Por: Sancho Panda* Horacio Quiroga, construyendo sobre las propuestas de los clásicos griegos dice que todas las obras apuntan hacia el pulso de la vida (Eros), el de la muerte (Thanatos) y el de la locura. Entre estas tres fuerzas que tiran de nosotros todo el tiempo hay varios tropos que pueden obtener fuerza de más de una a la vez; ya los románticos habían entendido la dualidad del amor, que es a la vez impulso de vida, muerte y locura. En este modelo puede verse el caos detrás de todas las cosas. La capacidad de la muerte de infiltrarse en todos los aspectos de la vida y crear con ello la locura es una fascinación en casi todas las formas de arte.
Tomemos, por ejemplo Rayuela, del célebre cronopio mayor Julio Cortázar. En Rayuela, la muerte siempre cerca, rondando fuera de la habitación y en la cabeza de Oliveira durante casi todo el libro. Pero nunca se siente su fuerza con más intensidad que cuando llega a su entorno el símbolo más fuerte de la vida misma; me refiero, por supuesto a Rocamadour, el hijo de la Maga, cuya muerte en plena reunión del Club de la Serpiente es la vuelta de tuerca que empuja la trama al otro lado del Atlántico y a Horacio unos escalones más en su espiral autodestructiva. Y es que pocas cosas tienen un efecto tan devastador como la muerte de un indefenso o un ser querido, campos en los que siempre pensamos que la muerte no tiene ningún asunto que resolver pero que nos aterrorizan constantemente, resolviéndolo con al famoso “no me va a pasar a mí”.
Y es que cuando pasa, como le pasó a Horacio Olivera, el mundo tiene la capacidad de ponerse patas arriba, poniendo en movimiento fuerzas tanto creadoras como destructoras, incluso sin necesidad de cruzar el atlántico. No muy lejos del Sena de Oliveira está el Támesis de Renton, Sick Boy y Begbie, que en Trainspotting (la novela de Irvine Welsh o la película de Danny Boyle, según el gusto de cada quién), viven su propia transformación, arrancada por la muerte de Dawn, presumiblemente hija de Sick Boy. Esta muerte que comienza con una explosión y con Sick Boy jurando dejar la heroína, cae en una calma relativa cuando poco después la heroína entra como catalizador para regresar el momento a su cauce habitual; excepto que, como con los espejos rotos, no hay reparación que regrese todo a la normalidad; es en ese momento cuando se detona el cambio que veremos en movimiento poco después y que transforma el libro (o película), que tenemos frente a nosotros. Sick Boy pierde por completo el sentido de la moral y cae en una espiral parecida a la de Oliveira, pero acelerada por un motor de fusión. Es también este el primer momento de cambio de Renton, que termina con una especie de “redención” para el personaje, que decide salir del círculo vicioso en el que él y sus amigos se encuentran.
Estos cambios no se manifiestan de inmediato, sino con sutiles matices en la manera de pensar de los personajes, que después de un rato de cocción en su cabeza, salen a la superficie como acciones que ya en el mundo real nos muestran el cambio. Pero todo esto sería imposible de rastrear sin conocer lo que pasa en la cabeza de los personajes, para ellos es importantísimo el diálogo interno. Este extraño estilo de narrar que nos pone detrás de los ojos del protagonista, donde vemos su viaje y transformación desde sus inicios, cuando la más leve idea o el hábito más trivial de pronto cambia y cómo esta bolita de nieve a menudo se convierte en una avalancha que cambia por completo la estructura de la obra. Cortázar y Welsh (o Boyle) son particularmente buenos en ponernos en este palco de primera clase donde podemos ver tanto la acción de la obra como lo que sucede detrás de ella.
Uno de los mejores recursos para mostrar estos cambios es el cambio de narrador, un truco estilístico de alto grado de dificultad pero que casi siempre da increíbles resultados. Imagínense hacer este juego de cámaras en el que uno puede ver el mundo desde los ojos de un personaje y poco después ver al personaje desde afuera, como un espectador más. Como un salto entre ¿Quieres ser John Malkovic? y RED (por aquello de las películas de Malkovic). En Rayuela y Trainspotting hay capítulos narrados por diferentes personajes, herramienta que nos permite ver la transformación de cada uno desde adentro y afuera. Trainspotting, una obra posterior a Rayuela, construye sobre el estilo de esta y la complementa; sí, como Quiroga con los griegos, y mezcla también capítulos que utilizan al narrador omnisciente, dándonos una herramienta gastada pero permitiéndonos verla con una luz nueva. No se percibe una escena igual cuando hemos estado, en un momento dado, dentro de la cabeza de cada uno de los personajes que la conforman.
Demos otro salto hacia adelante, junto al Támesis, para ya no brincar de continente en continente, a otro exponente, en otra disciplina, que también es un maestro en este diálogo interior. Steven Patrick Morrisey, vocalista del grupo The Smiths, que no necesita presentación (y si la necesita, Youtube y Wikipedia son los amigos en común que necesitan). Este gran cantante y letrista también nos da su aportación sobre la muerte en su canción The First of the gang to die, en la que nos muestra cómo la muerte de un ser querido transforma e incluso ennoblece la memoria del mismo. En el microverso de la canción, Héctor “robó de los ricos y de los pobres; también de los no tan ricos, y de los muy pobres, y también se robó nuestro corazón”. De nuevo el diálogo interno detonado por la muerte, no de un bebé, pero sí de un ser querido, que es otro de los eventos que fascinan y horrorizan a cualquier persona, reflejándose así en casi cada forma de arte hecha por el hombre.
¿El arte le debe dinero a la muerte por regalías? Podríamos continuar y hablar de James Joyce o de Square-Enix, de DC cómics y de Paul Valéry. La muerte nos obsesiona, su inevitabilidad tiñe cada actividad que hacemos y esto se refleja tanto en los grandes artistas como en todos nosotros. Mientras más terreno toma la muerte en nuestro pensamiento, más ligeros cambios y matices aparecen en nuestras vidas: compramos un auto con bolsas inflables, nos inscribimos al gimnasio, pagamos un seguro de vida y otro de gastos médicos mayores porque a pesar de que esto “no me va a pasar a mí”, siempre está presente. Todos somos Oliveira, Morrisey o Sick Boy, y la muerte es el elefante (o dinosaurio) que se niega a salir de la habitación, recordándonos que también, en algún momento, seremos el Héctor de “The first of the gang to die”.
¿Es esto bueno o malo? Depende de cada quién. Lo importante es aprender a tomar esta y todas nuestras neurosis para crear con ellas y convertirlas en algo. ¿O ustedes qué opinan?
Sancho Panda:
Publicista, gamer y teórico de la conspiración wannabe. Me encantan el cine, los libros, la televisión y cualquier medio con una buena historia que contar. No me gusta el aguacate ni me gustas tú; bueno, en una de esas sí.