Berlinale: Día 5. Malick y Lubezki lo consiguen

Siempre que aparecen en concurso en los festivales los nombres de los autores consagrados del cine mundial está garantizada la polémica. Este año, de entre las aspirantes al Oso de Oro esa controversia se la ha ganado, merecidamente Knight Of Cups, el más reciente largometraje del mítico cineasta norteamericano Terrence Malick.

Famoso por haber abandonado una promisoria carrera en su juventud después de hacer dos grandes películas (Badlands, 1973 y Days of heaven, 1978) -el realizador explicó tiempo después que nada le interesaba menos que ser famoso y por ello se dedicó a dar clases durante casi dos décadas-, su regreso al cine con La delgada línea roja supuso la reactivación de su leyenda urbana.

A partir de lo anterior no es difícil entender que a Malick le suelen preocupar poco la opinión de la crítica o la promoción de sus cintas. Tal vez por ello no vino a la Berlinale -no suele ir a festivales ni es muy amigo de las entrevistas- y es poco probable que le agobie la división de opiniones que su nuevo largo generó entre la prensa especializada. En su lugar, presentaron la película dos de sus estrellas, Christian Bale y Natalie Portman, que aparecen al final de este post en el fragmento de la conferencia de prensa que acompaña este texto y la video crítica.

Press-conference-Knight-of-Cups

Obedeciendo a un particularísimo estilo, y más allá de las reacciones que su autor provoca en sus fans y detractores, Knight Of Cups resulta una nueva reflexión poética en el estilo de la también aplaudida y atacada El árbol de la vida (2011).

Sin dedicarse demasiado en ofrecer respuestas y, haciendo mancuerna de nuevo con el brillante cinefotógrafo mexicano Emmanuel Lubezki, lo nuevo de Malick es un ensayo sobre la soledad y las relaciones de pareja construido a partir de planos largos rodados con lentes angulares y voces en off reflexivas. Como siempre, lo que para muchos resulta repetitivo y previsible para otros se antoja exquisito.

Anotándome en la lista de los segundos, con Malick -y con Lubezki- uno no puede decir que no sabe a lo que ha venido al cine. Llamarse a engaño a estas alturas del partido resulta, entre muchas otras cosas, estéril y absurdo por lo que los enemigos del estilo deberían abstenerse. Siete películas después Terrence Malick sigue siendo el mismo. Que eso alcance para ganar Berlín es harina de otro costal. Desde acá les sigo contando. Abrazos, El More

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