Seiglu o “resiliencia” es la capacidad de las cosas para regresar a su forma original o adaptarse a la situación. Los islandeses son un pueblo conocido por su resistencia y fortaleza, pues a pesar de vivir en una diminuta isla nórdica de tierras congeladas y volcánicas, han destacado como un país avanzado y civilizado. El caso de la recuperación económica de Islandia después de una crisis que duró desde 2008 hasta 2011 es un perfecto ejemplo de la fuerza que caracteriza a su gente; Sigur Rós es otro. Con varios cambios en su alineación desde el lanzamiento de su álbum debut Von (que significa esperanza) en 1997, el ahora trío de post-rock logra crear algo nuevo, agresivo y poderoso sin dejar a un lado su pasado abstracto y su sonido entre experimental y orquestal.
Kveikur es un álbum mucho más duro que los anteriores en donde el ambiente atmosférico que desde el inicio ha caracterizado a Sigur Rós se ve violentado por texturas tenebrosas y melodías turbias. Dos factores son claves para ese cambio; en Kveikur, la banda firmó con XL Recordings y el tecladista Kjartan Sveinsson –que originalmente era el único integrante del grupo con entrenamiento musical– no tuvo participación alguna en este disco ya que dejó el proyecto por querer dedicarse a otras cosas.
La majestuosidad de los arreglos que hacía Sveinsson aún es una clara influencia en canciones como “Var”, un track instrumental entristecido por el piano. Justo por eso, la inesperada agresividad y potencia sonora en Kveikur cae como una cubetada de agua helada que se hace presente desde el inicio con “Brennisteinn” y “Hrafntinna”, tracks que son una presentación tan metalosa y punzocortante como la punta oscurecida de una lanza.
http://youtu.be/dF6E47Pn6mY
Los títulos de las canciones de Kveikur están en islandés y traducidos al español serían “Azufre”, “Obsidiana”, “Iceberg”, “En todos los ámbitos”, “Tormenta”, “Encender”, “Corriente eléctrica”, “Hilo delgado” y “Era”. Sigur Rós acostumbra hacer letras tanto en islandés como en volenska (lengua extraña e inventada que en realidad no dice nada) pero la verdad, para alguien que no sabe ni pronunciar Reykjavík –la capital de Islandia– de forma correcta, ambos lenguajes resultan igual de confusos y remotos.
El fantasmal y aislado paisaje islandés también es algo ajeno a la cultura latinoamericana y un álbum blanco como la nieve de entidades incendiarias que tocan la guitarra con arcos de chelo en “Kveikur” y cantan como lobos solitarios en “Ísjaki” asusta y perturba. Claro que Sigur Rós no intimida por sus diferencias, sino por su extraña cercanía.
Los espectros neblinosos en Kveikur bien podrían ser entes demoníacos de la cultura mexica y la caótica soledad que producen los paisajes nevados sería la misma en el desierto de Sonora. Si en Islandia la tasa de suicidios es increíblemente alta, aquí los asesinatos son tema de todos los días y si el mundo ve a los islandeses como un misterio, los mexicanos les resultan igualmente exóticos. Lo que tienen en común ambas culturas es su habilidad para adaptarse a lo que se presente en su camino y aún así mantenerse de pie.
Las melodías alienadas e inquietantes de Sigur Rós en conjunto con la voz extraterrestre de Jónsi muestran un universo espiritual de inviernos interminables –reales o metafóricos– que hay que superar con la frente en alto. Kveikur, como lo dice su nombre, es en sí la mecha que enciende una llama cegadora de luz que ilumina a las antes transparentes apariciones islandesas. Como tal, puede prenderse y apagarse a gusto de quien lo escuche y es dos cosas a la vez: un fondo musical agradable y una experiencia intensa y agobiante, pero liberadora.