La película de la semana: 'La gran belleza'
A 26 días de que inició mi confinamiento en casa, debido a la situación excepcional que vivimos por la crisis del coronavirus, el cine sigue resultando un extraordinario vehículo para dialogar con la realidad y tratar de entenderla. Más allá de que cada quien viva de muy diferente manera esta cuarentena en las películas hay, si queremos encontrarlas, una serie de ideas que conectan con lo que nos pasa y que pueden arrojarnos algo de luz en los momentos más obscuros.
Ese es el caso de nuestra película de esta semana, La gran belleza, que se ha convertido en menos de una década en un clásico moderno que puso en el centro del candelero global a un cineasta italiano con una voz tan particular que resulta imposible ignorarla. Su nombre: Paolo Sorrentino. Un novelista, guionista y director nacido en Campania que se salvó de morir en un accidente doméstico con sus padres por asistir a un partido de fútbol donde participaba el Nápoles de Diego Armando Maradona.
Irreverente y barroco, grotesco y poético, el cine de Sorrentino encuentra en La gran belleza su punto más alto, al menos hasta el momento, y un equilibrio casi imposible entre los cuatro calificativos recién mencionados.
Concebida como una dura radiografía crítica de todos los excesos de las altas esferas económicas, políticas y pseudo intelectuales de la Roma de nuestros días, la historia que nos cuenta Sorrentino, a través de su protagonista Jep Giambardella, nos recuerda a todos esos personajes que se suponen exitosos y que están hartos de interpretarse a sí mismos. Aquellos que están en todos los eventos y van a todas las fiestas pero que reconocen en ellas todo lo primitivo y banal que se viven en esas bacanales.
Así, el día de su cumpleaños 65, tras ser el protagonista de una celebración espectacular y patética en partes iguales, y tras acostarse con una hermosa mujer mucho más joven que él, tiene un momento de iluminación en el que descubre que no está dispuesto a seguir perdiendo el tiempo con gente y cosas que no le interesan en lo absoluto.
Desde ese momento, y gracias al talento de un estilo único, nos adentraremos en una montaña rusa espectacular de movimientos de cámara deslumbrantes y mezclas de sonidos inmersivos que nos llevarán a conocer lo mejor y lo peor de la condición humana.
Fiestas para inyectarse botox. Conversaciones con santas. Entrevistas con artistas pretenciosos. Nobles en la quiebra que se alquilan para cenas. Velorios inesperados. Recuerdos entrañables cargados de belleza. Tertulias perturbadoras. Migraciones improbables de especies en peligro de extinción. Actos de magia inéditos. Hombres miserables.
Miedo. Sordidez. Ruido. Sentimiento. Silencio.
Al final un retablo, estridente y armonioso a la vez, que nos hace recordar a Fellini y Scola, y De Sica y Tornatore para terminar pensando solamente en el propio Sorrentino.
Hoy, que nuestro problema más grande parece ser que no podemos salir de casa, el arte, el cine como arte, nos recuerda lo útil que puede ser en estos momentos para reconocer lo que es verdaderamente importante y dónde está y para saber lo necesarias que son la reflexión y la pausa.
Cuídense mucho y sigan viendo películas. Por acá nos seguimos leyendo.
El More.