Fotos por Aline Terrein Una de las ventajas de la alta oferta de conciertos que se ha presentado en la Ciudad de México en los últimos años, es que los que asisten a cada uno, son fans de la banda. Es imposible ir a todas estas celebraciones de sonido y fiesta, no sólo por falta de presupuesto, sino que las leyes de la física en cuanto a tiempo y espacio también intervienen. Es por eso que la presentación de Digitalism estuvo llena de gente atascada y clavada, gente que sabía a lo que iba.
No hay duda que las concepciones de belleza cambian con el paso del tiempo. Pues lo que hace cincuenta o sesenta años hubiera sido considerado ruido y una aberración al término: música; se convirtió, en 2013, en una verdadera celebración de amor del siglo XXI. El dúo alemán comenzó la presentación de su último álbum de estudio, I Love You Dude, con “Miami Showdown” que al contrario de las obviedades dejó al público anonadado; como si estuvieran viendo un concierto de folk. Las siluetas negras de Jence e Isi, en contraste con un fondo blanco en forma del corazón que aparece en el artwork de su disco, hacían magia en la consola; una imagen que no fue fácil de digerir.
Una vez asimilada la grandiosidad de lo que se estaba presenciando, el público respondió a cada rugido de las bocinas con naturalidad y desatamiento total. Entre sonidos electrónicos que suenan a voces humanas, música altamente pixeleada y la ocasional voz de Ismael Tüfeçi á la Ian Curtis; el sonido de Digitalism se convirtió en una especie de música híbrida cybersexual. Los sonidos cósmicos de cortes como “Blitz”, “Simply Dead” y “Circles”, son lo que se necesita para romper con la monotonía de la semana, en viernes.
Después del encore la perspectiva cambió, fue como escuchar música electrónica boscosa desde una montaña rusa en movimiento; la melodía fue dulce pero acelerada en canciones como “Stratosphere”, “So Totally Good” y “Pogo”. Con cada explosión de sonido, estos pinchadiscos mezclaron frente a un corazón gigante, y parecían convertirse en marionetistas de su público, al cual no se le escapada un beat al bailar. Digitalism logró convertir al Auditorio Blackberry en una verdadera oda al amor moderno, orquestada por locos desatados.