En El Día de la Marmota, el personaje interpretado por Bill Murray estaba condenado a despertar repetitivamente en el mismo día, mismo lugar, misma hora y misma canción: “I Got You Babe” de Sony & Cher: presagio de un día tremendamente optimista, o absurdamente monótono. Mis días son similares, pero con un soundtrack un tanto más nefasto: cuando las manecillas del reloj cambian de las 7:59 a las 8:00am, un des-concierto de martillos, taladros, grúas y gritos irrumpe a cinco metros de mi propiedad. Puntual y metódicamente, cada mañana, decenas de albañiles salen disparados hacia su labor cual galgos recién soltados tras un señuelo. Desde hace tres años, la centenaria casona de la Colonia Roma que estaba a espaldas de mi edificio (para ser precisos, de la habitación donde duermo), fue demolida para dar paso a la construcción de un voluminoso edificio departamental de seis pisos.
En esta ciudad, la normatividad sobre los niveles tolerables de decibeles, es un concepto ausente. Quienes habitamos en esta desafortunada manzana de la Roma Norte, hemos aprendido a vivir con este supremo ruido: durante el día hay que cerrar puertas y ventanas; y en casos exagerados, usar audífonos aislantes mientras se hacen las labores del hogar, o para concentrarse en el trabajo (ahora, mientras escribo esto, los traigo puestos). De noche, una bomba drena los mantos freáticos: su constante zumbido nos ha enseñado las maravillas de utilizar tapones de oídos para conciliar un sueño profundo.
En 1984, el grupo alemán Einstürzende Neubauten montó un peculiar show llamado Concerto for Voice and Machinery, utilizando herramientas de construcción como instrumentos: taladros eléctricos, soldadoras, mezcladoras de cemento. La historia recuerda aquel performance, como el primer evento de música industrial. Si el espectador rompe con los formalismos de la melodía, puede encontrarse cierta (anti)estética en los chillidos, golpes, explosiones y drones que ocurren en diferentes momentos de un tiempo y espacio definidos. Lo que daría John Cage por vivir en mi departamento...
Tal es la patología de coexistir con el ruido, que he aprendido a resignificarlo: ya no se trata de agonizar aplastado por la contaminación auditiva, sino de despertar cada mañana con un concierto de Einstürzende Neubauten ocurriendo puntualmente a cinco metros de mi ventana. Para mí es tan dulce como levantarse con el tarareo optimista de Sony & Cher.
Texto escrito para Publimetro del 19 de julio del 2013