El Verano del Amor a la mexicana con 'Los Caifanes' a cincuenta años de su filmación

Una noche de juerga con tintes psicodélicos, folclóricos, metafísicos, donde la muerte coincide con la suerte en forma de un billetero que camina por las vecindades viejas del Centro de la Ciudad de México, se convierte en la aventura fílmica juvenil más emblemática de la cinematografía mexicana. Los Caifanes, película cenit de la corriente del “cine de aliento”, es uno de los lejanos paralelismos del Verano del Amor anglosajón. Una referencia de nuestra propia versión mexicana del Summer of Love. Los Caifanes se estrenó a mediados de 1967 en el Auditorio Justo Sierra de la UNAM. Este año cumple cinco décadas de haber transformado la manera de producir cine en nuestro país, en una época en que la industria atravesaba por una crisis creativa que terminaría en una crisis aún más grave.

El argumento de la cinta es una creación de Carlos Fuentes, quien a mediados de los sesenta ya gozaba de una fama sólida como escritor de la nueva literatura mexicana. Miembro de una generación iconoclasta e “iconolatra”, Fuentes tenía amplios espectros creativos, que iban desde la música hasta la publicidad; se codeaba con otros artistas que a la par suya, formaban parte de esa misma generación: en las artes visuales Javier Rojo y José Luis Cuevas; en la crónica citadina y el periodismo Julio Scherer, Vicente Leñero y Carlos Monsiváis; en la música Alfonso Arau, quien aún no ingresaba al cine; José Agustín, Parménides Saldaña, José Emilio Pacheco en la literatura; en el cine los directores Arturo Ripstein, Jorge Fons, Carlos Enrique Taboada, y Juan Ibáñez, este último, ligado a la nueva generación de actores jóvenes, que rompían con los anquilosados actores de la Época de Oro del cine mexicano, y que además, esta nueva generación provenía de escuelas formales de actuación, como las de la UNAM o el INBA.

La mitad de los años sesenta era una época especial para la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo pasado. El llamado milagro mexicano económico, dio las bases para la transformación de la sociedad del país. La modernidad que se notaba como una consecuencia del crecimiento anual promedio del 7%, inundaba las calles del México de Gustavo Díaz Ordaz: la construcción del Metro era más que una fantasía, una extrema necesidad; las universidades públicas elevaban su matrícula con jóvenes deseosos de ingresar a la nueva clase media.

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A pesar del fuerte y milagroso crecimiento mexicano, las desigualdades económicas y la represión del gobierno a las expresiones libres, colocaban a los jóvenes en una situación de  descontento. La juventud nacional estaba en la misma sintonía que las juventudes del resto del mundo. La bonanza de la posguerra arrojó una generación de seres críticos del sistema que los había creado.

En ese contexto ubicamos a Los Caifanes, como una de las primeras manifestaciones artísticas vanguardistas originadas por la juventud mexicana del baby boom. En materia fílmica es un collage de cuatro historias –mañosamente grabadas de esa forma para poder lidiar con un  sindicato–, adornadas con la influencia de vanguardias fílmicas ajenas pero elevadas, como la Nouvelle Vague francesa, el cine de Fellini o las contraluces de la era psicodélica. Elementos recurrentes en el séptimo arte de su tiempo, que aterrizaron en la realidad mexicana del momento, su estética y lenguaje, donde un Santa Claus ejecutado por Carlos Monsiváis, canta “Jingle Bells” a la vez que se embriaga y pierde el control con una canción de Carlos Gardel y un poema de López Velarde; donde un cabaret de barrio se puede llamar Géminis como las misiones espaciales de la NASA, con una variedad que incluye payasos, bailarinas, animales, prostitutas olvidadas, y una gama de elementos que chocan con el mundo encontrado de los seis protagonistas de esta historia.

En materia literaria, Los Caifanes encabezan ese cine que incluía la colaboración de los grandes escritores nuevos. Ejemplos sobran y suenan: Mi querida Patsy, creación de Gabriel García Márquez o Cinco de chocolate y uno de fresa, de José Agustín. Sin embargo el argumento y guión de Carlos Fuentes y Juan Ibáñez en Los Caifanes, es una historia que rebasa las posibilidades de sus contemporáneas, donde dos mundos distintos pero al mismo tiempo reales se funden en una noche de parranda: el Arquitecto Jaime del Anda y su novia, la socialité aburrida y hermosa, Paloma, conocen a cuatro mecánicos jóvenes y humildes de Querétaro, que por nombres propios no se entienden, sino por su codigo muy propio de apodos: El Gato, líder del grupo, El Estilos, cantante, guapo, educado, El Azteca, recién llegado de los Estados Unidos, último eslabón de una probable cadena con los pachucos, y El Masacote, obeso, tímido y perversamente travieso: convertido en autor intelectual de las vestimentas para la Diana Cazadora que ya ocupaba su lugar en Florencia y Reforma.

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Seis personajes que se unen por la aventura y la noche; que se enfrentan por el amor de una mujer y las limitaciones de uno y otro mundo, pero sobre todo, que se entienden porque forman parte de una misma generación. Ya sea el universo de los jóvenes ricos de la Ibero, que se divertían en el Quid, escuchando el show conceptual de Alfonso Arau, Los Tepetatles, o la ajena dimensión de los de abajo, los humildes que consumen Ron San Marcos a las faldas del show de la fantasía especial del Géminis, que verdaderamente existió en la calle de San Juan Letrán.

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Esta la máxima obra de Juan Ibáñez, ha sido tratada injustamente por la historia, por las referencias del cinematográficas, que han preferido mantener en la sombra al “cine de aliento”, a pesar que las referencias a ésta, una de las cumbres fílmicas de nuestro país, han sido referenciadas hasta por Caifanes de Saúl Hernández.

Los Caifanes es una cinta experimental que continúa la labor de la Fórmula secreta de 1965, pero que al mismo tiempo pretende ligar la nueva realidad mexicana –una que por desgracia ya no es la misma para la juventud del año 2017–, en la que la libertad no existía en las calles, ni en el sistema de gobierno y mucho menos en la estructura familiar. La libertad de la juventud existía en sus mentes, donde podían crear un nuevo mundo, FUERA DEL MUNDO.

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