@EcceRocko
Cabezas Podridas no es una banda nueva. Casi tres décadas de crust y raquíticos guitarrazos vomitados desde el norte de nuestro país, estos antipoetas —que se conocieron en una embotelladora de refrescos—, poco a poco se armaron con instrumentos baratos, pesados y de muy baja calidad los cuales pagaron en pesos viejos. Allá, en las épocas en las que se pagaba en miles y millones de viejos pesos mexicanos.
El discurso del punk se ha prostituido, ahora cualquiera que haya estudiado un semestre en una escuela de música cree que su “ignorancia aprendida” y unos cuantos rasgueos mal ejecutados serán la clave del éxito en este orquesta filarmónica de basurero. Basta una sola canción de Cabezas Podridas para sentir que el punk no está muerto, que el punk sigue siendo aquella música que sangra y se infecta, pero nunca se detiene.
La banda de Monterrey narra las carencias de las colonias donde crecieron con miedo, debiendo rentas, malos pagos y peligro en las calles. Incluso en las grabaciones se escucha una carencia musical y de calidad que le da la veracidad necesaria. Algunas notas desafinadas o redobles a destiempo, segundo a segundo la música provoca empujar al de al lado, desencadenando una ola de violencia “amistosa” de gente enojada, deprimida, maloliente y empapada en sudor. Con impresionante desprecio al valor de la vida, la entrega tanto del público como de la banda se convierten en un himno de anarquía y caos total. Lizardi, Huggy, Paco, y Julio son los cuatro locos que destrozaran oídos en la edición original de NRMAL en la ciudad de Monterrey, las leyendas vivientes de la música de coladera. Nunca en el hype, siempre real.