El pasado fin de semana, la meca de la cultura pop aterrizó nuevamente en el soleado rincón del sur de California. Posicionada como la más grande de su tipo, la San Diego Comic-Con International incluye espacios para comics, cine, televisión, videojuegos, cartas de colección, novelas, juguetes (desde las clásicas figuras de acción hasta los designer toys), etcétera. Al contemplar esa amalgama de fandoms, uno se enfrenta con la representación más completa de esa cultura conformada por individuos profundamente apasionados y, sobre todo, orgullosos de cierta identidad que con el paso del tiempo ha recibido mayor aceptación y respeto. Los eventos más populares suelen programarse en el espacioso Hall H, cuya capacidad supera las 6,000 personas. Entre los paneles de este año se encontró Frankenweenie, el anticipado regreso de Tim Burton a la historia de su cortometraje homónimo (el cual está a punto de cumplir tres décadas). Más allá de la conferencia, también se contó con la exposición titulada The Art of Frankenweenie, la cual visitará el Distrito Federal del 27 de julio al 7 de agosto en Plaza Universidad.
Por parte de Walt Disney Studios también se contó con Oz: The Great and Powerful, la siguiente entrega de Sam Raimi (director de la trilogía de Evil Dead y Spider-Man). Habitado en el universo del clásico de L. Frank Baum, esta producción contará la historia del mago interpretado por James Franco.
Por el otro lado, Wreck-It Ralph apela a la nostalgia gamer (las referencias abundan en este largometraje animado) con un villano de un videojuego ochentero cansado de ser siempre el “malo” que todos desprecian.
Uno de los proyectos monumentales que brindaron su presencia en la convención fue la anticipada adaptación de The Hobbit, dirigida nuevamente por Peter Jackson. Situada sesenta años antes de los eventos mostrados en la trilogía de Lord of the Rings, esta película tuvo un recibimiento controversial en CinemaCon debido a su proyección de 48 cuadros por segundo (el doble de la velocidad tradicional). En el caso de Comic-Con se proyectaron 12 minutos con el formato usual y detonó un estruendoso aclamo en la audiencia. Por azares del destino, se encontró en el mismo bloque que el siguiente proyecto de Guillermo del Toro. Lamentablemente, la ironía detrás de esa programación se debe a la dura experiencia del cineasta mexicano con esa historia de Tolkien, cuya participación colapsó después de involucrarse varios años. El director asistió para presentar Pacific Rim, una épica de ciencia ficción donde la humanidad debe enfrentar una legión de bestias kaiju a través de robots colosales (controlados simultáneamente por dos pilotos). Del Toro pretende presentar “una aventura y no una película de guerra”, así como mostrar una película “donde todos salvemos al planeta y no únicamente un país” con “una membresía exclusiva de heroísmo”. Esas batallas prometen ser viscerales y operáticas donde “cada vez que un robot sufra, la audiencia también lo sienta”.
A pesar de todo el hype de los grandes estudios, el evento que contó con la fila más larga y el público más eufórico fue la reunión para conmemorar el décimo aniversario de Firefly. Su autor Joss Whedon se posiciona como una de las máximas figuras de culto en la actualidad debido a creaciones como Buffy the Vampire Slayer, Angel, Dr. Horrible’s Sing-Along Blog, e incluso como su papel de guionista y director en la reciente entrega de The Avengers. Esta serie de televisión contó con una corta temporada, pero su legacía logró que este panel se catalogara como histórico por muchas personas. Es común contar con la presencia de lágrimas durante la interacción artista-admirador (normalmente por parte del segundo), pero el contemplar a los actores y su creador enfrentados con el intento fallido de contenerlas dio lugar a uno de los sucesos más conmovedores de toda la convención.
Muchos seguidores de la vieja escuela aseguran que la convención se ha convertido en una tragedia producto de la mercadotecnia y monstruos hollywoodenses. No es difícil notar de donde proviene su punto, sólo basta comparar un Artist’s Alley despejado y las filas interminables para los paneles de cine y televisión. Se suelen escuchar comentarios como que el espíritu de la convención era fomentar la creatividad, pero ahora se ha vuelto tan masiva que suele opacarse por el impulso consumista hacia los “productos”. Tal vez no todos compartan su nostalgia auténtica, pero es imposible no comprender cuando lamentan que la inmensa mayoría caza autógrafos de sus actores favoritos en vez de garabatos de los artistas detrás de los comics. A pesar de sus deficiencias (entre las que se encuentra el caótico servicio de registro con sus entradas cada vez más inalcanzables), la naturaleza sobrehumana de la convención persiste. Pocas cosas alcanzan a compararse con la experiencia alucinante de esos cinco días del año, razón por la que los asistentes se determinan a superar cualquier traba con tal de repetirlo. Ya sea en largas conversaciones con geeks que comparten tus mismos intereses excéntricos o diseñando el disfraz que detonará el asombro de todos, hay un sentido de pertenencia equiparable al de un concierto o evento deportivo. Aunque las personas parezcan muy variadas, el sentido vehemente de pasión y entrega es el común denominador. Honestamente, ¿qué fanático se priva de la conmoción al pertenecer a una masa donde, por un momento, nada resulta demasiado extraño?
Texto escrito por Karla Sanay