El diario argentino “La Razón” describe la segunda Copa del Mundo cómo la primer muestra universal de utilización política del deporte. Fue el remache dorado de la imagen del gigantismo fascista en la década, primero con Mussolini en el 34 y luego con Hitler en el 36. Se recuerda a una España favorita con una de las mejores alineaciones de su historia que llegaba a enfrentar a los locales en Cuartos de Final, pero se olvidan aquellas faltas sobre el arquero Zamora que precedieron al único gol del partido nacido en los pies del histórico Giusseppe Meazza.
Después le tocó a Austria y por último a Checoslovaquia. El calcio necesitaba consumarse como el mejor futbol mundial, y aunque Oldrich Nejedly puso en entredicho las órdenes del dictador, los refuerzos naturalizados italianos finiquitaron el encuentro al minuto 97.
Todo salió a capricho del líder fascista. La copa se quedó en casa y el fútbol se preparó para una última parada en Francia 1938, antes de que el mundo no pudiera más y estallara la Segunda Guerra Mundial.
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