Antibalas: oda al sonido análogo
Si partimos de la idea básica de que el universo se compone de sonido, se puede inferir que posee una razón de ser, una vida que cursar. Es fascinante pensar en cada voz, paso o acción cuyo tono específico constituya a este universo mediante un ritmo. Como lo plantea Thomas Roebers, bajo su documento titulado Foli: There Is No movement Without Rhythm, donde la premisa no es otra sino sensibilizar al oído con su entorno, y que todo en el mundo posee un ritmo.
Si se habla de la manipulación de dicho entorno para fines musicales (entiéndase de la forma alineada al concepto de producción sonora en este siglo) persiste en evocar a una raíz, dónde armonías de buena parte a África Occidental hacen este llamado al origen. Una suerte de comunión espiritual que incluso omitiría lo presencial, es decir, no habría que estar en el punto de origen para poder sentirlo.
El Afrobeat contiene esa cepa, y quizás sea su razón de ser; cita a una comunión íntima. Aunado a su armonía, funge como el espacio para que el músico fluya, aparece una introspección natural mientras jamean todos los músicos, cada uno desde su espacio instrumento. Es evidente que la liberación de energía se manifiesta.
De ahí que las piezas de afrobeat son tan longevas, florece la polirritmia sonora, y se va de un lado a otro, de un ritmo a otro, de un tiempo a otro. La interacción se da mediante el sonido, mediante dicha corriente entre los que ejecutan. Ello se transmite, y este manojo de vibras seduce y se comparte con quienes lo presencian.
Se oyó, se sintió la música
Antibalas es la banda por excelencia, que replica el sonido de África 70 y del gran músico Fela Kuti, aunque sería chido pensar hasta qué punto se podría separar el trabajo de cada banda. Si bien la mayoría de los integrantes de Antibalas arrastran una carrera como músicos de gran capacidad en su área, lo cocinan mejor cuando se trepan juntos en un entarimado; vientos, percusiones y cuerdas.
Martin Perna, miembro fundador de la banda se mimetizó, bajo su sombrero negro, entre todos los integrantes, el grado de atención no recae en él, sino en el acto como tal. Un performance bien aceitado dónde un movimiento de brazo de Duke Amayo (frontman, voz y campanero) implicó emitir bombos potenciados para deslumbrar al público del Indie Rocks!. Amayo es buen intérprete, enérgico y apasionado. Libera vibra positiva en todo momento.
Los trece músicos en acción, donde cada uno de ellos lució perfecto en el momento de saltar a escena. Por ejemplo, las guitarras amarraron una base con la cual se pudo bailar en varios pasajes. Son un biotipo de liras que coexisten hasta nuestros días, desentierran un espíritu fandanguero. Todos en el equipo se conocen y hacen su parte, no solo tocar, sino recitar, alentar o contar anécdotas sobre el escenario.
El fin no llegó sino hasta ver, en medida de lo posible, saciados a la mayoría de asistentes. Luego de tocar una versión live de Gold Rush de poco menos de diez minutos, bajaron del escenario y el espacio se fue a negros. Acto seguido a coro el clásico “Otra, otra, otra” jaló nuevamente a cada uno de los integrantes, para desfilar a manera de despedida. En ese momento tronaron para el cierre el clásico de África 70 “Open & Close”.
En tiempos tan vertiginosos -en cuanto a producción de lo que sea- donde la mayoría de música se alinea a una lógica de mercado, se agradece que bandas como Antibalas quiebran esa percepción, y remitan a la raíz genealógica de un cúmulo de sonidos, simplemente con el afán de pasarla bien con música.
Fotos por Susana Fuentes