Las manos que nunca se detienen: repensar el trabajo doméstico
Las manos pican un melón jugoso. Deben apresurarse para mover constantemente lo que está en la olla. Sin mencionar tomar el tiempo preciso de lo que se está horneando. Y sí, también apurarse a lavar los trastes que se vayan acumulando. Servir caliente la comida a la familia (la suya o la de otros). Cuando se acabé la comida: lavar trastes, secarlos y no olvidarse jamás de limpiar la cocina.
En lo que todos los demás comen, ella sigue sirviendo platos y calienta tortillas. Es la última que se sienta a comer, para cuando está saboreando los alimentos las tortillas ya están frías (si es que dejaron alguna). Debe comer aprisa porque luego irá a tender la ropa para aprovechar el sol. Cuando termina de poner la última pinza en la ropa, es hora de hacer la comida y cuando todos terminan de comer, de nuevo los trastes y la cocina. Y después la cena. Sin mencionar que en los espacios intermedios debe planchar, destender y doblar la ropa, lavar los baños, el lavamanos, comprar lo que haga falta. Y abrazar a todos con una sonrisa amorosa.
Esas manos nunca se detienen porque hasta el sueño le es entregado a pedazos. El niño que llora por la noche o el hombre con hambre nocturna, alborotan su cuerpo para estar siempre al pendiente de los otros.
Cuando hablamos de todos estos quehaceres que no parecen terminar, seguramente piensan en una mujer. No es extraño. El trabajo doméstico en general, es realizado por mujeres.
¿Por qué?
Como explica Indra Rubio, coordinadora del Programa de Género y DESCA del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir: “Estas tareas se asignan por un rol de género, lo que llamamos la división sexual del trabajo. Donde se concibe que las mujeres tienen el rol de cuidar de las personas, lavar, cocinar, planchar, etcétera…”.
Es decir, hay una construcción sexual que busca naturalizar que las mujeres tienen “la obligación” y son “naturalmente aptas” para estas labores. Esto es sumamente restrictivo pues crea un círculo vicioso donde a las mujeres, desde niñas, se les repliega al trabajo doméstico, siendo en los hogares de mayor pobreza, la razón por la que son excluidas de la educación formal, favoreciendo a los varones. La razón por la que las mujeres realicen estas actividades NO es porque naturalmente estén predeterminadas a hacerlas, sino porque desde pequeñas se les educa (capacita) para la realización de éstas.
Los roles de género se construyen por los sistemas sociales, no porque sean expresión de nuestra esencia como mujeres.
Hay dos tipos de trabajo doméstico, explica Indra Rubio: “El trabajo doméstico remunerado, cuando hay una relación obrero patronal, y el no remunerado, donde hay una relación sobre todo familiar”.
Esta división sexual del trabajo provoca que a las mujeres en situación de pobreza, no se les eduque, y por tanto, sus opciones laborales se reduzcan, contando entre sus pocas opciones el ser trabajadoras domésticas. De hecho, en México de las 2.4 millones de personas trabajadoras domésticas, el 99% son mujeres.
La vulnerabilidad de las trabajadoras domésticas se duplica a partir de la pandemia del COVID-19. En palabras de Indra Rubio, las trabajadoras del hogar generalmente son personas de muy bajos recursos, mujeres migrantes o quiénes por su misma responsabilidad de trabajo de cuidado en sus hogares deben de buscar este tipo de trabajo, lo cual representa un retrato de las diferencias sociales y las desigualdades.
El trabajo doméstico evidentemente no puede realizarse a distancia. Obligar a las trabajadoras domésticas durante esta pandemia a que se desplacen a sus lugares de trabajo, es poner en riesgo su salud, la de sus familias y sus comunidades que, seguramente estarán en una situación de mayor vulnerabilidad en cuanto servicios de salud.
El sector de las trabajadoras del hogar es uno de los más precarios, el 99% no tiene un contrato escrito y firmado para trabajar, por lo que no tienen recursos para defender sus derechos laborales y por supuesto, no cuentan con seguridad social. De hecho, frente a las circunstancias actuales de pandemia muchos de los empleadores han decidido despedir o no pagar a las trabajadoras domésticas, lo cual consiste en un delito de acuerdo con la Secretaria del Trabajo. “Estamos en un momento de contingencia en donde tendrían la responsabilidad de seguir pagando el salario a las trabajadoras para que ellas también, puedan cuidarse estando en casa”.
Responsabilidad del Estado
Como OXFAM ha remarcado, no es posible un rescate neutral en cuanto género frente a la crisis del COVID-19. Las medidas que se tomen afectarán de manera diferenciada a mujeres y hombres. La disminución en el presupuesto a los sistemas de salud, de cuidados y en general, a la seguridad social, no sólo nos ha dejado más vulnerables durante esta pandemia, sino que ha afectado más a las mujeres.
En este sentido, Indra Rubio añade: “El estado tiene una responsabilidad en generar políticas integrales que reviertan estereotipos de género. Promoviendo políticas laborales con horarios flexibles y licencias de cuidado, lo que serviría a las mujeres con trabajos formales. Sin embargo, sabemos que la mayoría de las mujeres están en el campo laboral informal”.
“[…] Yo rumiaré, en silencio, mi rencor. Se me atribuyen las responsabilidades y las tareas […] He de mantener la casa impecable, la ropa lista, el ritmo de la alimentación infalible. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por otra parte, contribuir al sostenimiento del hogar y he de desempeñar con eficacia un trabajo en el que el jefe exige y los compañeros conspiran y los subordinados odian. […]”
Así escribe Rosario Castellanos en Lección de cocina, donde mientras se intenta cocer una carne que termina chamuscándose, una mujer deja ir su pensamiento desde el término correcto de la carne, el matrimonio, el trabajo doméstico y la infelicidad femenina de sentirse atrapada en una vorágine de expectativas que no tiene ni el más mínimo interés en cumplir.
Esta carga de trabajo que recae en las mujeres debe pensarse no sólo como las tareas de limpieza y preparación de alimentos, sino también como los cuidados a personas enfermas, niños, niñas, personas con alguna discapacidad, personas de la tercera edad, etc. Todo esto implica un trabajo emocional y físico que siempre está procurando el bienestar de otras personas y no el propio. Repartir el trabajo doméstico y de cuidados, permite a las mujeres dedicarse a otras actividades. Y a los hombres, comprender el valor de ese trabajo. Aprender de la sensibilidad y dedicación necesaria para realizarlas.