por todo tipo de escenarios sonoros y emocionales.

 

Hacia el final, sus voces comenzaron a entrelazarse. Dialogaban. En momentos se encontraban, cantaban una misma frase juntos, luego se separaban, se contestaban, se armonizaban. Todo en un balance provisto por una afinación y un manejo superior del instrumento vocal. El concierto llegaba a su punto álgido. Así como acabó fue que comenzó. Todo fluyó y se evaporó como agua sagrada.

 

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