Como siempre, la manera más rápida de llegar al Foro Sol es en Metro. Un recorrido fácil y que rara vez conlleva alguna sorpresa. Sin embargo, para el domingo del Corona Capital, la cotidianeidad fue ignorada. En el momento del transbordo para tomar la Línea 9 rumbo a Ciudad Deportiva, un ejército de mirreyes ahipsterados, que parecía se subían al Metro defeño por primera vez en su vida, recorría con aire de grandeza los vagones (como lo harían normalmente en Barcelona) y cantaban entre bromas para impresionar a sus criaturas similares, las recopilaciones provenientes de las mochilas de los vendedores ambulantes. La sorpresa hacía pensar que era otro país; sin embargo, no lo era. Al arribar al festival alrededor de las 4 de la tarde acompañado de un fulminante sol, la sorpresa continuó: había una gran cantidad de bellas mujeres arregladas para cualquier evento, menos para el típico concierto al que uno está acostumbrado. La pregunta se repitió: "¿Dónde estaba esta gente en los doscientos conciertos anteriores? ¿Acaso iba uno, siempre concentrado en la música?" La alarmante y francamente maravillosa sorpresa dificultaba el recorrido hacia los Alabama Shakes. Hacía recordar un dicho rosarino parecido a lo siguiente: “mirás a la de acá y te perdés a la de allá”.
La primera probada del Corona fue con aquella negra rimbombante que toca el blues y desgarra el corazón; toca gospel y gritas aleluya, toca rock and roll y mueves la cintura; además del vasito con agua a 30 pesos, el mezcal mediocre a la Bon Ice que, lejos de refrescar, hacía más evidente el sol infernal.
Al término de los Alabama Shakes, la aparición de los Maccabees, con su “mamaseo” y guapura característica, hacía entender una de las razones por la cual las señoritas frecuentaban el festival. La creatividad y gracia de dichos eventos, apareció en el desarrollo de un deporte popular en el Corona Capital: “ el salto de lodo”. El deporte, sencillo en verdad, consistía en armar de valor a algún voluntario que estuviera, junto con los demás espectadores, alrededor del charco enlodado para lograr de un salto la gloria (o no).
El romántico regreso de Snow Patrol fue ideal para las parejillas capitalinas, pues los hombres acompañaban a las mujeres en su profunda piedad hacia el siempre miserable irlandés, Gary Lightbody. Una vez terminado el romance “chasing car-eano” era evidente que Florence + The Machine, con sus ruidos entre Sinéad O’Connor y Jefferson Airplane, volvería estrecho el abrazo entre los enamorados.
Para aquellos que fueron a bailar y no a escuchar una versión musical de cualquier chick flick, la locura se desató en el escenario Bizco con James Murphy, quien podría haber tocado también en el Patrick Miller de la Roma. Sin embargo, el favorito de la noche fue Modeselektor, con los sampleos ya conocidos de bandas tan importantes como Radiohead o la misma Björk. Ellos lograron que el resto del festival se sintiera para princesas.
The Black Keys llegó con una constante negativa por el dolor de concierto y el cansancio clásico del final del festival. Nublándose ya la noche para los cansados, DJ Shadow enloqueció por última vez el escenario Bizco, haciendo que el mal común de concierto fuera olvidado por cualquiera, para regresar la energía que se creía desaparecida. Finalmente DJ Shadow sirvió de filtro para que uno a uno fueran cayendo y los últimos ravers empedernidos que quedaran, pensaran solamente en su cama.