[Reseña] The Joy Formidable - Wolf's Law

Por Alanis Moon Julius Wolff teorizó que los huesos se tornarían más fuertes dependiendo del peso o fuerza que soportaran, lo que resultaría en la Ley de Wolff . The Joy Formidable juega un poco con las palabras y le brinda a su nuevo elepé el título de Wolf’s Law (Atlantic Records, 2013).

Si se le pone play a la primera pista, se podrá tener una primera impresión distorsionada. “This Ladder Is Ours” tiene un comienzo orquestral. De violines melancólicos. De tonos que anuncian solemnidad. Pero a los 45 segundos, emerge la bestia galesa. La canción muta a lo que acostumbran.

Siguiendo la línea de su ruidoso debut—The Big Roar (Atlantic Records, 2011)— el segundo álbum de la banda también es estruendoso. Es directo. Es brutal—como los actos en vivo de los de Gales—. Porta ritmos veloces, tambores en frenesí, secuencias violentas, rápidas, de guitarras que crean avalanchas sonoras que saturan los oídos. Paredes de sonido. “Little Blimp”, el cuarto track del disco,  tiene una de esas líneas de bajo persistentes. Casi motórica. Acompañada de la voz de la carismática Ritzy Bryan, la progresión se da a la par en la guitarra y las cuerdas vocales para hacer un gran tema. Es la atmósfera joyformidablera por excelencia. Rápido. Rápido. Rápido. Como ruedan la ruedas del carro del ferrocarril.

 

No obstante, los contrastes existen y hasta la pausa tiene su lugar en Wolf’s Law. “Silent Treatment” es una canción de alejamiento. Del sufrimiento de una mujer maltratada que retrata en palabras como: “I’ll take the easy cynism/Less talking, more reason”. Es el primer momento sereno de la Ley del Lobo. “Maw Maw Song”, “Forest Serenade” y “The Leopard and the Lung” continúan con el contraste de la tónica estridente y la melodía armoniosa que le brinda la voz de Bryan. Mantienen un duelo permanente. Una voz que bien podría estar incrustada en la canción pop del momento, y una crudeza instrumental que son como aquella leyenda de la Bella y la Bestia. Un enfrentamiento que proyecta el poder que se puede desprender a través de los decibeles. La energía condensada.

Arriba el épico final de la batalla y tiene dos actos. “The Turnaround” es una espera. Una declaración de estoicismo que suena exquisita como pretensión de cierre. Según el tracklist, ya no hay más pistas.  Pero la sorpresa tiene lugar. “Wolf’s Law”—la rola—emerge del silencio del que se creía que era el último tema. El piano pasivo que acompaña una invitación al escape. A una huida que se funde con un plano orquestral que bien podría ser el fin de una sinfonía clásica.

The Joy Formidable parece haber encontrado un sonido muy rápido, cosa que puede resultar ventajosa o adversa. Una segunda placa con la fórmula pasada puede no ser una declaración de repetitividad perpetua, pero si aspiran a un lugar dentro de las bandas referentes de la escena de la Gran Bretaña, los galeses deberán apelar a la experimentación o a la creación de temas verdaderamente entrañables. Deberán crear himnos de estadio tan poderosos, que sean capaces de mover fibras internas, que se fortalezcan como tejido óseo y que volatilicen los sentidos con el poder de su instrumentación.

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