Vance Joy enamora desde su aparador
Dan las nueve de la noche –hora estipulada para el inicio del concierto– y el misterioso personaje que elige las canciones que suenan antes de la presentación para enmascarar el silencio tiene un tropiezo en la consola. Se crea un minúsculo espacio vacío durante unos segundos, sólo para ser llenado por el atronador grito del público que sabe lo que eso significa: está por salir el artista. Pero aparte de la aterciopelada guitarra, voz y bateria de The Turtles, nada nuevo sucede. Las primeras filas de fans cantan sin decepción visible las estrofas de Happy Together.
Por fin acaba la espera, se rehace el silencio y los fans imitan su grito de hace unos minutos. Aparece James Gabriel Keogh, mejor conocido como Vance Joy, en el escenario. El cantante melbourniano estuvo el jueves pasado en el Plaza Condesa para su única presentación en la CDMX de su Nation of Two World Tour. Frente a un público compuesto mayoritariamente de adolescentes y jóvenes veinteañeros, Vance Joy toma una de las plumillas colocadas en su micrófono, mira la hoja duplicada del setlist en el piso a su izquierda y toca Call If You Need Me, seguida de Mess is Mine.
Luego de esas dos primeras canciones se detiene a saludar al público, que todo aplaude. Su tono de voz es dulce cuando habla igual que cuando canta, es casi pre-adolescente y parece que en cualquier momento se va a escapar un gallo. Pero es imposible que pasara, su canto tan adornado requiere mucho cuidado e implica un control notable de la entonación.
El Plaza está lleno de parejas: jóvenes enamorados que colocan la cabeza en el hombro de quiénes les acompañan, se plantan besos y se miran a los ojos cuando suena la canción que más les importa. En la primera fila, un par de chicas, representativas de tantas otras que sueñan con el amor del que canta Vance Joy, sostienen una pancarta verde que pone “tu amor es como el oro”, mientras suena el ritmo marchante de Like Gold. Pocos minutos más tarde el equipo de seguridad retira la pancarta para que los que están detrás puedan ver. Cuando suena I’m With You, Vance Joy explica que esa canción habla sobre una pareja que decide apagar sus celulares y compartir su tiempo uno con el otro. Así como explicó esta canción lo hizo varias otras, mostrándose como el joven locamente romántico que su público refleja. Delante del par de chicas, hay una pareja de mediana edad que coloca una bandera australiana en la barrera que separa al público del escenario, son compatriotas del artista que vienen a escuchar algo que los transporte de vuelta a casa. También traen pequeñas cartulinas con la letra de From Afar, le dan la bienvenida tras su llegada “desde lejos en el vuelo nocturno”.
Desde la zanja que separa el público del escenario, se observa una línea de luz vertical. Como el vidrio de un aparador, separa el objeto de deseo de todos aquellos que están frente a él. Vance Joy no interactúa con el público, se dirige a éste para explicar sus canciones, los saluda y cuando llega el momento se despide, pero hace caso omiso de las respuestas. Lo mismo sucede con los músicos que le acompañan: están en un segundo plano e inmersos en oscuridad y, como si no fuesen esenciales para lograr sus crescendos con ritmos optimistas o el contraste en su pausas melancólicas, no los mira en ningún momento más que para la habitual presentación: Chris Mulhall en el teclado y las segundas voces, el más destacable del grupo.
De pronto ya está sonando Georgia, uno de sus mayores éxitos y probablemente la más romántica de su ya meloso repertorio. El público sabe que se acerca el final, el concierto se desenvuelve con rapidez. Luego de pedirle al público que marque el tempo con las palmas durante We’re Going Home, todo se acelera con Saturday Sun y por fin suena el saxofón para el coro de Lay It On Me. La producción le pasa un ukelele y el público se emociona por escuchar en vivo el éxito con el que descubrieron al artista, el que han reproducido cientos de veces en su servicio de streaming y escuchado otras tantas en las estaciones de radio más populares: Riptide. Los que se emocionaron tantas otras veces escuchando audífonos o bocinas, ahora cantan en vivo con el artista y corean cuando éste guarda silencio hasta que se acaba la fiesta. Se acercan los cuatro músicos al protagonista, hacen una pequeña reverencia y las luces se encienden. No hay encore.