Fotos por Rafa Ramírez
No importa si es para bien o para mal, Grimes es todo un fenómeno. Con tan sólo tres años desde el lanzamiento de su álbum debut, ya se presenta como headliner en festivales como el Corona Capital. El Bizco Club ya estaba lleno desde antes que saliera al escenario y entre la audiencia había un ánimo general como de misterio, pues muchos que antes del festival no sabían de su existencia, y parecían no estar seguros de qué esperar, mientras que los fans más conocedores estaban igual de confundidos por la expectativa que generó la visita de la artista a México.
Visualmente, Grimes tiene una estética que es a la vez simple y extraña. Acompañada por nada más que sus dos bailarines y su sintetizador, Grimes creaba un sonido que retumbaba en las columnas de la carpa del Bizco Club. Si se pudiera describir a lo que sonaba Grimes de alguna manera precisa, entonces es acertado decir que parecía algo compuesto por las voces y pasos de una horda de ninfas malignas, en vez de por gritos y beats lanzados por una misma persona.
Grimes presentó algunos de sus tracks más digeribles como “Genesis”, pero en algunos momentos todo era tan abstracto que tanto ella como los miembros de la audiencia se movían sin saber hacia qué lado iban. Muy al estilo de lo que hace la también canadiense Alice Glass de Crystal Castles, Grimes daba gritos rápidos que modificaba en ese mismo instante para darles una resonancia magnética con ecos que se perdían poco a poco entre beats constantes y soniditos místicos.
Entre esa experiencia indefinida de luces psicóticas y sonidos sonámbulos, durante todo su show, Grimes fue una figura pequeña que corría de un lado a otro del escenario, hablaba demasiado agudo y rápido y hacía temblar a la gente no sé si de emoción o de miedo. Lo curioso es que al final de una excelente presentación en la que Grimes confesó entre gritos que venir a México era un suceso muy importante en su vida, todo inició como acabó: en confusión sobre qué es lo que hizo la artista y por qué gustó tanto.