'Valedores Juveniles' de El Haragán y Compañía: un retrato de la búsqueda por sobrevivir en las calles
Desde la década de los setenta, el rock urbano en México surgió como consecuencia de una segregación social que durante años ha llevado a la clase trabajadora a habitar espacios que se encuentran a las orillas de la ciudad. Ya sea en Neza, Ecatepec, Naucalpan o Tlalnepantla –por mencionar solo algunos lugares–, el rock urbano siempre ha encontrado un baldío, una construcción abandonada o un basurero para crecer. La falta de recursos no es problema, se hace lo que se puede con lo que se tiene. Ahí es donde está la magia de este género, pues el mensaje es lo más importante.
En 1989, en la colonia Las Palomas dentro de Tlalnepantla, un joven de 23 años de nombre Luis Álvarez, fundó el grupo El Haragán y Compañía. En una realidad poblada por obreros, desempleados y personas que se identifican con las calles que los vieron crecer, el lienzo ya estaba listo para que “El Haragán” pintara con crudeza muchas de sus vivencias.
El día a día de Luis Álvarez dentro de Tlalnepantla y sus alrededores dieron como resultado el Valedores Juveniles en 1990, una cinta debut que en cada rola encuentra un retrato diferente de la búsqueda por sobrevivir en las calles. A lo largo de este referente histórico de El Haragán y Compañía, encontraremos relatos en los que podremos conocer de cerca a un asesino de Naucalpan, o a una mujer que pasa todos los días vagando y drogándose, una “Muñequita Sintética”.
Conforme vamos creciendo, pareciera que las letras de “El Haragán“ cobran más sentido en nuestra cabeza, pues aunque un robo parezca lo peor del mundo, incluso los mismos ladrones a veces pueden ser esclavos de una situación y de una influencia, por lo menos eso es lo que se puede escuchar en “Él no lo mató”.
La crudeza del asfalto a veces te puede arrebatar a algún amigo, tal y como le pasó al Haragán quien honra su recuerdo con “No estoy Muerto”. No creo que sea necesario recomendar este disco, pues su historia y su trasfondo hablan por sí mismos. Finalmente, este testigo de la urbe mexicana, usa su última rola para hablar de la gente que está tan inmersa en sus problemas que les es imposible ver para otro lado, a final de cuentas son “basuras que arrastra el viento”.