Cuando hablo contigo te descontrolo, mi presencia te quema y no puedes evitar quedarte con mis marcas, mis palabras se pirograban en tu forma de contemplar el mundo y dejas de ser tú. Tu habilidad para ser yo crece, aprendes, pero resulta que nunca habrá espacio para dos yos en este mundo. Tienes todo, eres lo que quisiste: una mujer que alcanzó su sueño de niña. Al menos eso es lo que dice tu perfil del Caralibro, que es el único contacto que tengo, desde aquel día, contigo.
¿Sabes? En muchas ocasiones, caminando por el jardín me ha asaltado la idea de si ese hombre con el que vives no estará forzándote a fingir felicidad ante el mundo. Sé que eres la esposa de un tipo muy enfermo, de un casi psicópata, no lo suficientemente psicópata como para no vivir fundido en el dolor constante. Un dolor que lo hace una especie de dispensador de cuchillos, navajas y balas de todos los calibres. Imagino que vives acorralada por la infelicidad. Tu rostro lo refleja, no finjas. Yo, en cambio estoy tan tranquila que incluso escribo sólo por dejar mi falta de cordura en un sitio articulado, organizado y coherente. Pero no vinimos aquí a hablar de mi. Hablaremos de ti, de tu corazón que laterá muy rápido, vas a sentir una ola de calor remojar tu piel color arena, se te erizará el cuero cabelludo, las manos y las rodillas se te van a poner temblorinas cuando veas que yo permanezco impávida, que no estoy siquiera percibiendo tu presencia. ¿O qué te parece si en lugar de eso me río en tu cara? Te dejo caer la garra de mi mirada.
Ahora te has puesto aún más tensa. Tu tensión se llama fingimiento. Te inventas un sucedáneo quebradizo del equilibrio y a fuerza de ello has adquirido arrugas que intentan denotarlo. Estás enferma de la ansiedad de quien persigue lo que nunca es suficiente.
Sé, eso me consta, que has hablado mal de mi a muchos, y que entre tus amigas se detienen a desmenuzar meticulosamente pasajes desagradables de mi vida, todos inventados. Asuntos que les son totalmente desconocidos son refritos en sus lenguas de fuego.
Mi realidad la podría relatar en unos cuantos minutos. Crecí en una jaula, estudié en dos jaulas, actualmente trabajo en dos jaulas, he escrito un número inimaginable de cuartillas, tengo un número reducido y permanente de amigos inimaginables, me dedico a trabajar casi todo el tiempo. Fui la peor madre del mundo, pero amé a mis hijos y nunca me drogué mientras los estuve amamantando. Desde cierta percepción sucia y capitalista soy una infeliz. Nunca estoy conforme, nunca finjo, salvo cuando es estrictamente necesario. Pero eso casi nunca ocurre, porque mis amigos inimaginables siempre tienen palabras verdaderas para mi. Paso el tiempo sola, la soledad es importante para una persona que escribe y mis amigos inimaginables lo saben. Yo tengo un hábito interminable por la palabra. Soy una cazadora de palabras.
Y es aquí, precisamente, cuando hablo contigo, cuando estalla la imposibilidad de que habiten dos yos en este mundo. ¿Te descontrolas? ¿Te quemas? ¿Estás dejando de ser tú?