Por Pat Castañón
Un escenario oscuro y poco ostentoso, una especie de salón con objetos cotidianos que se llena y se vacía rápidamente. El sonido de unos tenis blancos con suela gruesa que atraviesa el salón acompañado por una luz que apenas abre paso en medio de una oscuridad casi absoluta. Es ese señor de traje azul extra grande el que se para en el micrófono sin convencer que su voz, su guitarra y todo su cuerpo, tienen un gran ritmo y admiración por la música. Así es Talking Heads, un grupo de personas que no pretenden nada más que moverse y hacer vibrar al público con una música polirítmica, en donde aparece una mezcla de disco, sonidos energéticos, étnicos, experimentales y oscuros. La película sobre el concierto Stop Making Sense es un punto y aparte a la hora de grabar espectáculos. Filmada en 1989 por Jonathan Demme, y traída de nuevo por el festival Ambulante a la pantalla grande de nuestra ciudad. Resulta que Talking Heads cumple 15 años y qué mejor manera de festejarlos que con una película remasterizada digitalmente, que encierra éxitos como “Burning Down the House”, “Psycho Killer” y “Once in a Lifetime”. La película que le hizo honor al concierto.
Se trata de una película sobre la escenificación de un grupo, no sobre la reacción del púbico ni la vida en el backstage. La música de Talking Heads no necesita demasiada producción, ni adornos, sus integrantes llenan la pantalla y el sonido se acerca lo suficiente para convencer de levantarse y bailar. El escenario se desmonta, sale y aparece cargado por un equipo de producción. No hay un vestuario que atraiga la atención, sólo colores neutros. Varios elementos quedan excluídos para que escuchemos atentamente, hay pocas distracciones pues Demme se centra en captar miradas y gestos. La energía del escenario desborda la pantalla. Se puede entender la dinámica de un grupo que decide unir talentos con sólo ver sus miradas. Las tomas son precisas y armónicas, no se agitan y no marean, casi no hay cortes lo que hace que se capte la esencia de la música y esto es, en verdad, impresionante.
Lo divertido de Talking Heads es su espontaneidad, tienen una simplicidad para tocar y divertir única. El espectáculo logra unir ritmos con imágenes que alteran los sentidos.
La cara huesuda de David Byrne —vocalista, autor de las canciones y director de las puestas en escena— sus ojos expresivos y su cuerpo plegable, representan el punto de partida y guía dentro de Talking Heads. Hay escenas en donde se acerca a la cámara y su mirada habla por sí sola. Es la banda la que se construye a sí misma desde adentro. Es un espectáculo que crece cada segundo, empiezan con un hombre y acaban con nueve. Se siente el calor del sudor en las frentes, la energía en los saltos, en los movimientos bizarros pero acertados a la música de Byrne, emociona y atrae. La película funciona como un acercamiento certero del espectáculo de Talking Heads, en cualquier concierto nosotros decidimos qué ver y en qué momento, Demmer no nos quita esta posibilidad, sus tomas son largas y amplias, no tratan de insertar una narrativa precisa sino que la película se trata de insertar en el concierto de la forma más sutil. Algo así como iniciar un concierto con la frase:"Hi, I got a tape I wanna play".