Si alguna vez ha habido una disquera envuelta en contradicciones, desinformación y verdades a medias, ésta ha sido Odeon; un sello que sigue siendo, aún hoy, uno de los menos investigados o a pesar de su alcance internacional y su multidisciplinariedad de géneros. O como mínimo así lo definen arqueólogos sonoros y musicólogos como Paul Vernon, y expertos que sitúan sus raíces en, como mínimo, tres países y dos continentes diferentes.
“Patadura”, tango interpretado por Carlos Gardel (1928).
Ni siquiera hay acuerdo en su fecha de fundación: las fuentes consultadas varían entre 1903 y 1904, pero si nos atenemos a la mayoría fue creada en Berlín por la International Talking Machine Co., que hasta la fecha se había especializado no en la venta del contenido musical, sino del continente. Como la mayoría de compañías pioneras en el maravilloso del mundo del vinilo, como Columbia o Pathe, por otra parte. Y en lo que también parece haber acuerdo es en el hecho que Odeon Records fue llamada así por Max Strauss y Heinrich Zuntz en honor al famoso teatro parisino, que a su vez ilustra el icónico logo de la compañía.
El interés artístico en la música editada o la manufactura de viniles no era la prioridad de aquellas primeras compañías, pero sí lo era el dotar de producto a los compradores de los tocadiscos y seguir incrementando las vendas de tornamesas: por tanto, asociarse con la Carl Lindström Company en 1904 (junto a otros sellos como Beka Records o Parlophone) supuso una buena estrategia comercial para la marca. Tan buena como la dirección artística que impuso Strauss, quien diversificó la oferta de Odeon más allá de los discos de música clásica y le dio el viraje a las sonoridades étnicas y latinas que caracterizaron el sello: en su primer año de vida, el ingeniero de grabación John Daniel Smoot viajó por el norte de África, Grecia y Turquía para captar mercados (y sonidos); y un año más tarde, se instalaron bases operativas en diversos países de Europa, en el lejano Oriente… y en Latinoamérica.
Víctor Jara, tercer álbum del cantautor homónimo (1967).
Para satisfacer los gustos de tan variada audiencia, Odeon empezó a grabar gran cantidad de discos de música regional pensados para el consumo local desde las colonias de las Indias a Canadá, pasando por Japón o la Península Ibérica; así fue como los fados en Portugal, o piezas de machicha y samba en Brasil empezaron a existir en formato físico porque Odeon las grabó. A partir de un contrato firmado con la General Phonograph de Otto Heinemann se permitió a esta matriz distribuir los vinilos de la disquera en los Estados Unidos (incluyendo Hawaii y Puerto Rico), Canadá, México y Cuba; y de su parte, Carl Lindström controlaría el resto de mundo, incluyendo los países de Suramérica. Fue de esta manera que a partir de 1914, Odeon tendría ya un pie en todos los mercados discográficos del mundo, y a pesar del impacto de la I Guerra Mundial consiguió prosperar.
El siguiente gran paso de Odeon llegó el 1931, y es que con la creación de Electric Music Industries (EMI) los pequeños sellos como Columbia, Pathe o Parlophone fueron auspiciados bajo una misma marca. Los tiempos de bonanza durarían poco, no obstante: y es que en 1934, el régimen nazi decidió empezar a controlar las actividades de los sellos discográficos. Y en el caso de Odeon, a causa de la gran cantidad de grabaciones dedicadas a música étnica, lo hizo con especial saña: todas las grabaciones allende los mares fueron suspendidas, y así es como por ejemplo las copias que se publicaron en esa época de tangos argentinos tuvieron que hacerse fuera del paraguas de EMI.
Odeón también editó discotebeos sobre pasajes de la historia épica de España y Catalunya, como "El tambor del Bruch"
Acabada la guerra, fue evidente la situación crítica en que había quedado el sello: con muchas de sus fábricas en desuso o destruidas por el conflicto bélico, y unas industrias nacionales más dedicadas a la reconstrucción de los países que a la cultura, el resurgir fue muy complicado. Y si bien a finales de los años 40 Odeon volvió a publicar para el mercado germano, sus días internacionales estaban contados: a mediados de los 60 se publicó el último disco del sello en Brasil, dando por finalizada una historia de seis décadas.
Pero muchas de sus copias le sobrevivieron, convirtiéndose por la azarosa vida del sello en piezas muy cotizadas, especialmente las incluidas en las “colecciones étnicas” curadas por especialistas locales. Esas grabaciones míticas de Gardel y Víctor Jara, de Atahualpa Yupanqui y Rafael Farina, han conseguido llegarnos a pesar de la bruma del tiempo: definitivamente, la historia de la música latina no sería la misma sin el legado de este sello marcado por la estampa del teatro francés.
“Menina da ladeira”, de Joao Só (reedición de 1971).