Fue un día infernal. Toluca, desacostumbrada al sol de trópico, hervía. Las lagunas del Nevado se vaporizaron. El tóxico caudal del Lerma bullía. El León, un cachorrito quizá demasiado tierno, quedó calcinado cuando las llamas del averno le fueron carbonizando el pelaje. Ocurrió que el Toluca fue infernal, a ratos torrencial; un diablillo incontenible, hiperactivo y retozón, deseoso de tragarse el mundo a bocados y poco temeroso de agraviar a quien se le interponga en el camino. Que no maleducado; que no se malentienda. Ante él, se presentó sólo la piel del león que se había devorado al Flamengo, aquella noche en la que el espíritu de Ghiggia poseyó al ‘Gullit’ Peña y Obdulio Varela reencarnó en Rafael Márquez. Contrario a lo que pensábamos, el banquete maracaniano no causó ni amnesia ni retortijones en ‘la fiera’, sino un súbito rejuvenecimiento, como si se hubiera rapado la melena y quedara un cachorro enclenque y poco imponente. Quienes sí se afeitaron la mollera fueron los párvulos toluqueños: Sartiaguín, Herendia y Silva, quienes experimentaron su rito de iniciación: unos minutos al calor de las brazas, en la jaula del león. Si salen vivos, forjados quedarían. Para darles cabida, Cardozo envió al exilio temporal a medio pelotón de gala: el general Da Silva, los comandantes de tierra Brizuela, Ponce, Esquivel, Galindo, Ríos y Thiago, y el comandante de las Fuerzas Aéreas, Pablo Velázquez. El gastadero de municiones no era una estrategia fiable; quedan guardadas para una batalla mucho más cruenta, en un par de días. También Matosas pasó lista al parvulario. La lozanía le pudo al León, que desterró a media manada de vuelta a la sabana; también, otro banquete más apetecible espera, no muy lejos.
Edgar Benítez: dícese de tal futbolista paraguayo cuya principal característica es la irregularidad. Transita del genio al bochorno con mayor velocidad que con la que decide qué hacer. Es un cortocircuito humanizado. Cuando se citó ante Martínez quedó ofuscado, quizá por el sol plomizo, quizá por el estupor de saberse tan sólo. El pecho de Martínez repelió la bala. Más león enjaulado parecía el diablo; mucho menos demoníaca la fiera. Pero el León no es como lo pintan. Cuando más timorato e inofensivo se mostraba, soltó la primera mordida. Iván Pineda surgió de la nada y César Lozano fungió de fantasma ante su cabezazo insospechado. Fue entonces cuando el León se enjauló y el Toluca arremetió. Martínez se lanzó sobre la línea de gol para detener el fogonazo de Orrantia previo a los malabares de Acosta y Dueñas con el balón, tan superfluos como cómicos. El Toluca floreaba el látigo pero no logró, siquiera, aplacar al León. Todo sucedía mientras en algún palco no muy lejano a este cronista, Pablo Velázquez reclamaba a Paulo Da Silva haber tragado el último sorbo de mate.
Conforme se extendía el asedio seguía sin claudicar el León. Ensayaron Nava y Sartiaguín, cuyos proyectiles estuvieron más cerca del Cosmovitral que de las uñas de Martínez. En una ráfaga, Maz tuvo a merced el tiro más fácil de su vida, servido tras una galopada de Sabah; Lozano se abalanzó sobre él, con vocación suicida. No fue hasta que el bisoño Velasco apuntó a tierra y su tiro quirúrgico entró por un resquicio delimitado por el poste derecho y las cutículas de Martínez. Prosiguió, entonces, un ejercicio encomiable de un Toluca pipiolo, coronado por el particular monólogo interno que atormentaba a Raúl Nava. Las manos en su cabeza son la postal predilecta de la tarde. Algún fantasma revolotea en su mente. Elocuente fue el conflicto entre su sistema nervioso central y sus piernas cuando los pectorales de titanio de Martínez le extirparon un grito de gol de la garganta. La procesión no merma al voluntarioso Nava. Ya vendrán tiempos mejores (claman algunos, hace tiempo).
Cuando se reactivó el combate, el arcoiris de Benítez casi encuentra final tras las espaldas de Martínez, a quien deberían retribuirle un bono por concepto de “trabajo extra”; la parábola quedó en el techo del arco. Y entonces Emilio Orrantia retacó el zapato de pólvora y Martínez, en plan glotón, abrió la puerta para que el impacto no le cercenara las piernas. Quizá, después de tal afrenta, la dirigencia del León debería omitir mi recomendación anterior. El Toluca contuvo la respiración. Y así, casi hincado y desquiciado por la asfixia, soportó hasta cuando Delgadillo decretó el fin. Antes, Matosas inyectó a Calderón, Franco y Flores, quienes aliviaron al León, mas no lo salvaron. Una descarga de Calderón rasgó las costuras de Lozano y la vaselina de Maz se marchó amenazante, aunque estéril, engullida por las llamas del averno que clama por Cardozo y un otoño garbeando por las callejuelas perfumadas de café y comino, los bazares y la Medina de Marrakech. Mucho más no pasó. Sólo que Miguel Herrera rompió su récord de palabras proferidas y poses fotográficas con aficionados (y algún periodista, dicho sea de paso) en un minuto, y que Velázquez no volverá a convidar de su mate a Da Silva, aunque su matera contenga lo suficiente como para compartir con el Paraguay entero.
Tarde de plácemes, perlas y verbena. Los retoños podrán descansar, que ya han hecho demasiada diablura. Una tarde premonitoria de que una batalla mucho más trascendente aguarda por ambos, sólo al virar la esquina. Fue, al cabo de que nada que cambiará la alineación de los planetas ocurrió, una tarde infernal.
Eduardo Navarrete
@Fmercu9