Prácticamente desde los orígenes del cine los géneros han funcionado como un elemento orientador que, desde las categorías temáticas, estéticas o estilísticas, dan una idea al espectador sobre que película va a ver cuando asiste a una sala de proyección. Trascendiendo los límites de esos géneros, las etiquetas aglutinadoras, los clichés y los lugares comunes Hagen y yo se revela como una cinta inclasificable que conmueve y perturba al mismo tiempo. Así, lo que en un inicio parece una tierna historia de amor entre una dulce niña (Lili) y su encantador perro mestizo (Hagen) se convierte de pronto en una cinta cruda que retrata con lujo de violencia lo que sucede día a día en las calles con los canes abandonados. Condenado a separarse de su dueña por la negligencia de su padre y por una extraña medida burocrática que impone un impuesto especial por tener perros que no son de raza pura el héroe de cuatro patas del título se convierte, a fuerza de maltrato y abuso, en el líder de una jauría de perros que toma las calles de Budapest en busca de venganza. Una vez más el retrato local se vuelve global y lo que cuenta una película muy húngara aplica para todo el mundo gracias a la dirección brillante de Kornél Mundruczó. Apostando por una cámara que se mueve orgánicamente y por una puesta en escena en la que los efectos digitales son sustituidos por paciencia y maestría en el trabajo con los innumerables perros que aparecen a cuadro, Hagen y yo es una extraordinaria historia que nos recuerda cuan torpe puede llegar a ser el hombre en su relación con la naturaleza. Una rara joya que no hay que dejar de ver. De otras apuestas interesantes platicamos por aquí muy pronto. El More