El mito de las oficinas abiertas
En los años sesenta, la figura del oficinista vestido de traje en Wall Street era la epítome de éxito. La realidad que retratan personajes como Don Drapper de Mad Men o Patrick Bateman de American Psycho, por más siniestro que parezca, era el punto de referencia aspiracional de la vida del trabajador. Décadas después, el ambiente laboral ha dado un vuelco y la figura del yuppie (“young urban professional”) es ahora el arquetipo ideal de una vida productiva pero, en teoría, no esclavizada a las viejas formas. Ahora, las empresas han optado por implementar un modelo de oficina abierta, con espacios comunes y elementos lúdicos, tratando de generar un ambiente más relajado y creativamente fructífero.
La propuesta del “open office” no es una novedad. La propuesta surge por primera vez en Hamburgo, Alemania, en los años cincuenta. Este nuevo modelo, supuestamente, ayudaría a aumentar la productividad y la felicidad de sus empleados, pero dado el auge que ha tenido en nuestra época, surge invariablemente la pregunta: ¿en verdad la oficina abierta es sinónimo de apertura y creatividad?
En años recientes, cada vez más empresas han adoptado el modelo de oficina abierta como búsqueda de nuevas dinámicas de trabajo y un aparente reflejo de modernidad e interactividad entre sus empleados. Incluso, empresas como WeWork basan su modelo de negocios en esta premisa. Basta con transitar cualquier avenida importante de la ciudad para notar la creciente presencia de sus co-working, quienes ya cuentan con casi 20 propiedades en la Ciudad de México, volviéndolos el arrendatario privado más importante del país.
Todo suena muy atractivo: la sola idea de perder muros en favor de diálogos y puertas cerradas por intercambio de ideas. Sin embargo, existen diversos estudios que confrontan estos supuestos beneficios teóricos con las consecuencias negativas en la práctica. Según un artículo publicado por el portal The New Yorker hace casi quince años y recién retomado en sus redes sociales la semana pasada, los efectos de este modelo “abierto” tiene repercusiones graves e importantes de considerar en los equipos de trabajo. La autora del artículo, Maria Konnikova, cita con detalle diversas investigaciones internacionales que han indagado sobre el tema, como el de un grupo de psicólogos de la Universidad de Calgary, quienes monitorearon de cerca la transición de una oficina convencional a una oficina abierta. Ella dice:
“Los psicólogos evaluaron la satisfacción de los empleados con su entorno, así como su nivel de estrés, desempeño laboral y relaciones interpersonales antes de la transición, cuatro semanas después de la transición y, finalmente, seis meses después. Los empleados sufrieron el cambio, de acuerdo con todas las medidas: el nuevo espacio era disruptivo, estresante y engorroso y, en lugar de sentirse más cerca, los compañeros de trabajo se sentían distantes, insatisfechos y resentidos”.
Un factor muy importante y quizás el que afecta más directamente a los empleados, es el ruido. El psicólogo Nick Perham hizo un estudio en el 2012 donde evaluó el efecto del ruido en el desempeño de los sujetos y encontró que el ruido perjudica el rendimiento y la capacidad de concentración a corto plazo, sumándose también al aumento de estrés y, por ende, de fatiga.
Todos estos factores afectan directamente la salud física y psíquica de los empleados. Según otro estudio del 2011 hecho en Dinamarca por el Doctor Jan Pejtersen, a medida que aumenta la cantidad de personas que trabajaban en un mismo espacio, la cantidad de empleados que se tomaron el día por enfermedad también crece proporcionalmente. Los trabajadores en oficinas de dos personas se tomaron 50% más días por enfermedad que quienes trabajaban en oficinas individuales, mientras que los que trabajaban en oficinas completamente abiertas se tomaron el 62% más.
Otra desventaja clara de las oficinas abiertas en el trabajo y que pareciera obvia y minúscula, es la falta de privacidad. Tres estudios simultáneos de la Universidad de Tennessee realizados en los ochenta aseguran que la sensación de privacidad está íntimamente ligada con la productividad de los empleados en sus horas de trabajo. La habilidad de controlar el propio espacio en el que se trabaja se traduce en una mayor satisfacción, y por ende, mucha más eficiencia.
Pero los estudios citados por The New Yorker son solo algunos de los muchos que se han hecho sobre el tema, lo que habla también de un fenómeno social de interés en el estudio de los comportamientos sociales en ámbitos laborales. Arquitectos, psicólogos y neurocientíficos analizaron a profundidad los efectos que tienen las oficinas abiertas en el programa británico The Secret Life of Buildings, transmitido por Channel 4. Este estudio corrió por cuenta de académicos de la Universidad de Exeter y encontró que las oficinas abiertas pueden generar una caída del 32% en el bienestar general de los trabajadores, reduciendo su productividad hasta en un 15%.
Parece lógico pensar que el modelo de oficina abierta pueda ser especialmente funcional para los millennials, quienes están expuestos al multitask constantemente e incluso lo dominan a la perfección. Además, frente a la posibilidad de participar en dinámicas menos “limitadas” y más en la cotidianidad de una zona comunitaria, resultaría particularmente eficaz en la mejora de procesos de comunicación. Sin embargo, esta serie de estudios parecen demostrar lo contrario: las oficinas abiertas pueden resultar en una simulación de cooperatividad, cuando en realidad, hace que las personas se aislen o alejen de sus compañeros. Era de esperarse que, con la entrada de las nuevas generaciones al mundo laboral, las dinámicas en las oficinas evolucionarían, y lo han hecho. Sin embargo, vale la pena acercase a estas tendencias o modelos de trabajo con la misma crítica y reflexión que como se hizo con los procesos de antaño, en una era donde las condiciones laborales y su relación con la salud física y mental de sus empleados, se evalúa de manera cercana.