Pussy Riot y sus actos más allá del escenario
Las palabras pueden quedar al aire, los actos no. Actuar es cambiar. Hacer es modificar las cosas. De ahí que más allá de teorías filosóficas el mundo se ha movido a través del acto mismo. Los zares cayeron por el proceder del pueblo. Si bien en la actualidad no vivimos en una era de revoluciones bélicas, vivimos en una era de injusticias.
Pussy Riot sabe bien esto. La agrupación rusa ha experimentado en carne propia la violencia de la sociedad y es por ello que el colectivo punk feminista lucha por la justicia en un mundo que aprisiona, desaparece y da latigazos a gente que busca la igualdad y defensa de los derechos humanos.
Originarias de Moscú, Pussy Riot es una agrupación conformada por intérpretes que varían de número, pueden estar cuatro a once personas sobre el escenario, pero bajo la tutela de Nadezhda (Nadya) Tolokonnikova protestan con el arma más efectiva que pudieron encontrar entre la aspereza del ambiente de Rusia: la música.
Desde el 2011 se han popularizado por punk energético y presentaciones que parecen más un rally político y conciertos. Ellas usan pseudónimos, al menos las que pueden, para protegerse del gobierno. Al mismo tiempo, se visten con coloridos vestidos, incluso en invierno, y se cubren con pasamontañas tanto en presentaciones como entrevistas. Si bien su música ha tomado prestado tintes de otros géneros como el pop y la electrónica, la protesta y la disidencia del punk son el hilo conductor de sus letras llenas de carga política a tal grado que molestan a una nación, la iglesia y a Vladímir Putin.
Ellas cantan por los derechos de las mujeres, por los homosexuales, por luchar contra el cambio climático y las políticas podridas. Comprenden que la libertad no puede disfrutarse sin acceso igualitario de oportunidades. Sus mismos ideales les han costado años de sus vidas en la cárcel, lejos de sus seres queridos.
El 21 de febrero del 2012, en un acto de guerrilla, que ellas consideran un rezo punk, realizaron un concierto improvisado y sin autorización. Fue una protesta dirigida una protesta dirigida a la iglesia ortodoxa por apoyar a Putin en sus campañas. Pedían a la Virgen María, con una canción, que quitara a Putin y que se volviera feminista.
Esto ocasionó que Tolokonnikova, Maria Alyokhina y Yekaterina Samutsevich fueran arrestadas y después condenadas a años de prisión. Organizaciones como Union of Solidarity with Political Prisoners y Amnistía Internacional las reconocían como presas políticas. Fueron liberadas sólo cuando hubo presión internacional a través de una amnistía.
Esto, aún así, no las detuvo y en diversas de sus actuaciones tanto políticas como musicales han sido atacadas. El más gran ejemplo es lo ocurrido en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014, donde fueron azotadas con látigos cuando protestaban, nuevamente, en contra de Putin.
En 2018, aún están en contra de Putin. De Trump. De todo gobierno corrupto que dañe a la sociedad. Hace tan solo unas semanas, tres de sus integrantes desaparecieron. Las autoridades las sometieron a extensas interrogaciones y sólo después las dejaron salir.
Ayer, en el marco del Día Internacional de la Mujer, Pussy Riot lanzó una nueva canción, “Bad Apples”, junto a Dave Sitek de TV on the Radio, con la cual esperan que al hablar de cosas tan desagradables la gente disguste de la canción y tome acción para derrocar las injusticias.
Ellas hablan de cómo se experimenta la violencia a diario, no sólo aquella que experimentan las mujeres, sino de las que observan en el mundo.
Se presentarán este domingo 18 en el Vive Latino. Serán el penúltimo acto de la Carpa Doritos. Además, el documental Pussy Riot: Una plegaria del punk, de Mike Lerner y Maksim Pozdorovkin, donde se narra su historia en la cárcel y su proceso legal se expondrá el mismo día en la Carpa Ambulante.
Pero cuidado: Pussy Riot pueden despertar en uno furia contra el sistema y unas fuertes ganas de revolución.