La sensación que te invade el cuerpo en el momento que recibes una llamada con buenasnoticias es inigualable. Recuerdo perfecto cómo me sentí en el momento en que Baxter me pasó el teléfono, informándome que el Borla, mi jefe, quería hablar conmigo. Primero, asustada, la verdad. Generalmente que el jefe quiera hablar contigo implica algún tipo de regaño. Ese susto fue directo a convertirse en manojo de nervios padres en el momento que me dijo que me iba a Lollapalooza... (yo pensando “Chicago, qué lindo, mucho viento por ahí”)... Chile!!! Se me cayó la mandíbula de la sorpresa. Viajar a Chile, la esquina inferior del mundo, era algo que yo pensaba que jamás lograría, malditos boletos de avión y sus precios del terror. En fin, Chile. Aquí estoy. Aún cuando acaba de empezar el otoño, el calor ha sido aplastante; raro, según nos cuentan, este ha sido un año anormalmente seco y con calor a destiempo. Santiago es una ciudad muy bonita. Tiene la misma aspiración gringaeuropea que tiene Buenos Aires, pero una rayita más abajo, más sutil y menos impresionante también. La comida es extraordinaria; mariscos y pescado, sandwiches gigantes de carne deliciosa y una generosidad envidiable en el uso del aguacate. La gente es tan amable... digo, habrá sus excepciones, pero la actitud de las personas es tan distinta a lo que estamos acostumbrados en México: todo son sonrisas, detalles, calidez. Con ese marco teórico, paso al motivo de mi visita, la segunda edición de Lollapalooza Chile. Quién sabe qué estaba pensando Perry Farrell cuando decidió que iba a crear una filial de su exitosísimo festival en un lugar tan remoto, pero qué buena onda ser chileno y poder aprovecharse de esa decisión. Este año, Lolla chile juntó a 80,000 asistentes en un parque, y los entretuvo con dos días de un festival, si bien ecléctico en su cartel, divertido y bien armado.
Lo mejor: Björk (la pongo hasta adelante porque la amo); Foo Fighters (2 horas 30 minutos de show, aún siendo un festival); Joan Jett and the Blackhearts (leyenda del rock y la actitud punk que todavía lo tiene, todavía lo tiene). El audio del primer día, todo sonaba impecable, los Arctic Monkeys se oían perfectos, Björk igual, sin importar qué tan lejos estuviera uno del escenario. La logística, pues al haber tres salidas distintas del recinto, no había problema de masas ni de conseguir transporte para volver a tu casa. Que en un festival de música se presenten los de 31 Minutos, ¡viva Chile! Lo peor: el audio del segundo día, los Foo Fighters se oían bieeen bajito, MGMT era como si no tuviera vocalista, TV on the Radio, si uno no estaba justo en medio y cerca del escenario, era una masa de ruido. El que no hubiera alcohol; comparado con los reventones que son los festivales en México, un festival sobrio siempre resalta, porque la gente (admitámoslo) no la pasa igual de bien. Y así transcurrió. A título personal, ver a Björk una vez más y a Foo Fighters, especialmente la última media hora de estos últimos, cae dentro de la categoría de “mis conciertos más increíbles”. La loca islandesa tuvo un set que, si bien cargado hacia Biophilia, su último álbum, dio momentos inolvidables como Joga, una versión lindísima de One Day, Virus y Unravel (preciosa). La última media hora de los Fighters... Best of You, Wheels con Dave Grohl cantando solito, Times Like These, interpretada de forma tan conmovedora que te llevaba al ojito Remi, la visita de Joan Jett para cantar Bad Reputation, y un cierre épico con Everlong. De cuando escuchas una de tus canciones favoritas en vivo, coreada por 80,000 chilenos sonrientes y tú sonríes y sonríes y no puedes parar de sonrerir... Dos noches, dos momentos de felicidad total. Total.