Fragmentos de una mujer: Dejar ir lo que no podemos cambiar ni compensar
Cuando la cinta de Taika Waititi, Jojo Rabbit, termina con una escena de dos niños bailando al son de “Heroes” de David Bowie en medio de una Austria devastada, para después cerrar con una frase inspiradora de Rainer Maria Rilke sobre la belleza y el terror, muchos lo llamaron “conmovedor”. Ahora que el director húngaro Kornél Mundruczó decide abrir su octavo largometraje, Pieces Of A Woman, con una intensa, detallada y casi insoportable escena de 22 minutos, sin cortes, sobre una labor de parto en tiempo real que acaba en tragedia, se le considera “melodramático”.
La realidad es que ambas elecciones narrativas y estilísticas son igual de válidas cuando se pretende alterar los sentidos del espectador. Lo curioso es ver cómo un final implausible, con intenciones emotivas claras, es más celebrado como veraz, mientras que otro que resulta descarnado y dolorosamente probable es descalificado por telenovelesco. A veces, lo más real es lo más crudo de ver.
Desde su estreno en septiembre pasado en el Festival Internacional de Cine de Venecia, la cinta dirigida por Mundruczó y escrita por su esposa Kata Wéber —basada en su experiencia personal con la pérdida de un bebé—, generó revuelo por su explícita secuencia inicial de un parto en casa y la tremenda actuación de Vanessa Kirby, quien se llevó la Coppa Volpi a Mejor Actriz de la muestra italiana.
Sin embargo, desde su arribo a Netflix este 7 de enero, algunos críticos han calificado a Fragmentos de una mujer como un mero ejercicio sensiblero y explotativo que no vive a la altura de los temas que expone. “Algunas personas solo quieren ver al mundo revolcarse”, expresó con sarcasmo Vince Mancini en su columna para UPROXX sobre la cinta, a la que se refiere como ejemplo perfecto de cómo el cine de arte continúa empleando al dolor y el duelo como medios de manipulación emotiva. Incluso, llega al grado de cuestionar la verosimilitud del trabajo de parto retratado en la película. Mientras, otras reseñas de Pieces Of A Woman califican a su simbolismo como un instrumento vano y cínico que cae en la obviedad de sus significados.
Incluso, cuando la crítica no va orientada al tono de la historia o al manejo de sus personajes, se señala que su avasallador prólogo establece estándares muy altos que no logra compensar o resolver satisfactoriamente durante el resto de la película. Y pese a ello y a su tibia calificación de 67 en el consenso de Metacritic, la cinta de Mundruczó y Wéber ya se perfila como una favorita a las nominaciones de la próxima entrega del Oscar.
Sí, Pieces Of A Woman es un filme cargado de emotividad y diálogos pronunciados entre lágrimas. No faltan las puertas azotadas, los jaloneos, los gritos de incredulidad y las madres derrotadas. Elementos que parecieran recursos baratos y cliché en el retrato de un duelo. Y, sin embargo, ¿qué otras formas universales existen como para reflejar un dolor tan inefable como la pérdida de un hijo?
Cómo olvidar la elevadísima actuación de Toni Collette en Hereditary, cuando tras encontrar el cuerpo sin vida de su hija en su automóvil, se arroja sobre el piso de su habitación emitiendo gruñidos animalísticos mientras exclama a gritos “¡Esto duele tanto! ¡Solo quiero morir!”, ofreciendo así una de las estampas más indelebles del dolor por una pérdida que tengamos en la memoria reciente. Eso es drama, no melodrama.
En un año que también vio pasar por las pantallas a la celebrada Never Rarely Sometimes Always de Eliza Hittman, quien opta por un retrato de eminente realismo —con un acercamiento más lacónico y sin ningún clímax aparente— sobre otro tipo de crisis femenina, Pieces Of A Woman pareciera su contraparte, del otro lado del espectro. Una más clara en sus intenciones y menos sutil en sus formas. Pero aún así, en palabras de Fernanda Solórzano, la cinta de Mundruczó “es una defensa del derecho a la intimidad. Hacerla pasar por melodrama es una traición a la sobriedad de su material”.
Fragmentos de una mujer arranca con una escena provocativa y excesiva que nos fuerza, desde la propia cinematografía y edición, a transitar por algo que no queremos ver ni sentir. Y sí, es difícil superar este arranque en términos de dimensión física y emotiva durante el resto de la película. Pero así suelen ser las pérdidas: a veces, la causa puede ser más aguda, profunda y atronadora que el lento y tortuoso tránsito de incredulidad y desasosiego que viene después.
Y en ese sentido, la actuación de Vanessa Kirby como una mujer reservada, indiferente o incluso distante al hecho brutal que acaba de vivir, es el tono ideal para transmitir la noción de que los duelos de cada persona son distintos. Mientras Sean (Shia LaBeouf), el padre, lamenta la partida prematura de su hija entre sollozos, apegos, golpes y recaídas en la drogadicción, Martha lo hace donando el cuerpo de su hija a una universidad o deshaciéndose de los juguetes y la cuna de la habitación que ocuparía: “Lo hago porque no tenemos una hija”, afirma Martha.
Por otro lado, su madre Elizabeth —en un rol estelar interpretado por la octogenaria Ellen Burstyn— conjuga en un solo personaje toda la carga moral, familiar y las colosales expectativas que se tienen sobre Martha, a través de lapidarias y mordaces sentencias que arroja sobre su hija. Pareciera que en ella no existe empatía o siquiera respeto a la voluntad de cómo llevar su duelo, sino una ávida e insaciable sed de justicia y absolución de sus propias culpas y conflictos. Elizabeth no alcanza a asimilar o aceptar lo que su hija quiere o no quiere hacer frente a la muerte de su nieta, sencillamente porque ella lo habría hecho diferente o —en sus palabras— “mejor”.
En tanto, el dilema legal planteado en la historia sobre la responsabilidad o no de la partera que acompaña a Martha durante el trágico episodio, es un tema relevante para la cinta y e invita a reflexiones sobre el juicio moral y personal que se emprende cuando se buscan culpables de algo que escapa de control. Pero este asunto punitivo no es el núcleo ni el fin del relato que Mundruczó y Wéber quieren contar.
No estamos frente a un courtroom drama. Esta es una historia que ni para Martha, ni para Sean, ni para nosotros como espectadores nos ofrece desenlaces satisfactorios, idealistas o explicados. “Buscar una compensación significaría que puedo ser compensada”, sentencia Martha en algún punto de la historia. Sencillamente, no hay recompensa, nos toca acompañar a su protagonista en la fractura de su vida y sus relaciones, y no necesariamente en la persecución de un culpable.
Pieces Of A Woman quizás tenga un título algo cursi y poco prometedor para su premisa y su banda sonora (a cargo de Howard Shore, célebre por su magnum opus para El Señor de los Anillos) se vuelve insistente sobre su melancolía. A veces, demasiado. Sin embargo, es un vistazo bienvenido y de magna ejecución que tal vez no queda a la altura de las expectativas de muchos.
Tal cual, la expresividad del dolor de Martha por la muerte de su hija no colma el deseo de venganza, arrebato y tristeza que muchos buscan ver proyectados en ella. Al final, el acto más increíble, audaz y poco satisfactorio a los ojos de jueces resentidos suele ser el simple, llano y tan codiciado “dejar ir”.