MUTEK MX: Batu convirtió una nave industrial en una excéntrica catedral techno
Por Diego Escobedo
La FÁBRICA de MUTEK se caracteriza por albergar mayoritariamente actos en vivo, presentaciones delineadas por distintos artistas del mundo que experimentan con el sonido, proyecciones visuales, luces o simplemente el espacio. Finalmente, en eso consiste el festival, en exponer una cartelera de presentaciones musicales que empujan hacia la innovación en el ámbito de la electrónica. Sin embargo, no todo gira en torno a la música concreta, tras un tercer año consecutivo de utilizar el recinto para los Nocturnes 1 y 2, no podían faltar las tradicionales horas de baile, ritmos electrizantes que se apoderan de la Sala A para dar cierre a cada jornada respectiva.
Durante la madrugada del sábado 23 de noviembre, a Batu se le encomendó la tarea de transformar la nave industrial, en una excéntrica catedral del techno. El fundador del sello Timedance no es un DJ cualquiera, es quizá uno de los talentos más creativos al frente de las controladoras, con los dedos un ilusionista y como seleccionador un arqueólogo. En un abrir y cerrar de ojos, trascendió de una introducción ambiental/instrumental a un set retacadamente polirrítmico. La energía que transmitió Batu al frente de las controladoras era llamativamente apacible, no pareció inquietarse ni acelerarse entre transiciones, sino que reflejó un dominio total durante dos horas de vértigo musical. Un viaje entre múltiples estilos, grime-club-jungle-hardcore-footwork-kuduro-tribal en una clase de amalgama exquisitamente ensamblada, con saltos suficientemente bruscos entre tracks para no caer en la monotonía. En su mayoría, cambios y desapariciones de tracks imperceptibles, y en otros momentos intencionadamente perceptibles que provocaron que el escucha menos familiarizado se sorprendiera de no estar oyendo continuamente la misma base.
Es posible que no muchos se hayan emocionado con la presencia de Batu en el cartel de MUTEK 2019, sobretodo por tratarse de un DJ que su presencia año tras año se ha vuelto relativamente habitual como residente en la Ciudad de México. Pero basta con mencionar que no es lo mismo ver a Batu tocar en la playa que en un sótano del Centro Histórico, en un festival europeo para cinco mil personas o como en esta ocasión, en un inmenso almacén con paredes de aluminio, y eso Omar McCutcheons pareció entenderlo a la perfección. Para las cinco de la mañana la Sala A prácticamente se había vaciado, lo que afortunadamente resultó en menos bullicio y amplios espacios que propiciaron vibras de baile con mayor soltura y fuerza.