El desafío Radiobosque: bailar con Hot Chip y Underworld a pesar del lodo

El desafío Radiobosque: bailar con Hot Chip y Underworld a pesar del lodo

Fotos por Ale Mejía / Ibero 90.9

Una parte fundamental de la experiencia de un festival de música en vivo es el espacio. Ya sea el concreto frío y rudo del Foro Sol para el Vive Latino o la curva del Autódromo Hermanos Rodríguez revestida de pasto artificial para el Corona Capital o la tropicalidad y exotismo de Las Estacas en Bahidorá; cada ecosistema funge un rol significativo en la personalidad y disfrute de cada espectáculo. Clima, vegetación, estructura, activaciones, instalaciones: todos son agentes que enriquecen o merman la experiencia del público frente a las búsquedas de los organizadores por presentar “nuevas formas” de disfrutar los actos en directo, aún cuando, en sí mismo, todo se reduzca a la música y los headliners que queremos ver.

Con esta consigna, la primera edición de Radiobosque eligió un parque rodeado de árboles y área verdes para su oferta de synthpop y electrónica. A diferencia del recién acogido en tierras mexicanas, Sónar, que siguió los pasos de Björk y transformó el Parque Bicentenario en la sede perfecta de espectáculos internacionales al norte de la ciudad, Radiobosque, en su intento por ofrecer una experiencia musical con la frescura y misticismo de un bosque, eligió los confines de Cuautitlán y el Deportivo Tepoz como paraje de su sonosfera.

Desde temprano, la lluvia hizo lo inevitable: convertir hectáreas de tierra y pasto mojado en fango movedizo a la Hipnosis (aunque quizás, sin su severidad). Al menos aquí, había tramos apenas cubiertos de grava, que servían de soporte para los pasos inseguros y tambaleantes de los asistentes que buscaban desplazarse, con la mayor rapidez posible, de escenario a escenario, intentando no quedar atrapados hasta los tobillos en el lodo o resbalar. El “Rally Radiobosque” en realidad comenzaba antes, en la entrada al festival: un tramo kilométrico de tierra mojada rodeada de árboles que en la noche se convirtió en una boca de lobo donde bien se habría podido rodar una recreación de la Bruja de Blair.

Pero para quienes iban preparados con botas de lluvia o de montaña e impermeable, estos estragos climáticos no representaron ningún contratiempo. Tampoco para quienes compraron accesos VIP, a quienes les bastó entrar en su villa de comodidades y espacios techados al lado del escenario principal para olvidarse de los inconvenientes terrenales.

Aún con los resabios de la tormenta, el dream-pop neozelandés de Mild Orange trajo la pasividad y aura etérea necesarios para gozar de la llovizna diurna, la visión grisácea de los cielos y el olor a geosmina. En una nota similar, la alineación de Long Island Mr Twin Sister seguiría después con sus reminiscencias de jazz y chillwave y la distintiva e hipnótica voz de Gabe D'Amico, calentando los ánimos de la fría tarde con sus beats contundentes que invitaban a la seducción.

Los canadienses de Rhye finalmente tomarían el escenario principal poco después. La alineación downtempo fue el acto sorpresa anunciado apenas semanas previas a Radiobosque. La voz andrógina y etérea de Mike Milosh, acompañado de los beats funk y R&B de algunos de sus temas tersos, pero provocativos, delinearían perfecto el marco de neblina y rocío que se cernía sobre la arboleda y el público. 

Además del escenario principal, homónimo de Radiobosque, también existían otros nichos que albergaron distintos performances del género electro a lo largo del día. Por un lado, el proyecto artístico/tecnológico interdisciplinario convertido en mitad carro alegórico, mitad escenario, Mayan Warrior, sirvió de plataforma luminosa repleta de láseres, lanzallamas y siluetas neón para DJ Sets con ánimo fiestero. Aquí se presentaron algunos actos nacionales que forman parte del proyecto (que se concibe a sí mismo también, como un intento de presentar frente al mundo la naciente y sólida oferta electrónica mexicana, presentándose en eventos como Burning Man en Nevada) como lo fue el del también director creativo de MUTEK México, Dramian (Damián Romero) o Mandrake.

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Por su parte, en la pequeña carpa roja de Budweiser Sounds Of The City, replegada a los márgenes de Radiobosque como tienda de gitanos, se presentaron durante todo el día, colectivos musicales de la Ciudad de México que fueron desde el Disco y el House hasta el perreo y el funk. El otro espacio musical al lado del escenario principal, Archipielago Tent, encendería sus luces hasta la madrugada del siguiente día para seguirla hasta las 7 de la mañana con sets de DJ Windows 98 o Horse Meat Disco.

Finalmente, entrada la noche y el bosque transformado en un cosmos de oscuridad natural irrumpida por luces artificiales, emergieron otras instalaciones que atrajeron a los asistentes como polillas a la flama en el inevitable y deseoso photo opportunity. Por un lado, El Camino del artista de luz Paolo Montiel —quien también participó en la creación del proyecto Mayan Warrior—, un elaborado y alucinante juego de luces dispuesto sobre un sendero de árboles que se extendía varios metros y que conectaba la carpa Budweiser con el Mayan Warrior. El espectáculo de luces creaba la sensación de estar bajo miles de luciérnagas que danzaban sobre las ramas secas de los árboles, en una especie de túnel apenas iluminado por los proyectores que lanzaban chispitas de luz. 

