Agricultoras de la Paz: las mujeres y los movimientos de raíz
“Una mujer con imaginación es una mujer que no sólo sabe proyectar la vida de una familia, la de una sociedad, sino también el futuro de un milenio”.
Rigoberta Menchú Tum
Vivimos en la era del desencanto. La violencia se ha convertido en el pan de cada día y, sin duda, las acciones para combatirla son insuficientes. Las problemáticas sobrepasan en número y capacidad a los mecanismos de resolución.
El mundo sufre una crisis política, social y medioambiental que no está siendo atendida totalmente por los organismos internacionales. Existen factores culturales, geográficos y políticos que no son tomados en cuenta para generar los instrumentos específicos que requiere la humanidad y el planeta. Hay voces con grandes proyectos, sin embargo, la mayoría carece de capacidades para desarrollar el potencial de sus iniciativas.
En medio de todo el caos y la falta de voluntad institucional, olvidamos que las mujeres son parte esencial del entramado social. Resulta sorprendente entonces que hasta hace muy poco comenzáramos a percibirlas como elemento imprescindible para la construcción de paz.
El 24 de mayo se celebra el Día Internacional de las Mujeres por la Paz. Para entender esta lucha es importante comprender ¿qué es la violencia?, ¿qué es la paz? y ¿cómo inciden las mujeres en ambos procesos?
De acuerdo con el sociólogo y matemático noruego Johan Galtung, experto en investigación sobre la paz, un estado pacífico no significa únicamente la ausencia de violencia, así como salud no es la ausencia de enfermedad, sino todo el proceso de construcción de un cuerpo sano capaz de defenderse de aquello que lo amenaza. Para construir paz es imperativo entonces, generar los instrumentos para que una sociedad pueda protegerse, esto implica crear mecanismos de prevención contra la violencia.
La violencia es explicada por Galtung de dos formas: la directa y la estructural. La primera es aquella que daña, como su nombre lo indica, directamente a una persona o a una sociedad, mientras que la segunda es aquella que se produce lentamente y erosiona poco a poco una comunidad. Esto no hace que una sea más peligrosa que la otra. Sin embargo, cada caso debe abordarse de distintas maneras.
La teórica feminista, Brigit Brock-Utne, enfatiza que la seguridad para las mujeres está ligada a ambos tipos de paz. En el marco conceptual feminista, la paz se construye a través del pleno ejercicio de la justicia económica y social, sustentada en principios de equidad y derechos humanos. Por supuesto, todo lo anterior a través de una perspectiva de género.
Por años la construcción binaria del género nos ha hecho relacionar a la mujer con la sensibilidad, la ternura y la ausencia de fuerza y poder. Esto quizá también por el vínculo que se ejerce entre la mujer, la maternidad y la nutrición. Por otro lado, “lo masculino”, en el espectro simbólico del género, cae precisamente en el polo opuesto: al hombre se le relaciona con la fuerza, la valentía, el poder y las armas.
Esto no significa que una sociedad regida por mujeres sea de facto una sociedad pacífica. Sin embargo, como dice Elise Boulding “las mujeres son el cemento cohesionador de la sociedad y fueron socializadas con habilidades y herramientas funcionales para la construcción de paz”.
En materia de seguridad hay un vacío de representación femenina y pocas veces se contemplan las necesidades que ellas tienen. Las estadísticas arrojan que el 90% de las víctimas durante una guerra civil son mujeres y niños. Sumado a esto, son ellas quienes continúan siendo víctimas de violaciones a sus derechos.
Las marxistas-feministas aseguran que las mujeres pueden incidir en los procesos de construcción de paz, ya que es a través de ellas que se hace una labor productiva, reproductiva y comunitaria que facilita los procesos de entendimiento y diálogo. En este sentido, el rol que las mujeres desempeñan en la comunidad les permite entender sus características culturales y, por lo tanto, desde la crianza pueden modificar ciertos patrones de conducta, así como proponer mejores soluciones de acuerdo a su contexto.
A través de modelos grassroots las mujeres construyen paz desde la raíz, lo que permite que la sociedad transforme su realidad de abajo hacia arriba, partiendo de un reconocimiento de su cultura y las necesidades e intereses de su comunidad.
Esto evita lo que el sociólogo Freire llama “la enfermedad del narrador”. Dicho fenómeno se presenta cuando una organización externa impone a una comunidad las soluciones que considera pertinentes, provocando en muchos casos que éstas no se adapten a la cultura y necesidades preexistentes, sin mencionar que este modelo no permite el empoderamiento de las mujeres, ni modifica los orígenes de la estructura social que permite la violencia.
La ausencia de mujeres en la participación social a nivel internacional provocó por años que en materia de seguridad el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se enfocara únicamente en la guerra y el desarme, sin tomar en cuenta las causas fundamentales de la violencia estructural y la violencia doméstica.
A pesar de ello, existen varios casos de éxito donde las mujeres, desde su perspectiva, han logrado transformar su realidad y han podido reconstruir el tejido social en un contexto de postguerra. Un claro ejemplo de esta nueva forma de construir paz es Caddy Adzuba, periodista y abogada de la República Democrática del Congo, quien se ha convertido en una activista defensora de los derechos humanos y que a través de Mama Radio, se ha convertido en la voz que informa y promueve los derechos de las mujeres de su comunidad por todo el mundo.
Así como Adzuba, existen también eco-feministas indígenas que visibilizan sus intereses y necesidades. Estas valientes mujeres por su idiosincrasia comprenden desde otro punto de vista la importancia de la tierra como fuente de vida, incluso amarrándose a los árboles con tal de evitar que sean talados.
Podríamos enlistar a un sinnúmero de lideresas como Caddy Adzuba, Rigoberta Menchú o Malala. Mujeres que han luchado para establecerse en espacios de poder para reivindicar el papel de la mujer en la sociedad. Estamos lejos todavía de crear los instrumentos para solucionar todas las demandas que hoy tiene el mundo. Sin embargo, fomentar la participación de las mujeres en dichos procesos es un buen primer paso.
“La paz es hija de la convivencia, de la educación, del diálogo. El respeto a las culturas milenarias hace nacer la paz en el presente”.
Rigoberta Menchú
Encuentra a Fernanda Aguila en Twitter como @fer_aguilav95