Vivimos en tiempos vertiginosos. De ideas efímeras. De proyectos sin terminar que deambulan entre las masas. Tenerlo completamente inmaculado se ha tornado en un objetivo obsoleto. ¿Por qué buscar la perfección en un mundo clara y burdamente imperfecto?
La voz de aquel productor regañón ha quedado sepultada en un pasado dominado por la industria y ha sido reemplazada por la risa de tu bajista que no ha cachado bien tu idea y ha hecho lo que mejor le ha parecido. Es la época perfecta para tener una banda que rompa con los moldes, que sea pura pasión.
En estos tiempos, por ende, es fácil surfear por la red y, de vez en cuando, encontrarse algún proyecto que con tan sólo dos canciones en su perfil de Soundcloud de repente capture tus oídos con una buena y sincera propuesta.
Así me pasó con Niños del Cerro. No sé mucho, quizá nada de ellos. Tal vez sean en Chile una banda de culto inmersa en tocadas épicas en donde salen en los hombros de decenas de jóvenes que lo único que quieren es que, a su necesaria dosis de pop, le metan cierto reverb. Tal vez no, tal vez sólo van comenzando y apenas están en proceso de convertirse en los nuevos ídolos veinteañeros.
De lo único que estoy seguro, es de que visitaré constantemente su página para saber si ya subieron algo nuevo. Y ojalá eso suceda pronto.