El séptimo día de Copa América nos despertó a todos con una catástrofe. No sólo el frío ya había dañado mi garganta y comenzaba a agriparme, sino que algo realmente grave había sucedido: Arturo Vidal había chocado su Ferrari bajo los efectos del alcohol la noche anterior, luego de haber tenido la tarde libre igual que toda la Selección Chilena.
No se sabía que sucedería con la estrella de Chile en lo judicial ni en lo deportivo, algo que angustiaba a todos los que querían ver buen espectáculo con La Roja en la Copa América y, sobretodo, a los chilenos, incluido yo.
La mañana transcurrió gris, siempre girando en torno a lo que sucedería con "El Rey" Arturo. Un ambiente de tensión se vivía en las calles con la gente expectante a lo que pudiera pasar. Pasado el mediodía se supo que en el ámbito judicial se investigaría durante 120 días el accidente de Vidal y que en lo deportivo el técnico no lo sacaría de la Selección Nacional. ¿Bien o mal? Los periodistas y aficionados lo juzgaban de diferentes maneras. Todos análisis respetables. Vidal había llorado en conferencia de prensa mientras ofrecía disculpas a todo un país. Con lágrimas del alcohol, las disculpas estaban ofrecidas.
Yo preferí despejar tanta tensión con buen futbol. En el Estadio Monumental de Colo-Colo, el peor lugar para ver futbol en Chile -no porque sea del archirrival del equipo al que le voy, pero realmente hay zonas en las que no ves algunos lugares de la cancha-, se enfrentaron Colombia y Brasil y sólo horas antes del encuentro pude conseguir un boleto ya que era uno de los dos partidos que más demanda había generado en la previa del torneo.
La fiesta la armó Colombia y la belleza colombiana. Lindo partido dentro y fuera de la cancha. La alegría y el calor colombiano fue suficiente para pintar el Monumental de amarillo -ya que Brasil jugaba de azul- el césped y las tribunas. Fui como periodista, pero salí con gorro de Colombia, cara pintada y abrazado por un par de bellas colombianas. No sé si fui villamelón otra vez o sólo me contagié de tanta alegría.
Al final, todo el Monumental terminó celebrando en Bellavista, uno de los lugares más bohemios de Santiago. Sólo una vuelta para constatar que la fiesta estuviera acorde al sabor cafetalero y a dormir. Al día siguiente un nuevo día de Copa América había que vivir.
Cristian Rivas
@cmrivass
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