En el 2012, poco tiempo antes de que iniciara aquel último y pesadillesco proceso de elección presidencial al que fuimos sometidos los mexicanos, un periodista de un medio impreso que no mencionaré me envió estas preguntas para que se las respondiera:
1. Después de dos sexenios de alternancia, ¿para qué le servirán las elecciones del 1 de julio a México?
2. ¿Cuál es el saldo que la inseguridad ha dejado a los mexicanos?
3. ¿Qué conductas se han modificado con las nuevas tecnologías y qué brechas han abierto?
4. ¿Te sientes parte de una generación?, ¿cuál?
5. ¿Qué caracteriza la literatura mexicana actual?
Las respuestas que yo le envié de regreso fueron las siguientes:
1.- Hay una desconfianza generalizada en el proceso electoral. Dudas importantes en cuanto a si existe una democracia real en un país en el cual sólo determinados sectores tienen acceso al poder y los electores cuentan con escasa información con respecto a las propuestas de cada partido. Los individuos que acceden a las candidaturas para gobierno, incluso los que acceden a las secretarías y puestos de menor calado, suelen estar en absoluto desconocimiento del país que ambicionan tener en las manos, y es un hecho que ni les importa. Dudo que este panorama vaya a cambiar, dudo que este año tengamos elecciones limpias, y muchos ciudadanos tienen la misma percepción que yo.
2.- Contemplando el panorama desde una perspectiva, más que pesimista, realista, esta bomba de tiempo tendrá detonaciones mucho mayores. Para entenderlo hace falta observar el nivel general de deterioro en que se encuentra el país, y que se ha acelerado estrepitosamente en los últimos sexenios. El brutal crecimiento en los cinturones de pobreza en las periferias de la ciudad de México y muchas otras ciudades importantes es un foco rojo al que los ciudadanos de las clases menos desafortunadas debemos temer, puesto que la pobreza genera una delincuencia ampliamente previsible y justificada por el hambre. Los gobernantes deberían agregar números a los presupuestos destinados al combate a la injusticia social, que ofrezcan soluciones contundentes y no limosnas para los pobres, cuya cada vez mayor presencia es consecuencia de un sistema gandalla e incongruente.
3.- Las generaciones -posteriores a la mía- que han crecido con estas tecnologías, muestran patrones de conducta que hace algunas décadas habrían sido impensables. Si estas nuevas tecnologías nos permitieran, además, sacar una fotografía de los habitantes del planeta que actualmente cuentan con una computadora, o un dispositivo móvil, tendríamos como resultado el descubrimiento de una raza extraña, cuya mirada está más concentrada en pantallas -que no necesariamente ofrecen una visión de la realidad-, que en entender la sociedad en la que viven y el modo de mejorarla. Al margen de esto la nuevas tecnologías aportan beneficios innegables en muchos terrenos, es imposible abarcarlos en este breve espacio. La brechas que se han abierto en términos de comunicación e información me parecen paradógicas, por que, en tanto facilitan la interlocución de los individuos a larga distancia, los están aislando de la cotidianidad y la convivencia en el sentido tradicional.
4.- Pertenezco a una generación que alcanzó la madurez sexual bajo el enorme peso del sida. Una generación cuyos padres todavía contaban con cierta ideología y cierto sentido de la moral y los valores, misma que nos fue inculcada, pero que, ante la contemplación de la realidad adulta, pecó de ingenua.
5.- El terreno de las artes en México sí me parece alentador. Quizá en este sentido las artes escénicas sean la excepción. En el ámbito literario la actividad es bullente y cada vez más interesante, más ecléctica y más crítica. La creación literaria adquiere personalidad propia en los estados de la república y deja poco a poco de ser un fenómeno centralizado. Es plausible el esfuerzo para la promoción de la lectura, puesto que, a pasos cortos, va generando conciencia sobre su importancia. México es un país de grandes escritores y entre las nuevas generaciones hay muchos, y muy valiosos.