Al costado de El Camino, se encontraba una mega ofrenda montada por la cerveza Victoria, con toda la evocación a los altares tradicionales de Mixquic. Por supuesto, una visión irresistible y colorida, forzosa frente a la coincidencia de la primera edición de Radiobosque con la celebración de Día de Muertos. La ofrenda Victoria parecía un descanso a los sentidos de toda la parafernalia electrónica del festival, alumbrada a la luz tenue de las veladoras, con todo y aroma a incienso y cempasúchil natural. 

También estuvo presente el colectivo multimedia Cocolab —quienes también vistieron los espacios del Parque Bicentenario en Sónar— con una una experiencia inmersiva llamada Laberinto, donde la gente podía transitar entre oscuridad absoluta y destellos de luz en una secuencia de árboles iluminados por cordones de leds.

Alexis Taylor, Hot Chip.

Alexis Taylor, Hot Chip.

Para las 10 de la noche, uno de los actos más anunciados y esperados del cartel de Radiobosque finalmente se manifestó en el escenario principal: Hot Chip, calentados previamente por los estrobos y potentes sintetizadores del dúo parisino The Blaze. Precedidos por una introducción que duró varios minutos, con una mezcla de audios de declaraciones sobre cambio climático, migración y acoso sexual mientras el escenario permanecía en negro, los británicos Hot Chip marcaron finalmente su aparición con un juego de luces y percusiones que dio paso a su sencillo del 2015 “Huarache Lights” y los gritos y silbidos de la gente. La pantalla a sus espaldas desplegó un arte similar al de la portada de su álbum de este año, Bath Full Of Ecstasy, con un medio círculo que delineaba a la banda en transiciones de color y texturas de acuarela, y cuya circunferencia parecía vibrar o deformarse de vez en cuando dependiendo de los beats de sus canciones.

El líder de la banda, Alexis Taylor, se dirigió en español en varias ocasiones para saludar y agradecer al público e hizo gala de sus excéntricos pasos de baile con el aura quirky que lo caracteriza. Hot Chip presentó un setlist exitosamente equilibrado entre hits imprescindibles y nuevos cortes, con temas como “Melody Of Love”, “Spell” y “Hungry Child”, pasando por su hit dosmilero “Over and Over” y cerrando con sus grandes temas dance-poperos que los colocaron en la mira comercial, “Ready For The Floor” y “I Feel Better”.

Karl Hyde, Underworld.

Karl Hyde, Underworld.

Al finalizar, sus compatriotas Karl Hyde y Rick Smith tomaron posiciones en el mismo escenario, transformando el synthwave de Hot Chip en un huracán de estrobos, techno y estamina bajo su legendario rótulo Underworld. Los veteranos del EDM aparecieron maquillados como calaveras y con “Two Months Off”, inauguraron su acto, uno que estaría definido por la entrega de su audiencia y la clausura del escenario principal tras su último beat a la media noche.

Karl Hyde se entregó por completo a la fiereza del techno que parecía controlar sus movimientos, contoneándose con sensualidad, arrebato y gozo, dejando un gran statement de que la edad no es impedimento para el desenfreno corpóreo. Con “Another Silent Way”, el público dio lo mejor de sí para elevar los pies del fango y lograr desasirse de la densidad de la tierra mojada, entregándose por completo a la energía que infundían los sexagenarios desde su pedestal. En un trance inevitable, la audiencia que se extendía por toda la explanada principal cedió enteramente a Underworld. Por supuesto, “Born Slippy .NUXX” sería su sello de salida, aquel tema que alcanzó reconocimiento mundial por su aparición en el soundtrack de Trainspotting. Ambas, canción y cinta, emblemas de la cultura noventera.

Rick Smith, Underworld

Rick Smith, Underworld

No es para desestimar tampoco la presentación de los daneses WhoMadeWho y su llamado “Hybrid Live” desde el Mayan Warrior, quienes abrieron la primera hora del día siguiente con una mezcla de dance, techno y trance, ideales para continuar la experiencia de Radiobosque como si se tratase de una noche ininterrumpida y eterna. Los vocales en vivo de Tomas Høffding acompañados ocasionalmente de los riffs eléctricos de Jeppe Kjellberg, rodeados de la opulencia del Mayan Warrior y establecidos por un potentísimo rayo de luz que se alzaba sobre ellos por kilómetros hasta impactar las nubes oscuras, bañaron a la audiencia en una alucinante atmósfera de celebración nocturna.

Para los valientes, Radiobosque continuaría hasta la mañana del 3 de noviembre, abrazados por un frío que sólo podía combatirse con capas de ropa o movimientos corporales. Muchos, rendidos ya desde la noche anterior, se refugiaron en las sillas, tapetes y techos de las activaciones de Adidas, Levi’s y Bumble. La proeza fue resistir la llovizna y el inexorable lodo que arruinó cientos de tenis blancos durante la jornada. Obstáculos, lastres y contrariedades con los que, aparentemente, tendremos que aprender a vivir en los festivales citadinos si queremos seguir la fiesta.


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